CAPITULO 40
PREDICAD EL EVANGELIO A TODAS LAS CRIATURAS (Mc 16,15)
1. SU ÚLTIMO TESTAMENTO
Las palabras de la última despedida, aun pronunciadas con la debilidad natural, adquieren siempre cierta solemnidad. ¿Qué diremos entonces de este precepto con que se despidió nuestro Señor de sus apóstoles: Id por todo el mundo y predicad el Evangelio a todas las criaturas? (Mc 16,15). Terminaba su vida de Legislador en la tierra, y estaba a punto de subir a los cielos. Ocasión más imponente que la del Sinaí. Bien puede decirse que este mandato es su última voluntad, su testamento. Y estas palabras las pronunció Jesucristo estando ya revestido de la gloria de la Santísima Trinidad.
Estas palabras destacan la nota más alta de la fe cristiana. Es una fe que debe esforzarse con inextinguible ardor por llegar a todos los hombres. Pero, desgraciadamente, a muchos les falta esa nota esencial. No se va en busca de los otros, ni dentro del redil ni fuera de él. Se ignora el mandamiento de nuestro Señor en el momento de su Ascensión. ¡Y a qué precio!: al precio de la pérdida de la gracia, de la disminución, el decaimiento y aun la extinción de la fe. Basta dar una ojeada en derredor nuestro, para ver los muchos lugares que han pagado ya ese terrible precio.
Cuando Cristo dijo "a todas las criaturas", quiso decir a TODAS. Tenía delante de sí, a cada hombre particular; por él, para redimirlo, vivió y murió. "Llevó corona y cetro, rey de dolor y mofa; pedía el populacho su muerte ignominiosa; cargó su propia cruz; apurando la copa de penas mil, angustias, desmayos, sed agónica, al fin, abandonado, dio su vida en el Gólgota.”
¡Que no se pierda una labor tan grande! ¡Que esa sangre preciosa llegue a tocar a todos y a cada uno por los que se derramó tan pródigamente!. Esta es la misión cristiana, que nos impulsa poderosamente a acercarnos a todos los hombres, en todas partes: a los más pequeños, a los más notables, a los cercanos, a los alejados, a la gente sencilla, a los hombres más malvados, a la choza remota, a todos los afligidos, a los de entraña diabólica, al faro más solitario, a la "Magdalena", al leproso, a los olvidados, a las víctimas del vicio y de la bebida, a los delincuentes, a los que viven en cuevas o en caravanas, a los empeñados en contiendas militares, a los que se esconden, a sitios no frecuentados, a los despojos de la humanidad, al tugurio más oculto, al desierto quemado por el sol, a la selva más espesa, a la tenebrosa marisma, a la isla desconocida, a la tribu ignorada, hasta lo más recóndito, para ver si alguien existe allí, hasta los confines del mundo se apoya por el arco iris... ¡Nadie se escape a nuestra búsqueda, para que no veamos severo al bondadoso Jesús!.
Este precepto final tiene que obsesionar -por decirlo así- a la Legión de María. La Legión tiene que tener como principio básico el establecer contacto, sea el que fuere, con todas las personas de su alrededor. Si esto se hace -y es factible-, y si se consigue que la Legión penetre por doquier -y no tardará-, entonces el mandato del Señor irá llegando a su pleno cumplimiento.
Fijémonos bien: nuestro Señor no manda que convirtamos a todos los hombres, pero sí que nos acerquemos a cada uno. Lo primero no está a nuestro alcance; pero lo segundo -el acercarnos a todos -no es imposible. Y si alguna vez llegásemos a establecer ese contacto personal con cada uno de los hombres, ¿qué sucedería? Ciertamente habría consecuencias: porque nuestro Señor no manda que demos pasos inútiles. Cuando se haya hecho ese acercamiento a todos los hombres, por lo menos se habrá cumplido el divino precepto, y eso es lo que importa. Lo que sucede después, ¿quién lo sabe? A lo mejor se avivarían los fuegos de Pentecostés.
Muchas personas celosas creen que, si ellas trabajan individualmente hasta donde alcanzan sus fuerzas, habrán hecho todo lo que Dios espera de ellas. Desgraciadamente, esos esfuerzos individuales no las llevarán muy lejos, ni quedará satisfecho el Señor con ese trabajo individualista, ni tampoco suplirá Él lo que ellas no podrán emprender por trabajar así, aisladas. No: hay que emprender la obra del apostolado como cualquier otra obra que exceda la capacidad del individuo; es decir, hay que movilizar y organizar hasta que los comprometidos sean suficientes.
Este principio de movilización, este esfuerzo por alistar a otras personas para que unan sus esfuerzos a los nuestros, es elemento vital de nuestro deber común. Y este deber incumbe, no solamente a las altas jerarquías de la Iglesia, no sólo a los sacerdotes, sino a todo legionario y a todo católico. El día en que saltase de cada creyente una sola chispa de verdadero fuego apostólico será testigo de una conflagración universal.
"Os daréis cuenta de que vuestra capacidad para obrar estará siempre a la par de vuestros anhelos y de vuestro progreso en la fe. Porque no sucede en los beneficios celestiales lo mismo que en los de la tierra: cuando se trata de recibir el don de Dios, no estáis restringidos a ninguna medidas ni límite; el manantial de la divina gracia fluye sin cesar, no tiene linderos fijos, ni cauces estrechos para retener las aguas de la Vida.
Estimulemos una sed ardiente de esas aguas, y abramos nuestros corazones para recibirlas, porque tanto fluirán en nosotros cuanto nos permita recibir nuestra fe" (San Cipriano de Cartago).
2. LA LEGIÓN DEBE DIRIGIRSE A CADA PERSONA EN PARTICULAR
Primero: No nos dejemos deslumbrar por la multitud de comuniones en la misa de la mañana; hay contrastes horribles: familias enteras donde todo está desquiciado, barrios completos donde reina la corrupción y la maldad, donde el pecado se halla como entronizado y rodeado de su corte.
Segundo, recordemos que el pecado - aunque se haga doblemente repulsivo en dichos sitios por estar allí condensado - no es menos vil y abominable cuando está más difundido.
Tercero: allí se presentan los frutos ya maduros de los pecados castigados en el mar Muerto, pero las raíces se extienden bajo el suelo por todos los rincones del país.
Segundo, recordemos que el pecado - aunque se haga doblemente repulsivo en dichos sitios por estar allí condensado - no es menos vil y abominable cuando está más difundido.
Tercero: allí se presentan los frutos ya maduros de los pecados castigados en el mar Muerto, pero las raíces se extienden bajo el suelo por todos los rincones del país.
