CAPITULO 37
SUGERENCIAS PARA LOS TRABAJOS
En este capítulo indicamos algunas de las obras que la experiencia universal ha probado como especialmente provechosas para el trabajo semanal impuesto por la Legión.
Con todo, son sólo indiciaciones: las necesidades particulares podrán reclamar obras especiales.
Lo que pide la Legión con insistencia es que no se la prive de obras difíciles y, que requieran gran iniciativa, porque ella está admirablemente capacitada para tales trabajos; y, por otra parte, trabajos insignificantes o triviales repercutirían desfavorablemente sobre el espíritu de los legionarios.
Por principio, cada praesidium debería estar realizando algún trabajo que se pueda llamar heroico. Aún en los comienzos deberá procurarse encontrar a dos miembros con ánimo para tal aventura, prontos para ejecutarla: su ejemplo ofrecerá a los demás un ideal, que les elevará casi automáticamente y, cuando se haya elevado así el nivel general, envíense los dos primeros exploradores intrépidos a nuevas metas difíciles, para que así se vayan elevando siempre las normas. Porque las limitaciones naturales no existen en el orden sobrenatural. Cuanto más se penetra en Dios más anchos son los horizontes y mayores las posibilidades.
Pero, de pronto, suena la voz de la protesta. Muchas personas se sienten molestas cuando ven que otros corren peligro por la religión; y dan el grito de ¡"impropio"!, ¡"imprudente!" No habla de esta manera el mundo cuando están en juego intereses egoístas.
Tampoco ha de quedarse atrás la Legión. Si una obra es necesaria para las almas, y si la expresión práctica de un alto ideal es esencial para la formación del carácter cristiano, hay que relegar la precaución a segundo término, dando preferencia a la valentía.
Medítense bien estas palabras del cardenal Pie: "Cuando la prudencia se haya introducido en todas partes, entonces ya no habrá valentía en ninguna. Y nos moriremos de prudencia".
No permitamos que la Legión se muera de prudencia.
1. Apostolado en la parroquia
Algunos de los caminos en los que los legionarios pueden ayudar al crecimiento de un verdadero espíritu de comunidad son los siguientes:
a) Visitas a los hogares (ver No,2 de este capítulo).
b) Dirigir servicios para - litúrgicos los domingos y fiestas de guardar en lugares donde no hay sacerdotes para celebrar la misa.
c) Dirigir clases de educación religiosa.
d) Visita y cuidados a personas impedidas, enfermos y ancianos, incluyendo, cuando se haga necesario, la preparación para la visita del sacerdote.
e) Rezo del rosario al velar a los difuntos y durante el entierro.
f) Formación de asociaciones católicas y asociaciones parroquiales, incluyendo confraternizaciones o convivencias de la Iglesia; allí donde existan, reclutar nuevos miembros y estimular a los miembros de las existentes a que perseveren en su labor.
g) Colaboración en toda empresa apostólica y misionera patrocinada por el párroco; y de esta manera ayudar a traer tantas almas como sea posible al seno de la Iglesia, garantizando la perseverancia tanto del individuo como del grupo.
Existen otros trabajos parroquiales que, aunque importantes, no satisfarían - excepto en caso muy especiales - al trabajo obligatorio de los legionarios veteranos. Entre estas tareas están: preparación del altar, limpieza y decoración de la iglesia, ayudar en los servicios de la iglesia, ayudar a misa, etc. donde fuere necesario, los legionarios podrían organizar y controlar la realización de estas tareas, que serían de gran provecho espiritual para las personas que las llevasen a cabo. Los legionarios podrían entonces hacer el trabajo más difícil, relacionado directamente con las personas que forman la comunidad parroquial.
"Deseo, como la Madre de la Divina Gracia, trabajar por Dios. Deseo cooperar con mis trabajos y sacrificios a mi propia salvación y a la del mundo entero, imitando el santo entusiasmo y valor de los Macabeos, de quienes dice la Sagrada Escritura que no pensaban solo en ellos: se pusieron a salvar el mayor número posible de sus hermanos" (Gratry, Mes de María).
