LOS PATRICIOS
La asociación de los patricios se estableció en 1955. Su finalidad fue la formación intelectual del pueblo en la religión, para enseñarle a dar razón de su fe y animarle a ejercer el apostolado. Se estableció un método provisional que, de hecho, ha seguido sin cambiar. Aunque al principio se sugirieron algunas modificaciones, pronto se comprobó que todas las sugerencias no eran sino una vuelta a otros métodos consagrados por el uso, tales como la catequesis, el sistema de conferencias y la sesión de preguntas y respuestas. Estos métodos tienen su utilidad propia y esencial, pero no llegan a profundizar en lo que tal vez sea hoy el problema básico de la Iglesia: la ignorancia religiosa entre las personas mayores, y las lenguas paralizadas de los seglares. Aquí es donde la asociación patricia ha venido demostrando su eficacia, y por lo tanto hay que preservarla celosamente. Su método se basa en un delicado equilibrio. Una pequeña interferencia podría convertirla en algo totalmente distinto, como un ligero toque en el mando del aparato de radio nos puede traer una emisora muy diferente.
Otros métodos implican a una o a varias personas bien informadas en la tarea de instruir a los demás, pero el método patricio implica a todos, es el método de la propia Legión. Todos los reunidos trabajan juntos en la búsqueda activa del saber.
Analizando la asociación patricia, se ve que es hija legítima de la Legión, pues contiene los elementos característicos que se combinan para formar la propia Legión. Es el mismo sistema legionario extendido a la esfera de la educación religiosa.
Esta educación la preside María. Y con razón: pues Ella trajo a Jesús del cielo y lo dio al mundo; es justo que Ella participe con Jesús en todas las comunicaciones que sigue teniendo Él con los hombres. Esta función activa de María queda simbolizada por el altar legionario, que ha de ser el punto focal de la reunión patricia. Alrededor de María se congregan los patricios para hablar de la Iglesia en todos sus aspectos; es decir, para hablar de Jesús, quien, según su promesa se halla en medio de ellos. Es una forma de oración elevada, facilitada por la variedad de la reunión. No sería fácil pasarse dos horas seguidas en oración formal. Esta es una de las razones por las que la asociación, a la par que instruye, espiritualiza.
En el praesidium, la primera obligación es recibir de cada socio un informe de viva voz. En la asociación patricia sucede lo mismo: su primer fin es conseguir de cada miembro una aportación oral. A este fin van encaminados el plan de la reunión y el modo de llevarla. El ambiente tiene que ser amigable, henchido de mutuo respeto y aprecio: el de una familia bien avenida en que todos expresen su opinión, aunque algunos miembros sean más habladores que otros. Y este buen tono depende de la ausencia de factores nocivos. La táctica común del debate público suele consistir en atacar, en condenar, en ridiculizar. Si en la reunión patricia empiezan a manifestarse esas actitudes, los miembros irán desapareciendo.
Una vez establecido el espíritu familiar en que hasta los más sencillos se sientan como en su casa, quedan echados los cimientos de la asociación patricia. Cada contribución oral tenderá a provocar otra, será un eslabón en la cadena, que arrastrará a los demás. Se irán llenando los huecos intelectuales, se irán atando cabos sueltos hasta tejer la trama de la doctrina católica. Al paso que el conocimiento y el interés vayan en aumento, las personas se irán fundiendo más y más con la unidad del Cuerpo Místico, y se compenetrarán de la vida de Éste.
El modo patricio de proceder reúne en sus notas características la aplicación de la doctrina y técnicas legionarias.
Importa mucho que se den cuenta de ello los legionarios, a fin de que se dediquen a la obra patricia con la misma convicción con que se entregan a la del praesidium. Con esta conciencia estarán bien preparados para la gran tarea que les espera.
Es triste -pero es un hecho - que los católicos no hablan de religión con los que se hayan fuera de la Iglesia, y pocas veces con los de dentro. Esta desorientación de los cristianos ha sido tildada justamente de "mutismo". El cardenal Suenens define la situación con estas palabras: "Se dice que los que están fuera de la Iglesia no escucharán: la verdad es que son los católicos los que no hablarán". Los datos parecen probar: que el católico corriente no está dispuesto a socorrer a otros en el terreno de la religión; que a los que buscan sinceramente la verdad no se les da la información que piden; y que se crea la falsa impresión de que los católicos somos indiferentes en cuanto a las conversiones.
