APÉNDICE II



ALGUNOS EXTRACTOS DE LA CONSTITUCIÓN DOGMÁTICA SOBRE LA IGLESIA, “LUMEN GENTIUM", DEL CONCILIO VATICANO II


La constitución "Lumen Gentium", del Concilio Vaticano II, debe ser leída entera. Porque esta promulgación, abre mayores profundidades en nuestra comprensión del Cuerpo místico de Cristo, y con ello ofrece a todos sus miembros una vida más segura y espléndida para la Iglesia. Los pocos extractos que damos aquí no nos dispensan de estudiar toda la constitución; los copiamos porque tocan particularmente a la esencia de la Legión, ya que tratan de la maternidad de María respecto del Cuerpo místico, presentándola dentro de un marco nuevo. Después de Cristo, María es el miembro primero y más noble del Cuerpo místico. Y, si queremos guardar las proporciones de la estructura total, tenemos que mirar a María como elemento inseparable de la Iglesia.

Artículo 60: Hay un solo mediador, como lo sabemos por las palabras del Apóstol: porque no hay más que un Dios, y no hay más que un mediador entre Dios y los hombres: un hombre, el Mesías Cristo Jesús que se entregó como precio de la libertad de todos (1 Tim 2, 5-6). El oficio maternal de María para con los hombres no oscurece ni disminuye en manera alguna esta mediación única de Cristo; al contrario, despliega su poder. Porque toda la influencia salvadora de la santísima Virgen sobre los hombres no se deriva de ningún género de necesidad, sino del divino beneplácito. Fluye de la sobreabundancia de los méritos de Cristo. Descansa sobre su mediación, de Ella depende enteramente, y de Ella recibe toda su eficacia. Al mismo tiempo su influencia, lejos de ser impedimento a la unión directa de los fieles con Cristo, la fomenta.

Artículo 61: La santísima Virgen, predestinada desde toda la eternidad -juntamente con la Encarnación del Verbo Divino- para ser Madre de Dios, por decisión de la divina Providencia fue hecha en la tierra Madre excelsa del divino Redentor. Por encima de todos, y de un modo único, fue la compañera generosa y humilde sierva del Señor. Concibió a Cristo, le dio a luz, le alimentó, le presentó en el templo al Padre, y, cuando murió en cruz, compartió sus sufrimientos. De este singularísimo modo colaboró en la obra del Salvador. Mediante su obediencia, su fe, su esperanza, su ardiente caridad, ayudó a restaurar la vida sobrenatural de las almas. Y por estos títulos fue Madre nuestra en el orden de la gracia.

Artículo 62: Esta maternidad de María perdura sin cesar en la economía de la gracia: empezó en la Anunciación con el consentimiento de su fe; se renovó sin vacilación al pie de la Cruz; y continúa hasta que se complete el número de los escogidos. Llevada a los cielos, María no cesó en su función salvadora, sino que, mediante su múltiple intercesión, sigue alcanzándonos los dones de la salvación eterna. Con su amor maternal cuida de los hermanos de su Hijo, que todavía peregrinan entre peligros y ansiedades, hasta que sean conducidos a la patria bienaventurada. Por este motivo la Virgen Santísima es invocada por la Iglesia bajo los títulos de Abogada, Socorro, Auxiliadora y Medianera; sin que esto signifique ni disminución ni adición a la dignidad y suficiencia de Cristo, el único mediador.

Artículo 65: Mientras la Iglesia ha alcanzado ya en la Santísima Virgen la perfección, en virtud de la cual se presenta a Cristo sin mancha ni arruga (Ef 5, 27), los seguidores de Cristo continúan luchando para vencer el pecado y crecer en santidad. Y por eso levantan sus ojos a María, que brilla ante toda la comunidad de los escogidos como modelo de virtudes. Meditando en Ella devotamente, y contemplándola a la luz del Verbo hecho hombre, la Iglesia penetra con más reverencia y profundidad en el misterio supremo de la Encarnación, y se conforma más y más a su Esposo. Y es que María, por su íntima participación en la historia de la salvación, en cierto modo unifica y refleja en sí misma las grandes exigencias de la fe; y, cuando es anunciada y venerada, atrae a los creyentes a su Hijo y al Sacrificio de este Hijo, y al amor del Eterno Padre. La Iglesia, a su vez, buscando la gloria de Cristo, se va asemejando más y más a su excelso Modelo, María; y procurando y obedeciendo en todas las cosas la Voluntad de Dios, progresa continuamente en la fe, la esperanza y la caridad. Por eso, también la Iglesia, en su obra apostólica, se fija -con razón- en Aquella que dio a Cristo al mundo -concebido por obra del Espíritu Santo y nacido de la Virgen-, para que también nazca y crezca por medio de la Iglesia en los corazones de los fieles. La Virgen, en su vida personal, fue ejemplo del amor maternal con que han de estar animados cuantos cooperan con la Iglesia en su misión apostólica de regenerar a los hombres.

“Ya en la anunciación, la maternidad de María es la primera y secreta formación de la Iglesia. En aquel momento no veáis en Jesús y María solamente la sociedad del Hijo con su Madre, sino de Dios con el hombre, del Salvador con la primera redimida por Él. Todos los hombres están llamados a incorporarse a esa sociedad: eso es la Iglesia. En las personas de Jesús y María adquiere la Iglesia, no sólo su esencia, sino también sus principales características. Es perfectamente una y santa. Es virtualmente católica, o sea universal, en aquellos dos Miembros universales. No falta sino catolicidad de hecho y en el apostolado" (Laurentin).





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