CAPITULO 17
NUESTROS LEGIONARIOS DIFUNTOS
La campaña ha tocado a su término. He aquí un legionario muerto noblemente. Por fin llegó la hora de ser confirmado en el servicio: por toda la eternidad será legionario, porque la Legión es quien le ha forjado su eterno destino, ha sido el núcleo y el molde de su vida espiritual. Es más: en su larga y dificultosa travesía por este mundo siempre encontró seguridad y fuerza en esa súplica unánime que diariamente brotaba de los labios fervorosos de los legionarios, activos y auxiliares, pidiendo que, tras la lucha de esta vida, se vuelva a juntar la Legión, sin faltar uno solo, en el Reino de la Paz. ¡Qué consuelo para los legionarios todos, para él y para nosotros! Pero, por un momento, dolor también: la dolorosa pérdida de un amigo y de un hermano; y, por tanto la necesidad de orar para que ese legionario difunto se vea sin dilación liberado de las penas del purgatorio.
Al morir cualquier socio activo, el praesidium hará que se celebre una misa por su alma lo antes posible, y todos los socios del praesidium rezarán las oraciones completas de la Legión -Incluso el santo rosario-, una vez al menos por la misma intención. No se dan estas obligaciones cuando muere algún pariente de uno de los socios. Todos los legionarios que puedan -y no solamente los del praesidium a que pertenecía el finado- deberían participar en la misa de Réquiem y acompañar el féretro hasta la sepultura.
Durante el entierro, y después de las oraciones litúrgicas de la Iglesia, se aconseja el rezo del rosario y demás preces de la Legión: tan piadosa práctica, al par que aprovecha al difunto, derramará un bálsamo de consuelo sobre los afligidos corazones de los parientes, de los mismos legionarios y de todos los amigos allí presentes.
Es de esperar que se dirán estas mismas oraciones más de una vez junto al cadáver, al ser éste amortajado, y durante su estancia en la capilla ardiente.
Pero ni aun ahí debe darse por terminada la obligación para con el legionario difunto. Cada año, en el mes de noviembre, todos los praesidia harán celebrar la Eucaristía por todos los legionarios muertos en el mundo entero. En esta oración litúrgica -como siempre que se reza por los legionarios en general- quedan comprendidos todos los socios, tanto activos como auxiliares.
"El Purgatorio está bajo el cetro de María, porque allí también hay hijos suyos en trance de agudísimo dolor, esperando nacer a aquella vida gloriosa que jamás tendrá fin.
San Vicente Ferrer, San Bernardino de Siena, Luis de Blois, y varios otros, proclaman explícitamente que María es Reina del Purgatorio; y San Luis Ma. De Montfort nos urge a pensar y obrar conforme a esta creencia; quiere que pongamos en manos de María el valor de nuestras oraciones y reparaciones, y, a cambio, nos promete que esas almas, que nos son tan queridas, obtendrán mayor y más pronto alivio que si les aplicáramos nuestras oraciones directamente" (Lhoumeau, La vida espiritual según la escuela de San Luis María de Montfort).
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