Dondequiera que se infiltre el abandono religioso o levante cabeza el pecado venial, allí hay tierra abonada para todas las abominaciones. El apóstol -esté donde esté- tiene trabajo a mano. Aunque no se dijeran más que unas palabras de consuelo a algún pobre anciano en un hospital, o se enseñara a los niños a hacer la señal de la cruz y a balbucir una contestación a "¿Quién hizo el mundo?", se estaría dando, conscientemente o no, un duro golpe a todas las maquinaciones del mal.
Cuarto -y éste es un mensaje alentador para el apóstol, propenso a desanimarse ante el mal que domina el mundo- esos mismos desórdenes que acabamos de mencionar no son incurables. Hay un remedio -y es el único-: la aplicación intensa y paciente de los medios sobrenaturales de que dispone la Iglesia.
Cuarto -y éste es un mensaje alentador para el apóstol, propenso a desanimarse ante el mal que domina el mundo- esos mismos desórdenes que acabamos de mencionar no son incurables. Hay un remedio -y es el único-: la aplicación intensa y paciente de los medios sobrenaturales de que dispone la Iglesia.
Bajo esa corteza de depravación, cuyo mero esbozo hace estremecer, se esconde una fe que en algunos momentos buenos suspira por la virtud. Y si en esos momentos hubiera alguien que ayudara, animara y hablara de cosas mejores, infundiendo la esperanza de que para todo hay remedio, se podría llevar al sacerdote y a los sacramentos aun a la persona más depravada. Recibidos los sacramentos, se produce una transformación que nunca se borrará por completo.
Tan manifiesto es frecuentemente el poder de Cristo en sus sacramentos, que quedamos atónitos al ver que se repite ante nuestros ojos el milagro de una vida totalmente cambiada: un nuevo Agustín o una nueva María Magdalena, aunque sea en escala menor. En otros, la curación será menos sorprendente: los malos hábitos y las influencias del pasado dominarán todavía su vida, y seguirán nuevas caídas y nuevas enmiendas. Es probable que nunca se hará de ellos lo que podríamos llamar unos buenos ciudadanos; pero el elemento sobrenatural influirá tal vez lo suficiente en sus vidas como para conducirlos por fin al puerto de la salvación. Si se logra esto, se habrá alcanzado la gran victoria final.
Para el legionario de fe sencilla y animosa habrá pocos fracasos, aunque él o ella trabaje en los lugares más oscuros y llenos de maldad. La regla es breve: difúndase la frecuencia de los sacramentos y la práctica de las devociones populares, y se derretirá el pecado ante sus mismos ojos. Hágase el bien en cualquier parte y todos saldrán beneficiados; basta con abrir brecha en un punto cualquiera. Sírvase el legionario de armas adecuadas para la necesidad del momento. Por ejemplo: si en una casa hay seis familias alejadas de la misa y de los sacramentos, y todas son difíciles de convencer, ¿no podrá el legionario inducir a una de ellas a hacer algo que cueste menos? Si consigue entronizar el Sagrado Corazón en esa familia, está ganada la batalla. Poco a poco esa familia se irá levantando, y las demás seguirán su ejemplo; por fin, aquellos que con el mal ejemplo habían sido arrastrados mutuamente al vicio, se animarán ahora unos a otros a la virtud" (P. Miguel Creedon), primer director espiritual del Concilium Legionis Mariae).
“Este ladrón robó el paraíso. Nadie antes de él recibió tal promesa; no Abrahám, ni Isaac, ni Jacob, ni Moisés, ni los profetas, ni los apóstoles. ¡El ladrón arrebató el primer puesto!. Pero también su fe fue superior a la de todos ellos. Veía a Jesús atormentado, y le adoró como si estuviera en su gloria. Le veía clavado en la cruz y le suplicó como si estuviera sentado sobre un trono. Le veía condenado y le pidió un favor como a un rey. ¡Oh admirable ladrón! ¡Tú viste a un hombre crucificado y le proclamaste Dios!" (San Juan Crisóstomo).
3. LA RELACIÓN ESPECIAL CON NUESTRAS IGLESIAS HERMANAS DE LA TRADICIÓN ORTODOXA
La obra de llevar el mensaje de Jesucristo a toda persona, que, en palabras del Papa Pablo VI es "la función esencial de la Iglesia" (EN, 14), está vinculada estrechamente con ese otro gran compromiso de la Iglesia que es fomentar la reconciliación y la unidad entre los cristianos. Recordamos aquí la oración de nuestro Señor en la Última Cena: Para que todos sean uno; para que, así como tú, Padre, estás en mí, y yo estoy en ti, sean ellos uno en nosotros; para que crea el mundo que tú me has enviado (Jn 17, 21).
Después del Concilio Vaticano II (1962.1965), la unidad de los cristianos es, en estos tiempos, una de las prioridades más importantes de la Iglesia católica, ya que, según señala el mismo Concilio, "la división entre los cristianos contradice abiertamente la voluntad de Cristo, escandaliza al mundo y perjudica la más santa de las causas: la predicación del Evangelio a toda criatura" (UR, 1).
En el contexto de lo indicado arriba, la siguiente cita de la Carta Apostólica del Papa Juan Pablo II, Orientale lumen (La luz del Oriente) (OL), escrita para ayudar a restaurar la unidad con todos los cristianos de Oriente, es de la mayor importancia.
"En efecto, dado que creemos que la venerable y antigua tradición de las Iglesias orientales forman parte integrante del patrimonio de la Iglesia de Cristo, la primera necesidad que tienen los católicos consiste en conocer esa tradición, para poderse alimentar de ellas y favorecer, cada uno en la medida de sus posibilidades, el proceso de la unidad.
Nuestros hermanos y hermanas orientales católicos tienen plena conciencia de ser, junto con los hermanos y hermanas ortodoxos, los portadores vivos de esa tradición. Es necesario que también los hijos de la Iglesia católica de tradición latina puedan conocer con plenitud ese tesoro y sentir así, en unión con el Papa, estos dos anhelos: el de que se restituya a la Iglesia y al mundo la plena manifestación de la catolicidad de la Iglesia, que no se expresa por una sola tradición, ni mucho menos por una comunidad contra la otra; y el de que todos nosotros podamos gozar plenamente de ese patrimonio - revelado por Dios e indiviso - de la Iglesia universal, que se conserva y crece tanto en la vida de las Iglesias de Oriente como en las de Occidente" (OL, 1).
Más adelante, el Santo Padre, al hablar de las Iglesias Ortodoxas, dice: Ya nos une un vínculo muy estrecho. Tenemos en común casi todo; y tenemos en común, sobre todo, el anhelo sincero de alcanzar la unidad" (OL, 3).
