El problema de la naturaleza del trabajo de la Iglesia se presentó ya en sus comienzos. El mandato de Nuestro Señor en el Monte Olivete fue el de que sus discípulos marcharan por todo el mundo y tratasen de comunicar el Evangelio a todos los hombres. Esto era claro. Los discípulos no lo vieron de otra manera y actuaron de acuerdo con él. Pero vemos por los Hechos de los Apóstoles (6, 1-6) que esto creó un problema. Fue el del cuidado de las viudas y de aquellos que necesitaban de la caridad. Los misioneros del Evangelio no tenían tiempo para ese trabajo, aunque era importante. El tremendo juicio que emitieron los doce Apóstoles fue: "No es de desear que abandonemos la Palabra de Dios y sirvamos a las mesas". El remedio al que se recurrió fue la ordenación de diáconos que atendiesen a esto.
Desde el mismo origen de la Iglesia se tenía esa distinción entre los trabajos, tal como se le presentaban a ella. Primero: El trabajo esencial y característico de la Iglesia, la comunicación del Evangelio. Segundo: El cuidado y la recuperación de los hermanos más débiles. Tercero: El cuidado de las necesidades físicas.
Ahí tenemos la misma clasificación que el Concilium estableció hace no mucho, con la excepción de que la Legión no se dedica al tercer grupo de trabajo, la distribución de ayuda material, que ha sido asumida por otras sociedades y por organismos del estado. La Legión debe hallarse haciendo frente a sus problemas con un espíritu exactamente igual al de la primitiva Iglesia, es decir, que se debe atender debidamente al trabajo fundamental de la conversión, y después de eso a las otras tareas; siempre con tal de que sobren elementos humanos para ellas después de atender al trabajo principal. Si concedemos a las tareas menores una importancia igual, nunca habrá mano de obra suficiente para la conversión. Esta debe ser la mente de la Legión. Si los diversos lugares no quieren poner en marcha esta política, entonces no tienen la mente de la Legión.
¿Qué pensaríamos realmente si, en ese pasaje de los Hechos de los Apóstoles, leyésemos que la decisión que entonces tomaron había sido la de llamar a los Apóstoles de sus tareas apostólicas del extranjero y cancelar la evangelización del mundo, ya que las viudas necesitaban cuidado? La idea sería absurda, pero eso es de hecho lo que la mayor parte de la Iglesia está haciendo hoy, y la Legión ha sido apresada en esa tendencia en una gran medida. Precisamente hemos invertido el orden debido en nuestro apostolado. Primero estamos cuidando y consolando; en segundo lugar estamos atendiendo a los descuidados y alejados; y solamente en tercer lugar atendemos al trabajo de los trabajos: la conversión.
Hay que admitir que ha habido una diferencia entre la postura de la Legión y la de los primeros cristianos. El Señor advirtió a éstos con toda urgencia que tenían que ir a convertir. Eso establecía la pauta y la prioridad. Colocaba el supremo trabajo en primer lugar, como si no hubiese otro. Dejaba para el futuro el problema de las otras ocupaciones de la Iglesia que pudieran presentarse. Ese fue el principio sobre el que se inició la Iglesia.
Las cosas fueron distintas con relación a la Legión. Su curso fue determinado por las circunstancias. Comenzó en un ambiente católico y en condiciones de gran pobreza que monopolizaban la atención de todos los trabajos apostólicos. Como los protestantes eran relativamente pocos en número, apartados sicológicamente del pueblo, considerados como imposibles de convertir, no fueron inicialmente considerados como parte del problema de la Legión. Eso redujo el problema general a la conservación de la fe, que era un problema agudo debido a la amplitud de la campaña de proselitismo. Representa un avance inmenso y realmente asombroso el hecho de que la Legión recién nacida dejase de lado valientemente el programa de ayuda material, que absorbía a todos los demás, y se propusiese la edificación del pueblo en la fe. Consideró como algo que entraba dentro de esa categoría la visita de los que no estaban en peligro de perder la fe, pero necesitaban un apoyo y consuelo espiritual.