Esta falta tan extendida está poniendo en peligro el propio carácter cristiano, porque el cristianismo no es egoísta. Sin embargo, las cosas no van tan mal como se las pinta, puesto que ese silencio y aparente desinterés proceden más bien de la falta de confianza:
a) esas personas son demasiado conscientes de sus escasos conocimientos en materia de religión, y, por consiguiente tratan de evitar cualquier ocasión que exponga esa pobreza de conocimientos a la luz del día;
b) aun cuando sus conocimientos sean en sí ricos, se componen de elementos aislados, como las respuestas del catecismo. Su inteligencia no ha realizado la operación posterior de integrar estos elementos en un conjunto sistemático, no ha logrado unirlos -digamos- como las piezas de un automóvil o los órganos del cuerpo humano. La cuestión se complica más porque faltan muchos elementos, y los que hay no forman un conjunto debidamente proporcionado. Así que, aun en conjunto estos conocimientos dispares serían algo así como una máquina con las piezas mal ajustadas, que no funciona;
c) en muchos casos la ignorancia es tal que la fe carece de suficiente fundamento; reina un estado de semicreencia; basta situarse en un ambiente irreligioso para sufrir la desintegración.
Éste es el verdadero problema.
Los patricios son una asociación regida por la Legión. Cada grupo tiene que afiliarse a un praesidium, y su presidente debe ser socio activo de la Legión. Un mismo praesidium podrá tener a su cargo varios grupos. Cada grupo debe tener un director espiritual aprobado por el del praesidium. Como director podrá actuar un religioso o una religiosa, o, con el permiso de la autoridad eclesiástica, un seglar.
El título patricio se toma, como la mayoría de los títulos legionarios, de la terminología de la antigua Roma. Los patricios romanos constituían el grado superior de las tres clases sociales: patricios, plebeyos y esclavos. Pero lo que ambiciona nuestra asociación patricia es hermanar en una sola nobleza espiritual a todas las escalas sociales. Además, los patricios estaban obligados a ser muy amantes de la patria y muy conscientes de sus responsabilidades por el bienestar de la misma. Así también nuestros patricios han de ser el apoyo de su patria espiritual, la Iglesia.
La regla no insiste en que los patricios sean católicos devotos ni aun practicantes; sólo exige que su lealtad sea católica en un sentido amplio. Los católicos bautizados pero radicalmente adversos al catolicismo no entran en este categoría.
Los no-católicos no pueden asistir a las reuniones, a no ser que el obispo permita lo contrario.
La reunión patricia se celebra mensualmente. La puntualidad y la continuidad son esenciales. Las reuniones no deben omitirse salvo en casos de verdadera imposibilidad.
No es de obligación que cada miembro asista a todas las reuniones. Se puede utilizar algún modo para convocar a los miembros para la próxima reunión.
Es de desear que un grupo no tenga más de cincuenta miembros. Aun este número presenta dificultades.
Plan de la reunión
Es necesario evitar el efecto teatral del estrado y del auditorio, pero tampoco debe haber un ambiente de desorden. A ser posible colóquense los asientos en forma semicircular, con la mesa completando el círculo. Sobre la mesa estará el altar de la Legión, del cual es parte esencial el vexillum.
La reunión deberá contar con todos los elementos de atracción posibles, incluso comodidades materiales: buenos asientos, luz, temperatura.
Los gastos se sufragan mediante una colecta secreta, y en cada reunión se declarará el estado de caja.
Orden de la reunión
1. La reunión comienza con la oración patricia dicha al unísono y de pié; esta oración viene dentro de este capítulo.
2. Una ponencia o una charla por un seglar, de una duración máxima de quince minutos. No es necesario que dure tanto. Si pasa de quince minutos será, como todo lo excesivo, perjudicial. Tampoco es necesario que el ponente o charlista sea un experto. Lo experto tiende fácilmente a ser demasiado erudito y extenso, y, al comienzo de la reunión, la arruinaría. Algunos han dicho que no hay necesidad de ponencias o charlas, pero salta a la vista que es necesario hacer algún estudio preliminar del asunto que se va a discutir, y, en la práctica esto se consigue solamente si alguien está encargado de hacerlo. Hay que proporcionar a los reunidos materia prima para que ellos la elaboren.