2. La visita domiciliaria
La visita a los hogares no fue la primera empresa a que se lanzó la Legión, pero ha llegado a ser, por tradición, su obra favorita, su ocupación particular en todas partes, el camino a través del que ha podido hacer el mayor bien; es algo característico de la Legión.
A través de estas visitas se puede establecer un contacto personal con muchísimas personas, y mostrar la preocupación de la Iglesia por cada una de estas personas y cada familia. La preocupación pastoral de la Iglesia no se limitará sólo a las familias cristianas: esta preocupación extenderá sus horizontes en armonía con el corazón de Cristo, y tratará de llegar a todas las familias, en particular a aquellas que se encuentren en situaciones difíciles o irregulares. Para todas ellas la Iglesia tendrá una palabra de verdad, bondad, interés, esperanza y profunda comprensión con sus circunstancias, en algunos casos trágicas. A todas ellas ofrecerá su ayuda desinteresada, para que de esta forma puedan acercarse más a ese modelo de familia que el Creador pretendió desde "el principio" y que Cristo ha renovado con su gracia redentora (FC,65).
El praesidium debe estudiar sus propios métodos de aproximación a los hogares. Obviamente los legionarios tienen que presentarse personalmente, y explicar por qué están allí: la entronización del Sagrado Corazón en los hogares, llevar a cabo el censo parroquial y la difusión de la literatura católica, descritas en las páginas siguientes, son algunas de las formas en las que puede realizarse la visita a los hogares.
No sólo los católicos que están viviendo la vida cristiana, sino todos pueden ser atraídos al apostolado legionario mediante la visita domiciliaria. Pueden establecerse contactos con personas no católicas y no cristianas, y con católicos alejados de la Iglesia. Habrá también que prestar atención a personas en situaciones de matrimonio irregular, como se ha mencionado anteriormente, a aquellos que necesitan información e instrucción, así como a los que viven en soledad o están enfermos. Cada hogar ha de considerarse como un objetivo para llevar a cabo un servicio.
La visita legionaria estará marcada por la humildad y la sencillez. Las gentes pueden tener opiniones erróneas con respecto a estas visitas y esperan que se les informe claramente; por el contrario, los legionarios deberán escuchar en lugar de hablar. Habiendo escuchado paciente y respetuosamente, se habrán ganado el derecho a ser oídos.
"No se puede dejar de incluir la acción evangelizadora de la familia en el apostolado evangelizador del seglar.
En diferentes momentos en la historia de la Iglesia, y también en el Concilio Vaticano II, la familia ha merecido el bello nombre de "Iglesia doméstica". Esto significa que en cada familia cristiana deberían estar fundados los diversos aspectos de toda la Iglesia. Es más, la familia, como la Iglesia, debería ser un lugar en el que se transmitiera el Evangelio y del que irradiara el Evangelio.
En una familia consciente de su misión, todos sus miembros evangelizan y son evangelizados. Los padres no sólo comunican el Evangelio a sus hijos, sino que de sus hijos pueden recibir el propio Evangelio, tan profundamente vivido por ellos.
Y esta familia se convierte en evangelizadora de otras familias, y de la vecindad de la que forman parte. Aquellas familias resultantes de un matrimonio mixto también tienen el deber de proclamar a Cristo a sus hijos, ante la posibilidad de un bautismo común; es más, tienen la difícil tarea de convertirse en constructores de la unidad" (EN,71).
3. Entronización del Sagrado Corazón en los hogares
Se ha comprobado que la propagación de la entronización del Sagrado Corazón en el hogar proporciona una oportunidad especialmente favorable y un vehículo para establecer un contacto amistoso de las familias.