Este fue el primer molde que formó a los primeros legionarios. Dondequiera que se iniciaba la Legión, ése era el modo de actuar. Solamente cuando se va produciendo un desarrollo mayor, el trabajo en favor de la fe alcanzó una dimensión más profunda que la de conservar esta fe. Evidentemente la comunicación de la fe debería tener un primer lugar. Esa comprobación, por así decir, despojó a la Legión de sus vestiduras de niño y colocó su programa totalmente en línea con el mandato de Nuestro Señor. El primer molde incompleto quedaba así perfeccionado. Esto fue unos diez años después del comienzo de la Legión.
Pero la vieja idea tardó bastante en desaparecer. Los mismos trabajos emprendidos por los primeros legionarios continuaron siendo imitados como si ésa fuese la norma. Como estos trabajos ocupaban a los socios disponibles, los legionarios en la mayoría de los lugares no avanzaron a la etapa siguiente para levantar sus ojos y contemplar las mieses maduras para la conversión.
Esto ha producido una situación generalmente anómala. A pesar de las súplicas insistentes del Concilium, la mayor parte del trabajo de los legionarios va dirigido a la conservación de la fe y, aún menos que a eso, a los trabajos a los que antes nos hemos referido bajo un título algo minimizador de confortar y consolar. Y como es difícil permanecer firme en una cuesta resbaladiza, tenemos dificultad incluso para apartar a los legionarios del humanismo.
Prevalece el hecho desalentador de que, en muchos países donde la gran mayoría no es católica, la Legión está prestando poca atención a ese aspecto e incluso desatendiendo el trabajo que pudiera ser considerado como necesario para la fe. Se está limitando a llevar ayuda y consuelo a los que no tienen necesidad de esa ayuda o consuelo. La Legión de una gran ciudad es calificada como una organización para visitar las clínicas de la clase alta. En otra ciudad a un legionario que había llevado a un posible converso al sacerdote le dijo éste que el trabajo de la Legión era visitar a los enfermos y ancianos, no el de convertir. En esto la Legión esta siendo caricaturizada y mal utilizada.
Una persona muy importante, el difunto P. Simón Harrington, entonces Superior General de la Sociedad de Misioneros Africanos, vio esto claramente como consecuencia de sus movimientos misioneros. Nos declaró que la Legión representaba un don providencial para los misioneros capacitándolos para llegar a las muchedumbres, pero que estaba siendo mal empleada. Se estaba dedicando a tareas domésticas, y éstas estaban monopolizando a sus personas. Veía la inutilidad de decir simplemente a los legionarios que deberían dirigirse a los paganos. La respuesta sería que no sobraban socios para dedicarse a esa tarea suplementaria. Como si la comunicación de la fe a los que no la tienen no fuese más que algo adicional, un embellecimiento de la Iglesia.
Por eso la súplica que nos hacía era la de que se volviese a afirmar el programa de Nuestro Señor y que se insistiese en él. La conversión era el primer trabajo y todos los demás eran solamente secundarios. Mas él también afirmaba que esta proposición era escuchada, pero no puesta en práctica. Por eso su plan consistía en que ningún praesidium en campo de misión se debería comprometer en nada más que en la conversión. Las tareas domésticas deberían ser dejadas de lado, incluso los alejados que habían tenido su oportunidad y probablemente volverían a tener más. No de otra manera -afirmaba- se podrían poner las cosas en una debida perspectiva si no era por este procedimiento drástico. Si por casualidad llegase a haber socios de más después de hacer frente de la debida manera a ese aspecto principal, podrían desde luego ser utilizados para objetivos de menor envergadura. Pero hay que establecer el principio: El principal objetivo es la conversión.