3. A la ponencia o charla sigue una discusión general. Todas las demás partes de la reunión quedan supeditadas a esta discusión, y han de ser orientadas hacia su pleno funcionamiento. Y no podrá haber discusión si los miembros no aportan cada uno su contribución. El problema patricio está en inducir a que intervengan aquellos que inicialmente se sienten incapaces o reacios; problema que hay que solucionar tanto para su propio bien como para la salud de la Iglesia.
Hacia este fin, pues, hay que encaminar todos los medios, superando las influencias adversas. Sería fatal mostrar una actitud poco comprensiva para con cualquier intervención errónea o demasiado simple, que puede darse con frecuencia. Frustraría la finalidad de la asociación: estimular a cada miembro a expresarse sinceramente. Por eso, la libertad de hablar es de suma importancia, y, aunque se digan barbaridades, hay que fomentar esa libertad, teniendo en cuenta que esas mismas barbaridades se están repitiendo fuera como lo más natural, y en un ambiente donde no reciben ninguna corrección.
Lo principal es que se contribuya con ideas, no que éstas sean sabias y ortodoxas. Las contribuciones perfectas podrán ser las que más brillen, pero las corrientes son las que más efecto surten: enseñar a hablar a los cortos de palabra.
Psicológicamente es importante que se dirija la palabra no a una persona distinguida o destacada de la reunión, sino a la asamblea en general. Se trata de que al terminar una intervención, cada oyente se sienta como interpelado por algo que exige un comentario, casi como si fuera una conversación viva entre dos personas. En una conversación íntima vendría inmediatamente la contestación: en la reunión patricia hay que crear una situación análoga.
Este equilibrio psicológico quedaría perturbado si la atención general se distrajera con otra cosa; por ejemplo: si el presidente centrara toda la atención con puntualizaciones y comentarios; o si el ponente interviniera repetidamente para aclarar algunos puntos suscitados por su ponencia; o si el director espiritual tratase de resolver las dificultades tan pronto se presentasen. Cualquiera de estas actitudes sería perjudicial. Transformaría la reunión en una sesión de preguntas y respuestas, interviniendo unos pocos para preguntar, y otros - los expertos - para dar las contestaciones.
Es de desear que cada aportación oral reciba, independientemente de sus méritos, una ovación. Lejos de distraer, el aplauso hará que la atención se centre durante unos instantes sobre lo dicho. Para los tímidos será un estímulo necesario, porque interpretarían el silencio como desaprobación. Además de que normalmente, esa pausa es útil, pues durante ella algunos se preparan para hablar y otros asimilan lo que acaban de oír.
El presidente tiene que ser tolerante con las intervenciones que no procedan. El llamar al orden podría desanimar a toda la asamblea. Pero, si tales intervenciones irrelevantes distraen a otros miembros, entonces convendrá que el presidente les llame la atención.
Para hablar hay que ponerse de pié. Es probable que, estando sentadas, las personas hablen con más soltura, pero se correría el riesgo de que la reunión degenerara en un intercambio desordenado de frases, que no pasaría de ser una charla.
A nadie se le prohíbe volver a intervenir, pero el que todavía no haya hablado tendrá preferencia sobre los demás.
4. La discusión se interrumpe una hora después del comienzo de la reunión. Al llegar a este punto, se declarará el estado de caja, y se avisará a los miembros que, en cuanto acabe su intervención el director espiritual, se pasará la bolsa para la colecta secreta.
5. Luego se sirve algún refrigerio. Este es esencial a la reunión y no debe omitirse. Cumple fines importantes:
a) a la asociación patricia la imbuye de un carácter social muy útil;
b) facilita el intercambio de ideas;
c) suelta las lenguas;
d) ofrece oportunidades de contacto apostólico.
Se ha sugerido que se omita el refrigerio y que se utilice el descanso para otras cosas. En la práctica no sería fácil justificar el descanso sin tomar algún refrigerio.