Estas Iglesias orientales son verdaderamente nuestras Iglesias hermanas. Debemos fomentar en todos los aspectos posibles la reconciliación y unidad entre nosotros, de acuerdo con la mente de Cristo y de acuerdo con los principios del documento Unitatis redintegrátio (UR) del Concilio Vaticano II.
En los puntos siguientes de este capítulo, lo que se dice con relación a la conversión de aquellos que no son católicos, no se aplica a nuestros hermanos y hermanas de las Iglesias Ortodoxas.
4. BUSCANDO CONVERSIONES A LA IGLESIA
"La Iglesia no tiene otra razón de existir que la de extender por el mundo el Reinado de Cristo, y la de hacer partícipes a todos los hombres en la obra salvadora de nuestra Redención" (Pío XI). Triste cosa es que los católicos vivan en medio de multitudes que no son de la Iglesia, y que pongan tan poco de su parte para hacerlas entrar en ella. A veces, esta negligencia proviene de creer tan difícil el problema de atender a los de dentro, que no hay energías para interesarse por los de fuera. Al fin, ni se preserva a los de dentro ni se gana a los de fuera.
No le quepa a nadie la menor duda: es preciso llevar la fe a cuantos viven fuera de la Iglesia. Las timideces, los respetos humanos y las dificultades de todo género han de ser arrolladas por el ansia suprema de repartir el tesoro santo de nuestra fe entre aquellos que no lo poseen. Es menester predicar el Evangelio a toda criatura humana. Y San Francisco Javier pensaba que, para conseguirlo, hay que actuar como hombres que han perdido el juicio. Otros aconsejarán la prudencia. Cierto que mucho depende de esta virtud, pero sólo dentro de los debidos límites. La prudencia tiene que resguardar la actividad, no matarla; en toda organización debería tener la prudencia el oficio de freno, no el de fuerza motriz, como se empeñan en imaginar algunos. Y, luego, estos mismos son los que se lamentan de la falta de actividad.
¡Cuánta necesidad hay de tales hombres, fuera de sí, locos, que no piensan en tomar precauciones egoístas, que no se dejan vencer por el miedo creado por el egoísmo, que viven libres de rastreros temores, pero sin incurrir en los dos extremos opuestos, condenados por el Papa León XIII con el nombre de "excesos criminales": ¡la temeridad y la prudencia de la carne! El tiempo pasa, y arrastra a la humanidad en su impetuosa corriente. Vayamos sin dilación en socorro suyo; porque, si no nos apresuramos, salvaremos tal vez a otros hombres, pero no a esos que se habrán hundido ya en el abismo de la eternidad.
"A fuerza de repetir que ciertas personas no están todavía dispuestas a recibir el Evangelio, acabará uno por no estar dispuesto a llevárselo" (Cardenal Suenens).
Fuera de la Iglesia, los hombres fluctúan en un mar de dudas. Sus corazones anhelan la paz: lo que les falta es darse cuenta de que en la Iglesia católica hallarán realmente la fe y la paz que buscan. Y el primer paso para convencerlos de esto es, necesariamente, hablar con ellos. ¿Cómo van a entender la verdad, si nadie se la enseña? (Hch 8, 30-31). ¿Cómo desterrar los más fantásticos prejuicios, si los mismos católicos mantienen siempre y de propósito un reservado silencio? Si los no creyentes no ven más que frialdad en el porte de los católicos, mucho les costará creer que en sus corazones llamea una fe viva y ardiente; y si, al ver el poco entusiasmo externo de la religión católica, concluyen que poco o nada se diferencia de su falta de fe, ¿acaso son del todo responsables?
Es común pensar que lo más que se puede hacer por la Iglesia, es divulgar los derechos de la fe católica por radio, o anunciarla en la gran prensa diaria o en reuniones públicas. Todo lo contrario: cuanto menor sea el contacto personal, tanto menos eficaz será la comunicación de las verdades de nuestra fe. Si el número de conversiones estuviera en proporción al alcance de los medios modernos de comunicación social, la época actual tendría que ser testigo de conversiones en gran escala. Desgraciadamente, el hecho es que cuesta mantener íntegro el número actual.
No: para que el trato con los hombres dé resultado, tiene que ser personal e íntimo. La radio, la prensa, etc., pueden hacer un papel estimulante o de colaboración en el plan de llevar a esas "otras ovejas" al Buen Pastor, pero el eje del Plan ha de ser el influjo de un alma individual sobre otra. "Es ley del mundo espiritual - dice Federico Ozanam - que un alma eleve a otra atrayéndola a sí". En otros términos: tiene que entrar en vigor el precepto de la caridad; pero el don, sin la entrega del donante, es un don incompleto.
Con sobrada frecuencia el católico se comporta como si estuviera imposibilitado para todo. Se imagina a los que están fuera de la Iglesia tan aferrados a sus prejuicios o ignorancia, que nadie podrá convencerlos. Ciertamente, sus prejuicios son muchos, vienen de siglos atrás, son casi congénitos, y la educación que reciben no hace más que aferrarlos en su sentir. ¿Con qué armas, pues, acometerá el simple fiel a todas estas fuerzas ordenadas de la incredulidad? No tema: en la fe católica, aun en su exposición más sencilla, posee y blande una espada fulgurante cuya eficacia está expresada en estas valientes palabras de Newman: "Siento vibrar en mí intensamente el poder conquistador de la verdad, de aquella verdad que lleva la bendición de Dios; una verdad cuyo dominio podrá retardar Satanás, mas nunca impedir".
Pero todo católico debe también recordar este otro principio, al cual ha de ser fiel: "La verdad, en sus luchas contra el error, nunca se enoja. El error, al combatir la verdad, nunca conserva la tranquilidad" (De Maistre). Lo hemos dicho repetidamente en estas páginas, y con insistencia: nuestra manera de acercarnos a los hombres que queremos ganar tiene que parecerse a la del Buen Pastor. Nada de polémica, ninguna imposición. Toda palabra respire humildad, cariño, sinceridad. Y las acciones, lo mismo que las palabras, deben hacer resaltar esta realidad esencial: un fondo de fe sincera.
Obrando de este modo, pocas veces causarán los legionarios disgustos serios, y nunca dejarán de producir profunda impresión, lo cual dará frutos de conversión en muchísimos casos.
El doctor Williams, que fue arzobispo de Birmingham, solía decir: "Tengamos siempre en cuenta que la religión es cuestión de captarla más que de aprenderla: es una llama que prende fuego de una persona a otra, se difunde por el amor y no de otro modo. La aceptamos solamente de manos de aquellos que se portan con nosotros como amigos. Los que se nos presentan como indiferentes u hostiles no nos pueden recomendar la religión".