Los ideales y los métodos que van a caracterizar esa tarea se estudian con detalle en el capítulo 39, puntos cardinales del apostolado legionario. A este respecto, se ha insistido suficientemente en que, si es posible, ningún hogar debe dejar de ser visitado, y que en cada hogar nuestros esfuerzos deben dirigirse a conseguir que cada una de las personas, joven o no, sin excepción, suba al menos un escalón en la vida espiritual. Los encargados de esta tarea han de tener muy presentes las Doce promesas del Sagrado Corazón. Incluso la décima: "Concederé a los sacerdotes la gracia de convertir los corazones más endurecidos", pertenece en cierta medida a aquellos que llegan como representantes del sacerdote. Especialmente movidos por este pensamiento, los legionarios irán con plena confianza a trabajar con los casos considerados como "desesperados".
La visita para la entronización es la tarea más gratificante de todas las visitas domiciliarias, creando el verdadero concepto de devoción desde el primer momento, facilitando la amistad, y con ella, la posibilidad de nuevas visitas, haciendo fácil el desarrollo del apostolado legionario.
Es misión de María dar a conocer el Reino de Jesús. Hay que decir asimismo que la Legión de María puede apropiarse especialmente la tarea de la entronización del Sagrado Corazón, lo que le atraerá, sin duda, gracias especiales del Espíritu Santo.
“Amar a la familia significa ser capaz de apreciar sus valores y capacidades, alentándolos siempre. Amar a la familia significa identificar los peligros y males que la amenazan, con el fin de vencerlos. Amar a la familia significa luchar por crear en la misma un ambiente favorable para su desarrollo. La familia cristiana moderna se ve con frecuencia tentada a descorazonarse y se acobarda cuando crecen las dificultades; es una evidente forma de amor el devolverle las razones para que vuelva a tener confianza en sí misma, en las riquezas que posee por naturaleza y gracia, y en la misión que Dios le ha encomendado. A las familias de hoy día hay que devolverles su puesto original. Deben seguir a Cristo (AAS,72) [1980], 791)" (FC,86).
4 Hacer el censo parrroquial
El censo parroquial es medio más eficaz para ponerse en relación con católicos que necesitan cuidados especiales, o con aquellos que se han ido abandonando hasta entrar en la categoría de "católicos desertores", es decir, aquellos que han perdido todo contacto con la Iglesia. Presentándose en nombre del párroco, irán -si fuese posible- de puerta en puerta, sin dejar ninguna. Las personas que sean visitadas de esta manera miran como muy natural el que se les pregunten cosas de religión, y, por regla general, contestan de buena gana. Por las contestaciones verán el párroco y sus legionarios que hay materia para largos y pacientes esfuerzos.
Pero el descubrir no es más que el primer paso, y el más fácil. Devolver al redil a cada una de estas ovejas descarriadas, después de hallarlas, ha de ser a los ojos de los legionarios como una misión providencial que Dios ha puesto en sus manos: misión que han de acometer con alegría y llevar adelante con ánimo invencible. Por larga y reñida que sea la lucha, penosos los esfuerzos, duras las contrariedades, endurecidos los corazones y negros los horizontes, la Legión, por su parte, no deje de cumplir este cargo de confianza con toda responsabilidad.
Y repitámoslo todos: -no sólo los indiferentes- deben ser objeto de la afectuosa atención de los socios.
“Tenemos en el campo apostólico de la Iglesia una misión oficial, un modo de obrar providencial, un arma particularmente nuestra: no sólo el acercarnos a las almas en nombre de María y bajo sus auspicios, sino también, y sobre todo, el trabajar con todas nuestras fuerzas a fin de conseguir llenar esas almas de amor filial hacia su bendita Madre" (Breve tratado de Mariología Marianista).
5. Visita a los hospitales, incluso a hospitales psiquiátricos
La visita a un hospital fue la primera obra emprendida por la Legión, y durante algún tiempo no hizo otra cosa.