El descanso durará quince minutos.
6. A continuación viene la charla del director espiritual, también de quince minutos. Todo lo precedente ha sido una preparación para esta charla, que será escuchada con mucha atención. Es un elemento vital, destinado a dar una forma ordenada y correcta al tema de la discusión, elevándolo al más alto nivel, y espoleando a los miembros a un mayor amor y servicio de Dios.
Se ha preguntado por qué no se pone la charla del director espiritual al final de la reunión, pues así podría tener en cuenta todo lo dialogado. La respuesta es: aquí se pretende que esta segunda charla sea un material precioso para continuar la discusión; lo cual sería imposible si se diera al final. Además hay otra razón, más de tener en cuenta en ámbitos de poca formación intelectual: que la primera charla no haya sido bien comprendida por todos los asistentes; y en este caso, al reanudarse el coloquio funcionará el "principio de interpretación", de que se hablará más adelante.
7. Después de la charla del director espiritual continúa la discusión general, hasta cinco minutos antes del fin.
8. Durante esos momentos finales:
a) el presidente expresa brevemente la gratitud de todos al ponente, pero sin formulismos de etiqueta;
b) se fija el tema para la próxima reunión. Los temas han de referirse a la religión, evitando asuntos meramente académicos, culturales, literarios o económicos;
c) se comunica cualquier otro anuncio.
9. Sigue la oración final - el Credo - que rezan todos de pie y al unísono
10. Se clausura la reunión con la bendición del sacerdote, la cual se recibirá de pie, para evitar el desorden que se produce al querer arrodillarse entre sillas.
La duración total de la reunión habrá de ser de dos horas. Es obligatorio cumplir el horario preciso durante toda la reunión. Si algún asunto del programa rebasa sus límites de tiempo, será con perjuicio de los demás, y se perturbará el equilibrio del conjunto. Al final de este capítulo se indican las distintas partes de la sesión y su horario.
No debe haber recapitulaciones. Si han quedado sin resolverse materias importantes, no hay que preocuparse; habrá otras reuniones, y al final aparecerá la solución buscada.
No se imponen trabajos. No se señalan tareas por parte de la asamblea. No hay que presionar a los miembros para que asuman actividades extraordinarias. Pero si deberán utilizarse todos los contactos de amistad desarrollados para estimular a los miembros en todos los sentidos, particularmente a que se hagan socios legionarios activos o auxiliares, o adjutores. Estos contactos sabiamente utilizados, servirán a los patricios de medio para poder emitir impulsos tan fuertes que beneficiarán a toda la sociedad.
ALGUNOS PRINCIPIOS PATRICIOS
1. La psicología del grupo. El hombre necesita la ayuda de otros hombres, y por eso se forman grupos; el grupo ejerce su influencia a medida que tenga reglas y espíritu; el individuo se esfuerza por mantenerse al nivel del grupo al que pertenece, para bien o para mal; el hombre deja de ser puramente pasivo y participa en la vida del grupo si se encuentra en él a gusto, será una fuerza. Aplicado esto a los patricios, significa que en todos ellos -hasta en los más torpes- se ejerce una influencia silenciosa pero irresistible, para que vayan asimilando lo que oyen y se pongan al corriente de otras maneras. Pero, aun consiguiéndose todo esto, un grupo puede dejar de avanzar. Contra este peligro reacciona la asociación patricia teniendo oficiales de buen espíritu y otros miembros que aseguren la circulación de ideas superiores. Gracias a la fuerza de esta psicología del grupo, estas ideas serán asimiladas por los miembros, y será posible hacer crecer constantemente al conjunto en calidad.
2. Las pausas penosas. Los largos silencios entre una y otra intervención pueden resultar desconcertantes. El presidente sentirá la tentación de presionar a los miembros para que rompan a hablar. Sería una equivocación, porque se crearía una sensación de tensión, y los miembros se sentirían menos dispuestos a hablar. Conviene recordar que las familias no sienten necesidad de estar continuamente hablando, y se sienten cómodos cuando se hacen pausas normales en la conversación. Por eso, al presentarse esos silencios, que todos sigan sentados plácidamente, como lo harían en sus casas. El silencio ya se romperá, y, cuando se rompa, será seguido de ordinario por un ambiente de tranquilidad, en que las lenguas se desatarán libremente.