Ya que se necesita el contacto personal, es evidente que el número de casos de que puede encargarse cada socio es muy limitado. Por consiguiente, para lograr numerosas conversiones se requieren muchos apóstoles. Los alistados en las filas de la Legión tienen que ser muchos más.
Sea cual fuere su método de proceder, los legionarios deben atender a los puntos siguientes:
a) Trabajen en el estudio, y no sólo como preparación para la discusión, sino más bien para estar en disposición de ayudar a todo aquel que busque sinceramente la verdad.
b) Visiten a los ya convertidos para proporcionarles amistades católicas, o para alistarlos -si reúnen las condiciones debidas- en las filas de la Legión. Nadie mejor que ellos para resolver las dificultades de sus antiguos correligionarios.
c) Se enterarán de quienes comenzaron la formación católica y la dejaron, informándose con los responsables de esta labor de catecumenado, e irán a buscarlos y se pondrán al habla con ellos. La experiencia demuestra que la falta de perseverancia se debe no tanto a que se haya perdido el deseo de hacerse católico cuanto a circunstancias fortuitas, que interrumpen la continuidad en las clases; y la vergüenza o la pereza impiden luego el reanudarlas.
d) Abundan las oportunidades de establecer contacto con acatólicos. Los legionarios podrán hacerles mucho bien si se portan con ellos de una manera verdaderamente cristiana. A los católicos afligidos por ansiedades, penas o sufrimientos de cualquier género, el legionario les aconsejará que recen, o que lean algún libro capaz de consolarlos; les hablará del amor de Dios, de la maternidad de María, con el deseo de animarlos y endulzar sus penas. Pues lo mismo se puede hacer con los no-católicos, en los frecuentes periodos de prueba que agitan su vida. Y, sin embargo no se hace. El tema de la religión se declara tabú. No se expresan más que sentimientos mundanos, que no consuelan y nada consiguen. Los legionarios disponen de ocasiones perfectas para acercarse a las personas afligidas, porque en tiempos de prueba, cuando falla todo apoyo humano, sus palabras espirituales serán recibidas con gratitud, y, bien cultivadas, podrán ser semillas destinadas a producir grandes frutos.
e) En muchísimas partes se ha organizado un plan de retiro espiritual de un día para los acatólicos. El plan corriente comprendería: misa, tres conferencias, sesión de preguntas y respuestas, comida, merienda, Bendición y a veces una película (sobre la misa, por ejemplo) con comentario hablado.
Si para estos retiros se puede conseguir el uso de una casa religiosa, se lograría un ambiente ideal, y se desvanecerán las incomprensiones y los prejuicios.
El procedimiento es el siguiente: se determina qué día se va a tener el retiro, y luego se mandan imprimir tarjetas de invitación, con el horario del retiro en el reverso. Por medio de los legionarios de la zona -y mediante cualquier otra colaboración posible-, estas tarjetas son entregadas a los acatólicos, explicándoles el sentido del retiro. En ningún momento han de distribuirse estas tarjetas de una forma indiferente, como si fueren anuncios ordinarios: el uso acertado de las tarjetas lleva consigo un elemento psicológico que ayuda mucho. Es más, hay que guardar una lista de los que se ofrecen a distribuir las tarjetas, y, después, analizar la distribución de las mismas. Se entregarán tarjetas solamente a aquellos que den por lo menos alguna esperanza de que irán al retiro.
Si el legionario -u otro colaborador suyo- acepta una de estas tarjetas, es que acepta el compromiso de encontrar a alguien dispuesto a hacer el retiro. Mientras no se encuentre, queda la tarjeta en poder del distribuidor a modo de reproche y como recordatorio del trabajo sin cumplir.
Ha sido costumbre que cada acatólico vaya acompañado por el amigo católico que le haya persuadido de asistir. La razón es que, así, el acatólico no sentirá tanta extrañeza, al verse en un ambiente para él tan inusitado: además el católico le podrá ayudar en las preguntas, y le animará a recurrir al sacerdote en el transcurso del retiro. No hay obligación de permanecer en silencio. Pueden asistir damas y caballeros.
Estos retiros deberán mantener su propia finalidad. No deben admitirse personas ya convertidas ni católicos negligentes.
Cuantos más sean invitados, más asistirán; y cuantos más hagan el retiro, mayor será el número de conversiones. La experiencia ha demostrado que se da esta relación directa. Por consiguiente, si duplicamos el número de contactos iniciales - lo cual está ciertamente a nuestro alcance-, se duplicará también el número de las conversiones.
Que sean todos uno. Como tú Padre mío estás en mí y yo estoy en ti, que estén también ellos en nosotros (Jn 17,21)
“Quitad lo que aportó la santísima Virgen al testimonio evangélico, hacedla desaparecer como testigo del cristianismo, y hallaréis, no ya un eslabón roto, sino la ausencia de todo engarce; no sólo un hueco o hendidura, sino la falta de todo fundamento. La fe de todas las épocas y naciones en los prodigios de la Encarnación descansa sobre un solo testimonio, y sobre una sola voz: la de María Santísima" (Cardenal Wiseman, Las acciones del Nuevo Testamento).
5. LA SAGRADA EUCARISTÍA COMO INSTRUMENTO DE CONVERSIÓN
En nuestras discusiones solemos detenernos excesivamente en algunos argumentos que, aunque buenos en sí, no conquistan a los hombres para la Iglesia. Deberíamos proponernos siempre como fin el descubrir a los que están fuera de la Iglesia los tesoros encerrados en ella. Y para ello no hay medio mejor que presentarles la doctrina de la Eucaristía, compendio y cifra de cuanto es capaz la generosidad divina.
Aun aquellos que no tienen de Jesús más que una idea incompleta y vaga, le admiran profundamente. Con la sola fe humana en los testigos de los hechos, reconocen que ejerció un poder nunca igualado sobre la naturaleza: los vientos y las aguas le obedecieron; a su mandato resucitaron los muertos y desaparecieron las enfermedades tan por completo que -según es tradición- los que quedaron curados vivieron más años que los de una vida ordinaria. Y Jesucristo obró todas estas maravillas por su propia autoridad y poder: era, además de verdadero hombre, el Dios eterno que creó todas las cosas, cuya palabra es soberanamente eficaz.