El buen sentido de todo esto es evidente. Pero hay que admitir que hay dificultades prácticas. Una es la de que sería imposible realizar tal revolución. Además muchísimos rehusarían entrar en la Legión, si su única tarea fuese la de convertir. Los católicos normales se intimidan ante ese trabajo, considerándose totalmente incapacitados para él.
Hay que recordar también que la Legión se ha propuesto el amplio objetivo de organizar a todo el pueblo católico para el apostolado y que por tanto todas las necesidades espirituales deben ser atendidas. Después de algún tiempo en las filas de la Legión, la confianza y la disciplina habrá penetrado en ellos y los socios podrán ser empujados a trabajos más altos. Por eso no entra dentro del programa de la Legión el que la conversión deba eliminar todos los demás trabajos. La Legión debe continuar atendiendo a toda necesidad que tenga relación con las almas, con tal de que no sea en detrimento del trabajo primario de la Iglesia. El trabajo de conversión debe emprenderse como el de primer orden. Si no es ésta su valoración oficial, es probable que se convierta de hecho en la última tarea, dada su supuesta dificultad.
La conversión es el trabajo clave desde otro punto de vista. Es vital en el sentido de que, si se desprecia, se producen ciertas reacciones sicológicas. Estas desvían el espíritu católico y producen un efecto desastroso en todos los aspectos de la vida. Quedando debilitado el móvil católico, no se resiste al mundo, a la carne y al demonio; y cada una de las almas se convierte en un problema, no en un capital. Esto se sigue como consecuencia inexorable cuando uno ve que a los que están fuera de la Iglesia no se les busca con el propósito de hacerlos entrar en ella. Pues entonces la conclusión inevitable es que deben estar bastante seguros donde se encuentran. Esa sugerencia, aunque no resiste un análisis minucioso, ha desfondado realmente a la Iglesia. Equivaldría a decir que Dios ha establecido otros canales de salvación además de la Iglesia Católica. ¿Por qué, pues, esforzarnos desesperadamente por las almas que están en otros carriles que pueden irles mejor?
¡Irles mejor! Tal sugerencia es monstruosa. Supondría que la Iglesia no es algo esencial y posiblemente no se adapta a esas otras almas. A eso equivaldría una proposición así, y sería un atropello a nuestros criterios. Pero eso es lo que se propone hoy en esferas católicas más altas. Por ejemplo, ¿qué habrá que pensar de la afirmación siguiente, que procede de una de las más importantes diócesis del mundo? Dice: "Para algunos el mensaje de Dios se transmite de manera más clara por medio de la comunidad conocida como Iglesia Católica: para otros, por alguna comunidad protestante: para otros, por fin, por alguna comunidad de culto no cristiana."
Esa afirmación coloca a la Iglesia como si no fuese más que uno de los medios por los que Dios imparte su Verdad. Llega a decirse que para comunidades completas el mensaje de Dios se comunica por su propia confesión no católica e incluso no cristiana más claramente que por medio de la Iglesia Católica.
Se concede esta credencial a aquellas otras iglesias, a pesar de que algunas de ellas permiten a sus miembros mantener principios que son totalmente ajenos a la moralidad y fe católicas. Esa sugerencia de igualdad es una negación total de la Iglesia. Si se acepta, haría irracional cualquier sacrificio o gran esfuerzo hacia la conversión, pues ello equivaldría a llevar a una persona a un grupo equivocado en el que recibiría el mensaje menos claramente.
Una protesta contra esta afirmación enviada a esa alta esfera en cuestión obtuvo la respuesta de que la afirmación representaba una interpretación correcta del Decreto sobre Ecumenismo.
Ahora mirad a los Apóstoles o a cualquiera de sus sucesores entre los santos, que gustosamente se esforzaron durante toda su vida y dieron sus vidas para convertir a una sola alma, y juzgad cómo se halla en total desacuerdo con ellos esa horrible declaración.