3. Aplazando la solución. En general hay dos maneras de resolver un problema: una es pedir inmediatamente la solución a un experto en la materia; la otra es procurar encontrarla uno mismo.
La primera parece directa y sencilla, y en ella se basa la mayor parte de la enseñanza. Sus defectos son que la respuesta no se entiende sino a medias, y que así no se desarrollan los recursos de los discípulos y su sentido de responsabilidad.
El segundo método es más laborioso: devuelve el problema a los aprendices, que han de esforzarse ellos mismos; cuando ellos empiezan a esbozar una solución, entonces se les guía expertamente; otra vez se les devuelve el problema para que luchen por encaramarse un poco más alto en busca de la solución. El resultado final de este proceso de autoayuda orientada es que habrán aprendido de verdad. Habiendo buscado la solución con sus propios esfuerzos, la aprecian, la recuerdan, y habrán cobrado confianza para el porvenir.
Éste es el método patricio. Es un método que exige además que, cuando se diga algo disparatado, no sea corregido inmediatamente por la autoridad, sino que se deje al ritmo de la discusión. Lo más probable es que se elimine el error; si se mantiene un error grave, es preciso corregirlo, pero no de modo que humille. Recordemos a María enseñando a su Hijo.
4. Haciendo preguntas. Los métodos de formación a base de conferencias reconocen la conveniencia de provocar en el auditorio una reacción, y por eso invitan a hacer preguntas. Algunos aceptan la invitación, hacen sus preguntas, y el conferenciante contesta. Semejante proceder no está en conformidad con los patricios: vienen a ser una interrupción de la discusión, algo así como un corto circuito en la electricidad. Al principio, a muchos de los presentes se les ocurrirá dirigir preguntas a solo uno de los miembros destacados de la reunión; si estos contestan, adiós la discusión, porque la reunión se habrá convertido en una clase; y adiós los miembros, porque se marcharán.
La regla de oro es que todo el que hace una pregunta relacionada con el tema de la discusión tiene que completar la pregunta exponiendo sus propias ideas sobre el tema. La experiencia dice que es útil devolver la pregunta a la asamblea para que continúe la discusión.
5. El principio constructivo de los patricios. Está bien pensar en la formación como en un edificio que se construye sumando conocimiento sobre conocimiento, como piedra sobre piedra; pero la asociación patricia actúa, no sumando, sino multiplicando: construye con piedras vivas, en el sentido de que cada nuevo conocimiento se enlaza con todas las ideas anteriormente expresadas, y de ahí brota un conocimiento realmente nuevo, el cual, a su vez, es positivamente influido por los otros; se modifican las opiniones y surgen ideas nuevas.
Esta compleja y rica operación, dirigida sabiamente por la gracia, tiene que producir necesariamente en cada miembro una fermentación provechosa; pero no en él solo, sino también en todos los demás, como si fuera la corriente de un río que arrastrara las ideas y las voluntades de todos los reunidos, dándoles un impulso positivo hacia adelante y así, una fe estancada y una mentalidad religiosa rudimentaria, al verse afectada por esta corriente de energía y de orientación, experimenta forzosamente una transformación vital.
6. Miembros destacados. Así como el praesidium depende de sus oficiales, así depende la asociación patricia de sus miembros más destacados. Pero estos han de tener cuidado de no rebasar los límites de su cargo, porque, si lo hacen, empobrecen la actuación de los miembros menos destacados, y desvían la reunión hacia el método escolar. Es vital que el director espiritual, el presidente y el ponente se mantengan dentro de los límites de tiempo y demás a ellos señalados, por tentador que sea lo contrario. La gente sencilla - es decir, la mayoría - se siente incómoda en presencia de la ciencia y de la autoridad. Los oficiales patricios, para la comunión efectiva del saber, han de obrar según la fórmula dada por nuestro Señor: aprended de mí que soy manso y humilde de corazón (Mt.11,29). Cuanto más se eclipsen los miembros destacados durante la discusión, tanto más libremente fluirá ésta. Lo cual no quiere decir que no puedan intervenir fuera de los tiempos específicamente señalados para ellos; podrán intervenir como los demás miembros, pero con tal de que lo hagan comedidamente.