Narran las sagradas Escrituras como, en cierta ocasión, aquel Hombre-Dios obró, entre otros muchos prodigios el milagro suavísimo de la Eucaristía. Tomó Jesús un pan, pronunció la bendición y lo partió; y se lo dio a sus discípulos diciendo: "Tomad y comed. Esto es mi cuerpo" (Mt 26, 26). ¡Poderosas palabras! Más ¿para cuántos no han sido palabras cifradas? ¡este modo de hablar es intolerable! ¿quién puede admitir eso? ¿cómo puede éste darnos a comer su carne? (Jn 6,52). He aquí la objeción que, brotada de labios de algunos de los mismos discípulos de Jesucristo, ha seguido resonando a través de los siglos, y todavía resuena, causando a los hombres una pérdida infinita.
A aquellos discípulos, casi se les podría perdonar su incredulidad, pues no habían comprendido todavía quien era propiamente el que estaba entre ellos. Pero ¿qué es lo que nubla las inteligencias de algunos que profesan la divinidad de Cristo y, por consiguiente su infinito poder? ¿no ven que dirigirse solemnísimamente a unas pobres gentes y decirles: Esto es mi Cuerpo, dando a sus palabras una significación contraria -no, esto no es mi cuerpo-, sería engañarlos miserablemente? Pues eso es lo que quieren achacar a nuestro Señor algunos de los que se llaman cristianos. ¡Parece inconcebible! Mediten, pues, la incontrastable lógica de Pascal: "si el Evangelio dice la verdad, y si Jesucristo es Dios, ¿dónde está la dificultad en admitir la presencia real de Cristo en la Eucaristía? ¡Cómo aborrezco en el alma la necedad de aquellos que pretenden sostener lo contrario!”
El reto de una idea tan sobrecogedora como la Eucaristía no puede aceptarse con indiferencia. Presentar insistentemente a la reflexión de los hermanos separados esta gloria soberana de la Iglesia forzará en sus mentes a tener en cuenta su posibilidad; y, si se logra eso, los más dignos empezarán a razonar dentro de sí: "Si esto es verdad, ¡qué enorme es mi perjuicio en este momento!". Y, de la mano con este sentimiento, vendrá su primer gran deseo de participar en plenitud la fe verdadera.
Fuera de la Iglesia hay muchas personas sinceras que leen las Escrituras con el fin de revivir a Jesús mediante la oración y la asidua meditación: intentan sacarle a las sombras de la lejana historia, y se gozan de poder crear en su fantasía un cuadro vivo del Señor, entregado a sus obras de amor. ¡Oh, si esas personas llegaran a entender que en la Iglesia católica se realiza el milagro de la Eucaristía, destinado precisamente a introducir en la esfera de su vida a aquel mismo Jesús, tal como es, íntegro, en su doble naturaleza divina y humana! ¡Si supieran que, por este medio, le podrían tocar, hablar, contemplar, y hasta afanarse por Él, aún más íntimamente que entonces sus amigos de Betania! Es más: comulgando en unión con María, podrían prodigar al divino Cuerpo todos los amorosos cuidados de una Madre; y así, en cierto sentido, darle las debidas gracias por cuanto ha hecho por cada una de ellas. Sin duda bastará manifestar este bien inmenso de la Eucaristía a las multitudes que están fuera de la Iglesia, para que ellas, al conocerlo, la ansíen. Y a esta ansiedad corresponderá Jesús dándoles a conocer cuanto a Él se refiere, y, como a los discípulos de Emaús sus palabras abrazarán sus corazones mientras les habla en el camino y les revela el sentido de aquella "dura doctrina": Tomad y comed: esto es mi Cuerpo (Mt.26,26). Sus ojos se abrirán, y le reconocerán en la fracción del divino Pan (Lc.24, 13-35).
La fe en la Eucaristía hará que los falsos conceptos y prejuicios que habían entorpecido la inteligencia y oscurecido la contemplación de las cosas celestiales, se derritan como nieve bajo el sol; y quién hasta el presente había andado en tinieblas, ahora, rebosando el corazón de gozo, exclamará: lo único que se es que yo antes estaba ciego y ahora veo (Jn.9,25).
“María es nuestra Señora del Santísimo Sacramento". Ella recibe, en su condición de Dispensadora Universal de las gracias, el pleno y absoluto dominio sobre la Eucaristía, y sobre todas las gracias allí atesoradas. Como este sacramento es el más poderoso medio de salvación, y el más sabroso fruto de la Redención que nos dio a comer Jesucristo, el oficio de María, es hacer que los hombres conozcan y amen en él a su Hijo. A Ella le pertenece extenderlo por el mundo entero, multiplicar las Iglesias e implantarlas entre los infieles; defender la fe en este misterio contra los herejes y los incrédulos. Obra de María es también prepararnos para comulgar, movernos a visitar el Santísimo Sacramento frecuentemente y a velar ante Él sin cesar. Pues María es la tesorera de todas las gracias contenidas en la Eucaristía: de todas cuantas conducen a este sacramento y de todas las que fluyen de Él" (Tesniere, Nuestra Señora del Santísimo Sacramento).
6. LA INDIFERENCIA RELIGIOSA DE LAS POBLACIONES
Otro problema, aterrador por sus dimensiones, es la indiferencia religiosa de las masas.
En muchos grandes centros de población hay barrios enteros, católicos de nombre, que llevan una vida en la que no entran para nada ni la misa ni los sacramentos, ni siquiera la oración. Recientes investigaciones han descubierto en uno de estos barrios que de 20.000 habitantes sólo cumplían sus deberes católicos 75; en otro, no asistían a la misa más que 400, en una población total de 30.000; y en un tercer caso existían sólo 40.000 católicos practicantes en una ciudad de 900.000 personas.
Con demasiada frecuencia, por desgracia, la irreligiosidad se va agravando y extendiendo tranquilamente sin que se haga ningún esfuerzo para atajar tan grave mal. Y dicen: "dirigirse a las personas directamente no daría ningún resultado; sería mal visto, y hasta peligroso". Por extraño que parezca, éste es el argumento que parece convencer aun a aquellos católicos que ven muy razonable el que los misioneros vayan hasta los confines de la tierra, enfrentándose a peligros y a la propia muerte.
Lo más triste es que en esas poblaciones el clero está prácticamente imposibilitado para acercarse a las gentes de un modo directo. El frenesí de la impiedad ha llegado a soliviantar a sus víctimas contra sus pastores, por una funesta complicación de circunstancias, logrando que los echen fuera. Y aquí precisamente está el valor supremo de la Legión. Representa al sacerdote y ejecuta sus planes, pero a la vez es del pueblo, vive la vida del pueblo, y, así, no se la puede alejar de él; ni aun los impíos podrán destruir su obra ni impedir su acercamiento a los hombres, con una red de mentiras fácil de tramar contra el clero y los religiosos, que forman clase aparte.