Como esta obra hizo brotar en sus inicios una fuente de bendiciones, desea la Legión que sus praesidia se encarguen siempre de ella. Lo siguiente, escrito en aquellos primeros días, refleja el espíritu que debería caracterizar siempre este trabajo legionario:
"Luego se mencionó un nombre, y una de las presentes comenzó el relato de su informe. Versaba sobre la visita de un hospital. Aunque breve, revelaba que había establecido un profundo contacto con los enfermos. Ella admitió algo confusa que los enfermos conocían los nombres de todos sus hermanos.
Llegó el turno a su compañera de visitas. Aquí se ve que trabajan los legionarios de dos en dos. Se me ocurre que, además de imitar en esto a los apóstoles, tal práctica evita demoras en el cumplimiento de la visita semanal.
Los informes van sucediéndose unos a otros, ordenadamente. Algunos miembros tienen algo extraordinario que contar sobre lo sucedido en las salas del hospital, y lo narran extensamente; pero la mayoría de los informes son concisos. Muchos son divertidos; otros, patéticos; pero todos revisten cierta belleza: la hermosa convicción de Quién es el visitado en la persona del pobre enfermo. Esta convicción se trasluce en todos y cada uno de los informes. ¡Sí, muchos individuos no harían por sus parientes más allegados lo que - según los informes - se hace con toda sencillez y naturalidad por los seres más abandonados de nuestra ciudad!. Al delicadísimo cuidado y ternura prodigados en estas visitas, se suman muchos favores personales solicitados por los enfermos: escribir cartas, visitar a parientes y amigos olvidadizos, hacer recados, etc. Nada es ingrato ni trivial, todo merece ocupar la atención solícita de los legionarios.
En la junta se leyó una carta que una persona del hospital había escrito a los legionarios agradeciéndoles su visita. Una de las frases decía: "Desde que ustedes han entrado a formar parte de mi existencia..."; Sonaba a novelilla barata, y todos soltaron la carcajada. Pero, más tarde mis pensamientos volaron de nuevo al lado de aquella persona solitaria, postrada en la cama de una enfermería, en cuya boca esas palabras cobraban tan honda significación que mi alma se llenó de emoción. Y pensaba también que lo mismo podrían haber afirmado todos los visitados por los legionarios en la misma forma. ¡Qué fuerte, la organización que sabe reunir en un punto a multitudes de personas y, desde allí, enviarlas a una misión de ángeles, para consuelo de miles de vidas relegadas al olvido por el mundo!" (P. Miguel Creedon, primer director espiritual del Concilium Legionis Mariae).
El principal deber de los legionarios en sus visitas a los enfermos será naturalmente procurar infundir en ellos el hábito de mirar sus sufrimientos con espíritu de fe, para que así los lleven cristianamente:
Es preciso hacerles ver que lo que consideran ellos insoportable es, en realidad, una forma de asemejarse a Cristo paciente y, por tanto, un gran favor. Afirma Santa Teresa: "No hay merced más señalada que pueda hacernos Su Majestad, que la de una vida semejante a la vida que llevó su amadísimo Hijo". Y no es difícil llevar esta convicción a los enfermos; y, si arraiga, le quita al sufrimiento la mitad de su amargura.
Para que los enfermos se den cuenta del inmenso tesoro espiritual que tienen a su alcance, repítaseles a menudo lo que dijo San Pedro de Alcántara a cierta persona que había sufrido con admirable paciencia una dolorosísima enfermedad: "¡Feliz de ti, amigo mío!: Dios me ha mostrado cuán grande es la gloria que por tus padecimientos has merecido. Has ganado más que otros pueden ganar con sus oraciones, ayunos, vigilias, disciplinas y otras obras de penitencia".
La adquisición del tesoro espiritual mediante el padecimiento resulta monótona; pero no debe ser monótona o rutinaria la administración de este tesoro. Además, ganar para sí solo no tiene tanto atractivo como cuando se piensa que se gana para sí y para otros. Para eso, el legionario les educará en el apostolado del sufrimiento, y les enseñará a interesarse por las realidades del mundo espiritual, ofreciendo todo el valor de sus sufrimientos por el remedio de las innumerables necesidades de este mundo, llevando a cabo de esta manera una campaña irresistible: irresistible porque combina la oración con la penitencia.