Recordad, no obstante, que en la mayor parte del mundo está en auge una mentalidad semejante a esta de la Declaración y ha parado el trabajo de conversión tan eficazmente como se cortaría la corriente eléctrica al girar un interruptor.
Repito: ¿Qué efecto está teniendo esa actitud en el individuo católico? Vuelvo a decirlo: Está arruinando su fe, privándola de toda influencia en toda su vida, convirtiéndolo en presa de cualquier viento que sopla. Por eso es tan importante dar al trabajo de conversión su verdadero lugar, lo cual significa dar a la Iglesia su debido lugar. Y esto a su vez significaría que la Iglesia podrá ejercer toda su fuerza en nuestras vidas. Por esta razón de más la conversión es el trabajo de los trabajos. Por eso pongo ante vosotros este gran principio: Moveos una pulgada en nuestra fe hacia esas otras iglesias y os habréis apartado peligrosamente de la Iglesia.
La dura realidad es que nuestro propio espíritu católico está en juego. Hay que tonificarlo. Debemos ver a la Iglesia como la ciudad colocada sobre el monte, la cual no puede ocultarse (San Mateo 5, 14), es decir como la auténtica y la única revelación verdadera de Dios. Eso solo da a la Iglesia su valor, y entonces solamente la Legión, de igual manera, se convierte en algo que vale la pena. Muchos de la Legión ven las cosas así y son impulsados a vivir sus vidas conforme a ello y hacen grandes sacrificios. Ese espíritu hay que llevarlo a todos. El solo hace la vida comprensible y soportable.
Después, y a la luz de esto, tenemos que abordar cada uno de nuestros trabajos con objeto de determinar su debida importancia. Si hay trabajos importantes que no se están haciendo, evidentemente debemos emprenderlos. Si los trabajos no son suficientemente vitales o no son esenciales, debemos dejarlos; sería intolerable asignar para tales cosas legionarios que estuviesen capacitados para cosas mejores. Si las tareas las pueden hacer legionarios de tercer grado, sería una pérdida emplear en ellas legionarios de primer grado. Habría que hacer un esfuerzo para que los legionarios acometan empresas mayores de las que son capaces. ¿No debería considerarse a todos los buenos legionarios desde este punto de vista para conseguir más de ellos, no necesariamente tiempo, sino calidad de trabajo o capacidad de organización? Muchos legionarios que hacen un trabajo corriente son puntales en nuevos trabajos vitales.
El Manual insiste en que una finalidad de la Legión es urgir a sus miembros. Yo no diría que esto se está intentando en general. Ante nosotros hay socios que están haciendo las mismas sencillas tareas que se les confió cuando ingresaron en la Legión hace veinte años o más. Eso representa una actuación muy fiel y entregada, pero ¿no contiene un elemento de prolongada niñez? Pues evidentemente tal legionario ha conseguido la capacidad de hacer algo mejor y debería ser utilizado en ese sentido.
Por otra parte, vemos además a socios que solamente cumplen los requisitos y a veces ni eso siquiera. Son irregulares en asistir a sus reuniones, y su trabajo es insuficiente. Con todo, se tolera esto, probablemente pretextando que el praesidium no podría sufrir su pérdida o que medio pan es mejor que nada. No se tiene en cuenta que tales socios están arrastrando a otros a su manera pobre de comportamiento y están representando en la vida real la historia de la manzana podrida que al fin corrompió todas las buenas de la cesta.