"¿Qué puede dar el hombre a cambio de su vida? (Mc.8,37).
¿Qué esfuerzos hará un hombre por salvar a su prójimo? Sin duda ninguna, esfuerzos supremos, arriesgando, si fuere menester, hasta la misma vida. Es preciso evangelizar a todas esas masas sumidas en la indiferencia religiosa, con no menos energía que los misioneros en lejanos países de infieles. Esto no quiere decir que hemos de pasar por alto, en absoluto, los gritos de "sin remedio" o "peligroso". Es posible que los que tal dicen sugieran algo que conduzca al feliz resultado y a la seguridad del trabajo de la Legión. Pero de ningún modo hemos de permitir que cualquier palabra suya paralice nuestro esfuerzo: para trasladar grandes cantidades de maldad también se necesita una fe inmensa, una fe como la de San Ignacio, el cual afirmó que estaba pronto a hacerse a la mar en una barquilla sin remos y sin velas; tal era su confianza en Dios.
¿Qué esfuerzos hará un hombre por salvar a su prójimo? Sin duda ninguna, esfuerzos supremos, arriesgando, si fuere menester, hasta la misma vida. Es preciso evangelizar a todas esas masas sumidas en la indiferencia religiosa, con no menos energía que los misioneros en lejanos países de infieles. Esto no quiere decir que hemos de pasar por alto, en absoluto, los gritos de "sin remedio" o "peligroso". Es posible que los que tal dicen sugieran algo que conduzca al feliz resultado y a la seguridad del trabajo de la Legión. Pero de ningún modo hemos de permitir que cualquier palabra suya paralice nuestro esfuerzo: para trasladar grandes cantidades de maldad también se necesita una fe inmensa, una fe como la de San Ignacio, el cual afirmó que estaba pronto a hacerse a la mar en una barquilla sin remos y sin velas; tal era su confianza en Dios.
Raro será el legionario llamado al martirio. En la mayoría de los casos le aguardarán muy señalados triunfos. Hay muchas gentes que no esperan sino que se las llame de un modo directo y personal.
Una forma de acercarse.
En las condiciones anteriormente descritas, donde se pasan por alto los deberes más elementales de la religión, podrían los legionarios encaminar sus primeros esfuerzos a poner de relieve el gran deber central: la asistencia a la santa misa. Procúrense algún folleto que, en lenguaje sencillo y eficaz, dé una exposición de la belleza y poder de la misa. La hojita tendrá doble efecto si va con un grabado en colores, que ilustre el tema. Luego irán los legionarios de casa en casa, pertrechados con un surtido de estas hojas, dándolas a cuantos quieran aceptarlas, y acompañando la entrega, si es posible, con una amable exhortación a frecuentar devotamente la santa misa. Ni que decir tiene que los legionarios han de mantener en toda ocasión una actitud de infinita amabilidad y paciencia, sin aire de investigación ni de reproche por su abandono.
En las condiciones anteriormente descritas, donde se pasan por alto los deberes más elementales de la religión, podrían los legionarios encaminar sus primeros esfuerzos a poner de relieve el gran deber central: la asistencia a la santa misa. Procúrense algún folleto que, en lenguaje sencillo y eficaz, dé una exposición de la belleza y poder de la misa. La hojita tendrá doble efecto si va con un grabado en colores, que ilustre el tema. Luego irán los legionarios de casa en casa, pertrechados con un surtido de estas hojas, dándolas a cuantos quieran aceptarlas, y acompañando la entrega, si es posible, con una amable exhortación a frecuentar devotamente la santa misa. Ni que decir tiene que los legionarios han de mantener en toda ocasión una actitud de infinita amabilidad y paciencia, sin aire de investigación ni de reproche por su abandono.
Al principio experimentarán, tal vez, frecuentes rechazos, pero estos quedarán abundantemente compensados por los numerosos y repentinos triunfos. Las visitas se harán según los métodos ordinarios de la Legión, y cimentándolas sobre la idea fundamental de entrar en relaciones amistosas con cada persona visitada, pues, logrado esto, está logrado casi todo.
Cada conversión y vuelta a los sacramentos será para los legionarios lo que es para los soldados de la tierra la toma de una posición estratégica enemiga; en pos de una vendrán otras. Y, conforme vayan multiplicándose las conquistas, irá modificándose la opinión pública. Los ojos de todos, en la vecindad, estarán observando a los legionarios, todos hablarán, pensarán, criticarán, y muchos corazones fríos empezarán a arder. Año tras año, se registrarán numerosas conversiones, y, aunque exteriormente la actitud general de la población tarde varios años en cambiar, llegará un momento en que toda aquella indiferencia para con Dios, al parecer tan arraigada en la población, se desmoronará. Así como un ligero choque reduce a polvo una construcción carcomida por la polilla, a pesar de su aparente solidez, así, de pronto, un acontecimiento revela que los corazones han vuelto a Dios.
Lo que puede el esfuerzo.
De los 50.000 habitantes que constituían la población de una ciudad, apenas había nadie que pudiera llamarse católico practicante. Y a este estado de completo abandono se juntaban desórdenes de todo género. El sacerdote no podía pasar por muchos de sus barrios sin ser insultado. En esto, se fundó, con espíritu de fe, un praesidium, y, no obstante lo inútiles que parecían sus esfuerzos, los legionarios empezaron a visitar las casas. Todos ellos quedaron maravillados. Brotó la mies en sus mismas pisadas, y más abundante y rica según fueron creciendo los legionarios en número y experiencia. Después de tres años de inesperados triunfos, las autoridades eclesiásticas, cobrando ánimos, convocaron una comunión general para hombres. Tenían alguna esperanza de reunir unos doscientos, y he aquí que comulgaron 1.100: señal de que la población se había conmovido hasta los cimientos en sólo tres años de apostolado.
De los 50.000 habitantes que constituían la población de una ciudad, apenas había nadie que pudiera llamarse católico practicante. Y a este estado de completo abandono se juntaban desórdenes de todo género. El sacerdote no podía pasar por muchos de sus barrios sin ser insultado. En esto, se fundó, con espíritu de fe, un praesidium, y, no obstante lo inútiles que parecían sus esfuerzos, los legionarios empezaron a visitar las casas. Todos ellos quedaron maravillados. Brotó la mies en sus mismas pisadas, y más abundante y rica según fueron creciendo los legionarios en número y experiencia. Después de tres años de inesperados triunfos, las autoridades eclesiásticas, cobrando ánimos, convocaron una comunión general para hombres. Tenían alguna esperanza de reunir unos doscientos, y he aquí que comulgaron 1.100: señal de que la población se había conmovido hasta los cimientos en sólo tres años de apostolado.