Decía Bossuet: "éstas son las manos que, levantadas en alto, se abren paso entre más batallones que las manos que empuñan las armas".
Los enfermos estarán más animados a perseverar si se les infunde un interés personal en la causa por la que rezan. Importa mucho, pues, explicarles con detalle algunas necesidades y obras, especialmente las de la propia Legión.
El primer objetivo ha de ser hacerles miembros auxiliares, y, luego, elevarlos al grado de adjutores. Habría que formar grupos con estos miembros, para que ellos, a su vez, intenten conquistar a sus compañeros. De todos modos, interesaría muchísimo estimular a los pacientes a ayudarse mutuamente.
Y, si se consigue asociarlos de esta forma, ¿por qué no intentar también hacerles socios activos? En muchos hospitales psiquiátricos existen ya praesidia compuestos por los mismos pacientes. Su presencia en tales instituciones supone un ejemplo de gran eficacia. Estos legionarios disponen de tiempo en abundancia para dedicarlo a actividades entre los demás internos, y ellos mismos podrán alcanzar así altas cumbres de santidad. Para ellos, el ser miembros de la Legión tiene un valor hasta terapéutico y recuperativo; y es tan evidente, que en todas partes lo han reconocido los cuerpos de sanidad de esos centros.
Al abrírseles estos nuevos horizontes en su vida, los mismos que habían caído en los abismos de la miseria al verse inútiles y gravosos, gustarán la dicha suprema de sentirse útiles a Dios y a los demás.
La comunión de los santos tiene que actuar forzosamente entre los legionarios y aquellos a quienes visitan, mediante el intercambio fructífero de deberes y beneficios. ¿Por qué no podemos pensar que los enfermos están pagando por los legionarios alguna porción de la deuda de sufrimientos que ha contraído todo hombre mortal? Si la pagáramos todos en justicia, significaría que el mundo entero estaba enfermo y algunos tienen que llevar esa carga, para que el mundo pueda seguir funcionando.
¿Y qué puede aportar el legionario en este contrato invisible? Asumir parte de lo que a ellos les corresponde en el apostolado. El enfermo no puede -y a veces no quiere- cumplir este aspecto fundamental de sus obligaciones de cristiano.
De esta manera cada uno saldría magníficamente favorecido a expensas del otro. Pero no se trata simplemente de un intercambio perfectamente equilibrado. Porque los beneficios de cada uno sobrepasan - y en mucho - sus pérdidas, en virtud de este principio cristiano: el que da, recibe como vuelta el ciento por uno.
"San Ignacio de Antioquia decía: "soy trigo de Jesucristo y, para poder ser amasado como pan digno de Dios, es menester que me trituren los dientes de los leones". No lo dudemos: la mejor de las cruces, la más segura y divina, es la que Jesucristo mismo nos manda sin consultarnos a nosotros. Acrecentad vuestra fe en esta doctrina tan querida de los santos formados en el molde de Nazaret. Adorad, bendecid y alabad a Dios en todas las contradicciones y pruebas que procedan directamente de su mano, y, venciendo las repugnancias de vuestra propia naturaleza, decid de todo corazón: fiat!; o mejor todavía: Magnificat! " (Mateo Crawley - Boevey).
6. Obras para los más miserables y rechazados de la población
Esta clase de obras exigirá que los socios realicen visitas por tugurios, casas de huéspedes, posadas, cárceles, refugios, etc., y hasta, a veces, que lleven la dirección de asilos, la cual puede estar en manos de legionarios residentes o externos.
Tan pronto como la Legión tuviera, en cualquiera de sus centros, socios dotados de suficiente experiencia y empuje, es preciso dedicarse a estas obras en pro de los más necesitados miembros de Cristo; obras como, por desgracia, demasiado descuidadas, para vergüenza del nombre de católico.