7. El "principio de interpretación”. Entre todos los principios de la asociación patricia sobresale el llamado "principio de interpretación". Gracias a este principio, se ponen al alcance de todos las intervenciones que, por una razón u otra, trasciendan la capacidad intelectual de la mayoría de los miembros. En consecuencia, las ideas nuevas y difíciles pueden ser expresadas por unos y, poco a poco, asimiladas por aquellos miembros más sencillos.
Este don de establecer una base común de pensamiento entre los que saben más y los que saben menos, es de gran valor, y actúa de la siguiente forma: supongamos que la primera ponencia, o cualquier otra intervención, es de un estilo tan nuevo que solamente la entiende un diez por ciento de los oyentes. Si fuera una conferencia ordinaria, sería tiempo perdido, pero, con el método patricio, algunos de ese diez por ciento que han entendido lo expuesto empiezan a discutirlo, y lo van haciendo en consonancia con la capacidad de la mayoría de los miembros. Y así, la ponencia o discusión difícil se va poniendo al nivel de la inteligencia común.
Entonces rompen otros a hablar, y finalmente se hace del dominio común, mediante una acción que podríamos comparar al moler del trigo hasta conseguir harina. Han quedado interpretadas o traducidas para la capacidad general de todos los miembros todas aquellas oscuridades contenidas en la ponencia o charla original. El resultado es que ninguna participación queda sin provecho.
Esta característica de los patricios posee un valor singular en las condiciones primitivas, como las de un país de misión. Allí tiene el misionero la difícil tarea de enseñar íntegramente el catolicismo a gente cuyo idioma no llega a entender perfectamente, y cuya mentalidad dista tanto de la suya. Las posibilidades interpretativas de los patricios tienden un puente sobre esos abismos.
8. Ofreciendo a Dios algo que elaborar. Aquí no se trata sólo de reunir unas cuantas piedras para hacer con ellas una estructura, se trata de construir - con nuestras facultades aunadas por la gracia sobrenatural - un edificio mucho mejor que los materiales de que naturalmente disponemos.
Tenemos que darnos cuenta de que en el campo de la religión revelada nadie posee soluciones completas. Siempre han de intervenir la fe y la gracia. Aun la argumentación más sabia podrá ser insuficiente para llenar las deficiencias, pero esto no quiere decir que las manifestaciones menos sabias carecen de utilidad. El hecho es que Dios toma en sus manos la contribución más pobre y hace algo con ella. Cuando todos hayan contribuido lo mejor que puedan, ¿quién sabe si el hueco que parecía imposible de llenar quedará abierto?. Nunca sabemos si es que ese hueco era más pequeño de lo que pensábamos, o si la contribución humana fue mayor de lo que parecía, o si Dios compensó lo que faltaba. Eso no lo podemos decir. Pero se ha hecho el trabajo completo.
Lo dicho aquí ha de ser siempre nuestra filosofía, y no debemos limitarla a la asociación patricia. Cada uno debe aportar su contribución, aunque crea que es insuficiente. Más vale un esfuerzo pobre que ninguno. La obra de convertir al mundo es cuestión de aplicación del esfuerzo católico; pero, mientras cada católico individual siga diciéndose a sí mismo: "No sé lo suficiente, mejor es callarme", los esfuerzos de la Iglesia resultarán insuficientes. Por desgracia, esta es la situación, y la asociación patricia aspira a transformarla.
ORACIÓN DE LOS PATRICIOS
(La rezarán todos al unísono y de pie)
En el nombre del Padre, etc.
Adorado Señor,
bendice la Sociedad de los Patricios
en la cual hemos ingresado
para estar más cerca de Ti
y de María, tu Madre,
que es también Madre nuestra.
Ayúdanos a conocer nuestra fe católica,
de modo que sus poderosas verdades
se hagan principio de actividad en nuestras vidas.