En esa población hondeará pronto la bandera de la victoria final: la nueva generación nacerá dentro de un orden de cosas felizmente transformado; donde antes no se oían más que insultos contra los ministros del altar, y el mismo altar era despreciado, reinará una piedad sólida. ¿No cabe hacer lo mismo para remediar tantos otros núcleos de población sumidos en igual miseria?
Jesús contestó: Tened fe en Dios. Os aseguro que si uno dice al monte ése: "Quítate de ahí y tírate al mar", no con reservas interiores sino creyendo que va a suceder lo que dice, lo obtendrá. Por eso os lo digo: cualquier cosa que pidáis en vuestra oración creed que os la han concedido, y la obtendréis (Mc 11,22-24).
7. LA LEGIÓN COMO AUXILIAR DEL MISIONERO
La situación de la misión.
La actividad misionera aquí se refiere a aquellos pueblos y grupos que no conocen a Cristo o no creen en Él, entre los cuales la Iglesia no se ha arraigado todavía y cuya cultura no se ha visto impactada por el cristianismo.
La actividad misionera aquí se refiere a aquellos pueblos y grupos que no conocen a Cristo o no creen en Él, entre los cuales la Iglesia no se ha arraigado todavía y cuya cultura no se ha visto impactada por el cristianismo.
Entre los que hay que evangelizar existen grandes diferencias en cuanto a niveles culturales, educativos y condiciones sociales. Incluso dentro de las fronteras de un país, se pueden encontrar ciudades densamente pobladas y comunidades rurales muy esparcidas. Puede haber contrastes en cuanto a ricos y pobres, personas con una buena preparación y analfabetos, diversidades étnicas y grupos lingüísticos.
El número de gentes a escala global que no conoce a Cristo se expande más rápidamente que el número de verdaderos creyentes.
En este amplio marco es donde entra el misionero: sacerdote, religioso o laico. Al llegar de otros países, se encuentran con las dificultades de raza, idioma y cultura. La experiencia y el adecuado adiestramiento pueden facilitar su labor, pero difícilmente pueden eliminar esas limitaciones.
En un territorio donde se instalan por vez primera su tarea es establecer comunidades cristianas que poco a poco irán creciendo hasta convertirse en Iglesias que se mantendrán por sí mismas, con el objetivo primordial de evangelizar.
Inicialmente, se dedicarán rápidamente a crear el mayor número posible de contacto y amigos. Allí donde sea posible, establecerán los servicios que se necesitan, tales como escuelas y centros médicos para dar el correspondiente testimonio cristiano y facilitar contactos. Entre los conversos se elegirán catequistas y demás personal colaborador de la Iglesia.
El misionero o catequista local sólo instruirá a aquellos que lo deseen. El crear ese deseo es, por decirlo así, la tares del misionero o catequista. El conocimiento de Dios, se produce normalmente por el contacto con un seglar católico y sólo después con un sacerdote. Es el desarrollo gradual en la amistad y la confianza. "Vine porque conozco un católico", acostumbran a decir al sacerdote los que se muestran interesados.
Para el misionero deseoso de evangelizar, la Legión ofrece en sí misma un instrumento puesto a prueba y verificado para ganar conversos y garantizar su perseverancia. Local en su calidad de miembro, con dirigentes misioneros inicialmente como director espiritual, la Legión instruirá, formará y llevará los nuevos conversos a evangelizar permanente y sistemáticamente. A diferencia del misionero, sus miembros no entran en la sociedad desde el exterior; estos ya están allí, capaces, con la debida preparación, de actuar tan sutil, e inteligentemente dentro de la comunidad como lo hacían los primeros cristianos.
Expansión de la Legión.
Como el número y calidad de los legionarios crece constantemente, se hará necesario, con el fin de garantizar el adecuado adiestramiento, aumentar el número de los praesidia. Es posible que los directores sean capaces de asumir el control de más de un praesidium cada uno. Es posible también, que se puedan utilizar catequistas y otras personas experimentadas en el cargo de presidente para llevar a cabo la preparación tanto material como espiritual de los praesidia. Cada nuevo praesidium significa de diez a veinte soldados más de la fe en Cristo en acción.
Como el número y calidad de los legionarios crece constantemente, se hará necesario, con el fin de garantizar el adecuado adiestramiento, aumentar el número de los praesidia. Es posible que los directores sean capaces de asumir el control de más de un praesidium cada uno. Es posible también, que se puedan utilizar catequistas y otras personas experimentadas en el cargo de presidente para llevar a cabo la preparación tanto material como espiritual de los praesidia. Cada nuevo praesidium significa de diez a veinte soldados más de la fe en Cristo en acción.
El éxito en la política de la multiplicación de los praesidia significaría entonces con el paso del tiempo, que cada sacerdote habría de organizar los trabajos de un gran número de trabajadores apostólicos. El resultado podría ser que tendría que ocuparse de todo y no de las funciones supremas, una parte análoga a la de un obispo diocesano. En cuanto al obispo, se encontraría en posesión de una innumerable e irresistible jerarquía de trabajadores de la fe, a través de los cuales podría predicar el Evangelio a cada miembro de su territorio.
Lo que aquí se propone no es un plan determinado, sino el fruto de muchos años de fructífera experiencia en la evangelización en los terrenos de la misión bajo diferentes condiciones.
a) Un deber concreto para cada legionario
Se ha de señalar a cada legionario una esfera de acción bien definida. Inspeccionado y distribuido el campo de labor apostólica confiado a los legionarios, cada uno de estos será responsable del puntual desempeño de su cometido. Uno de los principales fines de la Legión será convencer a cada legionario de su responsabilidad en este particular y adiestrarle para que la cumpla honrosamente.
Entre las tareas a realizar por parte de los legionarios en países de misión están las siguientes: a) preparar las visitas periódicas del misionero a los lugares aislados; b) realizar catecumenados y buscar otros nuevos, y animar a su asistencia regular; c) estimular a los católicos descuidados y perezosos para que vuelvan a la práctica total de la fe; d) realizar servicios paralitúrgicos; e) actuar como ministros extraordinarios; f) atender a las necesidades espirituales de los moribundos, y a su entierro cristiano. Las necesidades de cada lugar sugerirán otros ejemplos de trabajos en ayuda del misionero, tanto espirituales como corporales.
b) ¿Acaso necesitan los legionarios estar muy instruidos en la fe?