Un praesidium puede estar tan inmerso en su tarea normal semanal que olvide que su camino debería ser siempre hacia adelante y hacia arriba. Muchos no buscan mejorar en forma alguna. Las curias existen con el objeto de cuidar de que los praesidia se realicen a sí mismos. No creo que en conjunto lo estén haciendo así. Las visitas de sus praesidia es de inspección solamente. Si un praesidium está realizando un buen trabajo rutinario, se considerará aceptable. Temo que no se da lo que podría llamarse un nivel más alto de pensamiento por parte de la Curia en nombre de los praesidia. No creo que haya una fuente de inspiración que fluya de las curias. Tampoco del praesidium a la curia, como debiera ser. En teoría, todos los praesidia deben estar dando ideas a la curia, que ésta a su vez trataría de comunicar a todos sus praesidia. En muchos casos lo más que se pretende es una mera eficacia. En consecuencia, la curia no se está animando así misma, ni a sus praesidia, y esto, en teoría, indicaría que tiende a languidecer. Si esto sucede, su papel -en la Legión se habrá invertido de forma que, si algunos de sus praesidia florecen será a pesar de la curia. A veces los postes indicadores de dirección de la Legión están torcidos, de forma que nadie sabe el camino debido.
Demasiado patente queda en las Reuniones de Curia el deseo de divertir más bien que el de presentar a la Legión. El baile amenaza absorber todo lo demás; y tiene que haber una comida cara. Esto último contradice una de las finalidades especiales de la Legión, a saber, la de que todos los estratos de población, incluyendo a los más bajos, sean llamados a ingresar en la Legión.
¿Podría ser que la presencia de estos defectos indique un envejecimiento de la Legión, una disminución de capacidad y ambición? No creo que sea éste el caso. Lo contrario prueban otras cosas que están sucediendo ante nuestra vista. Se ensayan nuevos trabajos y tareas de conversión cuando se señala su oportunidad. Se están realizando proezas llenas de dinamismo en favor de las almas. Muchos legionarios están dispuestos a enfrentarse con cualquier cosa, pero se comete el error de no ser capaces de ver la abundancia, la universalidad de este espíritu noble. Al no ser percibido, no se le presta atención.
El objetivo de la Legión es la movilización de todo el pueblo para el apostolado. Esta idea debe ser aplicada con una atención total a su significado, que no es la de una mera reunión de material, sino el hallazgo del mejor empleo de cada individuo. Además debe ser un proceso continuado debido a la creciente capacidad de los socios. Las tareas menos exigentes deberían ser asignadas a los menos jóvenes o a los menos fuertes, o a los juveniles.
Otra vez hay que insistir en que la movilización legionaria debe alcanzar hasta las secciones de los débiles y que se debe hallar una tarea apropiada para cada uno. Tened en cuenta que el Concilio Vaticano declaró que todos los católicos deben ser apóstoles y no eximió a los débiles o a los muy ocupados. Por lo tanto, la Legión debe encontrar puestos de trabajo para ellos. Las tareas más fáciles deben ser reservadas a ellos y no a los legionarios que están capacitados para empresas mayores.
He estado recalcando la necesidad de tener en cuenta el avance de cada legionario. Pero ¿puede darse por supuesto tal avance? La primera respuesta a esto es que la práctica debe proporcionar un progreso. Normalmente los hombres de negocios ganan destreza según pasa el tiempo. Pero en los socios de la Legión se ventila más que la destreza humana. El socio está todo el tiempo penetrando más íntimamente en las doctrinas vitalizadoras de la Iglesia: la Eucaristía y la Misa, el Cuerpo Místico, María y el Espíritu Santo; y está acoplando ese conocimiento con el trabajo práctico de la Legión. Esto tiene que representar un crecimiento en todas las direcciones. Seria una grave pérdida para el mundo de las almas que todo ese creciente poder no se usase plenamente. No obstante, vemos a legionarios empleados en trabajos minúsculos. El resultado es que la Legión funciona en una fracción de su potencialidad. Su gran fuerza está siendo mal aplicada. A esta locura el Manual aplica el verso de Byron referente a la estaca de Hércules que se empuña para aplastar una mariposa o matar un mosquito.
Acabo de leer el informe de un Praesidium cuyo único trabajo es entretener a los internos de una residencia de ancianos dirigida por monjas. En esa misma ciudad hay cientos de miles de no católicos a quienes nunca se han dirigido los católicos.