Ayúdanos también a entender
tu íntima unión con los hombres
por la cual éstos no sólo viven en Ti,
sino que dependen también los unos de los otros,
de tal manera que, si alguno falla,
todos sufren por ello y aun podrían perecer.
Danos capacidad para vislumbrar
la dura pero gloriosa responsabilidad
que se nos ha encomendado,
y anhelar el cumplirla por Ti.
Sabemos lo que somos;
nuestra naturaleza se resiste,
nos sentimos incapaces de ofrecerte nuestros hombros.
Pero confiamos en que Tú mirarás nuestra fe
más que nuestra fragilidad,
y las necesidades de tu obra
más que la insuficiencia de los instrumentos.
Así, pues, uniendo nuestra voz
a las plegarias maternales de María,
pedimos a tu Padre celestial y a ti
el don del Espíritu Santo,
que habite con nosotros,
para que nos enseñe su doctrina de vida,
dándonos todo lo que necesitamos.
Concédenos también que,
habiendo sido bondadosamente dotados,
podamos dar generosamente;
de otra manera, el mundo podría no recibir
los frutos de tu Encarnación y de tu dolorosa muerte.
¡No permitas que una labor y un sufrimiento tan grandes
sean vanos! Amén.
En el nombre del Padre, etc.
HORARIO DE LA REUNIÓN
a) Grupos ordinarios
0,00 Oración patricia, (rezada al unísono y todos de pie).
Ponencia por una persona seglar, (limitada a 15 minutos).
0,15 Discusión.
0,59 Estado de caja y aviso de que se pasará la bolsa secreta inmediatamente después de la alocución
del sacerdote.
1,00 Descanso para el refrigerio.
1,15 Plática por el sacerdote, limitada a 15 minutos.
1,30 Se continúa la discusión.
Colecta secreta.
1,55 Anuncios: fecha y temas de la próxima reunión, etc.
2,00 El Credo, (rezado por todos al unísono y de pie).
Bendición del sacerdote, (que se recibe de pie).
b) Grupos en colegios y juveniles
En los casos en que resulta realmente imposible celebrar la reunión según el método ordinario, se permite celebrarla de forma abreviada, con una hora y media de duración total.
Estos casos son los de los grupos dentro de colegios e instituciones, y donde los miembros sean menores de 18 años de edad.
0,00 Oración patricia, seguida de la ponencia por un seglar de cinco minutos de duración.
0,05 Discusión durante 40 minutos.
0,45 Descanso de 10 minutos. Se puede omitir el refrigerio.
0,55 Charla por el director espiritual, de 10 minutos.
Se puede omitir la colecta secreta.
1,05 Se continúa la discusión durante 20 minutos.
1,25 Anuncios, como anteriormente.
1,30 El Credo, etc., como anteriormente.
"La asociación patricia es cosa de familia. Una conversación sobre los asuntos que interesan a todos, abierta, sincera y salida del corazón, es una de las delicias de la vida familiar.
Nosotros, los cristianos, como hermanos que somos de Cristo, pertenecemos a la familia de Dios. Pensar en nuestra fe, comentarla y discutir su aplicación con el espíritu con que nuestro Señor y los apóstoles charlaban de las enseñanzas del día, al fin de la jornada, en Galilea: tal es el espíritu de los patricios.
Conocer a Jesucristo como el Maestro maravilloso y amable, como el Amo y Señor que es, significa que tenemos que empapar nuestras mentes en sus verdades salvadoras, y sentirnos perfectamente a nuestras anchas al hablar de religión, exactamente como gustamos de hablar de nuestros hijos, nuestra casa, nuestro trabajo. El Espíritu Santo concede a todos unas claras intuiciones de la verdad de Cristo. Estas intuiciones las compartimos con otros en la reunión patricia, y nosotros por nuestra parte, aprendemos de ellos. Allí somos testigos de Cristo, y nuestros corazones arden dentro de nosotros mientras Él nos habla por boca de nuestro prójimo.
En la asociación patricia -y mediante ella- Dios se nos acerca; sus verdades nos impresionan más hondamente; y la Iglesia se nos hace más real, como un campo para nuestra acción evangelizadora. Las mentes se iluminan mutuamente; los corazones se encienden con la fe; Cristo crece en nosotros" (P.J. Brophy).
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