Tal vez objetarán algunos que, para hacer un llamamiento eficaz a la fe, se necesita mucho conocimiento de las doctrinas de la misma. Nuestra opinión - dicho sea con respeto - es la contraria. En efecto: ¿quiénes lograron las conversiones en los primeros siglos de la era cristiana? La gente sencilla: el obrero, el esclavo, los humildes, débiles y oprimidos miembros de aquella poderosa, opulenta y culta sociedad en que vivían. Además, si fuera cuestión de dar una serie de instrucciones metódicas y formales, ya sería otra cosa; pero aquí se trata sólo de que un corazón se esfuerce por comunicar a otro el más preciado tesoro que posee, y esto se consigue con máxima eficacia cuando las personas que se tratan son iguales entre sí. Cada católico de convicción, por imperfecto que sea su conocimiento de la fe, posee por lo menos una especie de cuadro mental de la misma; y también posee el poder de comunicar a la mente ajena la impresión que dicho cuadro produce en la mente propia. Pero esa capacidad no la ejercerá uno, si no hay una fuerza organizada u otro fuerte impulso que le obligue a hacerlo.
c) La Legión de María en acción
Mediante la introducción de la Legión en el campo misional quedan instaladas dos grandes fuentes de energía:
a) una organización metódica, que lleva siempre consigo un acrecentamiento de interés y de fuerza;
b) su elemento más poderoso es la influencia maternal de María, que anima todo el sistema legionario y que se derrama sobre las almas por medio de un apostolado intenso.
De verdad es imposible irradiar la luz de nuestra fe si no es en unión con María; donde Ella no actúa, los esfuerzos son como electricidad sin lámpara. Y ¿no será esta la causa de que escaseen hoy los grandes triunfos para la fe, el no haber apreciado este hecho lo bastante?. En siglos pasados, se convertían naciones enteras; y San Cirilo no vacilaba en afirmar en el Concilio de Éfeso que todas las conversiones a Cristo fueron obra de María. Y el gran patrón de las misiones, San Francisco Javier, atestiguó por propia experiencia que en aquellos lugares donde no había colocado al pie de la cruz del Salvador la efigie de su divina Madre, los habitantes se volvieron contra el Evangelio que él les había llevado.
En conclusión: si, por obra del apostolado de la Legión, llegase la acción fructuosísima de María a prevalecer en el campo misionero, ¿por qué no habríamos de esperar que vuelvan aquellos días mencionados por San Cirilo, días en que territorios y naciones enteras, apartándose de sus errores, abrazarán gozosos la fe de Jesucristo?
“¡Que loca presunción, o, acaso, que sublime y celestial inspiración es esta que ahora se apodera de aquellos pecadores! ¡Ni príncipe, ni imperio, ni república alguna han concebido jamás tan grandiosos designios!. Mirad por un momento su empresa. Sin la menor posibilidad de socorro humano, estos galileos se reparten entre sí la faz de la tierra, para conquistarla. Han resuelto en su corazón derrocar todas las religiones establecidas en el mundo entero, tanto las falsas como la que era en parte verdadera, las de los gentiles y la de los judíos. Se proponen levantar un nuevo culto, un nuevo sacrificio, una nueva ley; pues dicen que un hombre crucificado por los hombres en Jerusalén les dio la orden de hacerlo" (Bossuet).
8. LA PEREGRINATIO PRO CHRISTO
El anhelo de tener contacto con cada persona debe empezar con los más próximos. Pero no debe parar ahí, sino proceder y caminar con pasos simbólicos mucho más allá de la esfera de la vida normal. Este fin se ve facilitado por el movimiento legionario conocido como Peregrinatio pro Christo.
Denominación que ha sido tomada de la epopeya misionera de los monjes de occidente, inmortalizados por el autor clásico Montalembert. Aquella multitud invencible "salió de su tierra, de su patria y de su casa paterna" (Gén 12,1), y atravesó Europa durante los siglos VI y VII, y reconstruyó la fe, que se había venido abajo con la caída del Imperio Romano.
Movida por igual idealismo, la Peregrinatio envía equipos de legionarios, que disponen de tiempo y de medios y están dispuestos a emplearlos durante algún tiempo; los envía a lugares apartados donde las condiciones religiosas son malas, con "la delicada, difícil e impopular misión de revelar que Cristo es el Salvador del mundo: tarea que debe ser emprendida por el Pueblo de Dios" (Papa Pablo VI). Los lugares cercanos no se consideran propios para la Peregrinatio. A ser posible, esta deberá hacerse a un país diferente.
Esta afirmación del principio de lanzarse por el mundo y arriesgarse a favor de la fe, aunque sea por el breve espacio de una semana o de dos, es capaz de transformar la mentalidad de la Legión y de hacer a todos más imaginativos y emprendedores.
9. INCOLAE MARIAE
En muchos casos, habrá almas ciertamente generosas que no se contentarán con dar solamente una semana o dos, y querrán ofrecer, lejos de su hogar, un período de servicio más extenso. Para tal destino misionero -y durante un tiempo conveniente- el Concilium o un Senatus o una Regia podrán nombrar a algunos legionarios que tengan posibilidades de asegurarse unos medios de vida en el lugar elegido, y que puedan permanecer fuera del hogar seis meses, un año, o quizá más, sin detrimento alguno para su familia u otras obligaciones. Desde luego, es necesario contar con la aprobación de las autoridades del lugar elegido. Estos voluntarios se conocen con el nombre de Incolae Mariae, nombre que significa la permanencia provisional en un lugar lejano, en espíritu de sacrificio por María.
10. EXPLORATIO DOMINICALIS
Exploratio Dominicalis es el término por el que se conoce lo que podría llamarse una mini-Peregrinatio, y que puede traducirse como la búsqueda dominical de almas. Se recomienda encarecidamente a cada praesidium del mundo -a ser posible todo el grupo junto- que dedique al menos un domingo al año para desplazarse a algún lugar, preferentemente con problemas, y algo distante, aunque no demasiado, para no invertir mucho tiempo en el viaje. La Exploratio no tiene por qué estar limitada a un día, y puede convenir que se empleen dos o tres días. La Exploratio Dominicalis permite a la mayoría de los miembros del grupo -en muchos casos, a todos- llevar a cabo tal empresa. Reconocemos que, aun con la mejor voluntad, para la mayoría de los legionarios la Peregrinatio como tal está fuera de sus posibilidades.
La experiencia demuestra que es necesario insistir en lo que el Concilium ha recalcado repetidamente, o sea, que la Exploratio Dominicalis es esencialmente un proyecto del praesidium. Tanto los consejos como los praesidia deberán tener presente esto cuando organicen una Exploratio.
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