No debería haber abismo donde la Legión no quiera penetrar en busca de la oveja descarriada. Vanos temores serán el primer obstáculo; pero, vanos o fundados, alguien tiene que emprender la obra. Y, si los legionarios capaces y entrenados, con la fuerza de su disciplina y de su espíritu, no pueden intentarlo, ¿Quién podrá?
Mientras la Legión no pueda afirmar en cada uno de sus centros -y con toda certeza- que los socios conocen personalmente, y con eficacia apostólica, a cada individuo de los niveles más degradados, el trabajo de dicho centro debe considerarse como a medias, y hay que multiplicar los esfuerzos hasta conseguirlo.
Ningún aventurero en busca de las cosas peregrinas y preciosas de la tierra ha de perseguir el anhelo de su corazón con más afán que el legionario a estos desgraciados del mundo. Los esfuerzos del legionario son, tal vez, para estos desamparados la única oportunidad de su vida eterna; la misma cárcel viene a serles una bendición disfrazada: tan inaccesibles muestran frecuentemente a toda saludable influencia.
Además, trabajos serios, como estos, deben acometerse con espíritu de campaña militar. El legionario tendrá que hacer frente a todas las incomodidades que se le presenten: aguantar el impacto de palabras injuriosas, o, tal vez, cosas peores: los "tiros" de los desprecios o la "artillería" de las calumnias; cosas que humillarán y dolerán, pero que no deben intimidarlo, ni siquiera desconcertarle. ¡Aquí, la realidad de la prueba del buen soldado, que tantas veces había pasado por la mente y los labios del legionario! ¿Hablas de "guerra"? pues ya suenan las armas y sangran las heridas. ¿Hablas de ir en busca de la gente más depravada? Ahora que la encuentras, ¿A qué viene el quejarse? ¿Por qué extrañarse de que los malos se porten mal, y los peores vilmente?.
En fin, siempre que surja alguna dificultad extraordinaria o tenga el legionario que enfrentarse a algún peligro, diga para sus adentros: "¡estamos en guerra!" esta frase -capaz de llevar a toda una nación, destrozada por la guerra, a sacrificios heroicos- debería dar al legionario un temple de acero y mantenerle en su puesto, aunque, en parecidas circunstancias, la mayor parte de los hombres desertaría.
Si ha de haber algo de sinceridad en nuestras palabras cuando hablamos de almas preciosas e inmortales, tenemos que estar dispuestos a pagar algún precio por su rescate. ¿Qué precio? ¿Pagado por quién? Si alguna vez fuere preciso exigir a personas seglares que den la cara en algún peligro, ¿a quiénes habrá que acudir sino a aquellas que se esfuerzan por hacerse dignas del título de legionarios de María? Y, si se precisaran sacrificios, ¿a quiénes se les pedirán, si no es a aquellos fieles cuya dicha mayor es mostrarse soldados valientes de la Reina del Calvario? ¿Retroceder los legionarios, al exigírseles algún sacrificio? ¡Jamás!.
Pero lo que si puede fallar es una acertada dirección, por cierta preocupación falsa de los dirigentes para con sus subordinados. Exhortamos a los directores espirituales y a los demás oficiales a que implanten normas que tengan alguna pequeña relación con las del Coliseo. Esta palabra pude sonar como irreal en estos días tan llenos de estadísticas. Pero el Coliseo fue también una estadística: la estadística de muchos seres humanos - ni más fuertes ni más débiles que los legionarios de María, que amaban y que se decían a sí mismos: ¿Qué precio pagará un hombre por su alma? El Coliseo no hace más que resumir en una sola palabra lo que se esfuerzan por expresar muchas en el capítulo del Manual titulado Servicio Legionario, capítulo que intenta algo más que dar rienda suelta al sentimiento.
Trabajar por las clases menesterosas o abandonadas, siempre resultará tares ardua y larga. La clave será: paciencia a toda prueba. Se trata de personas que se levantarán sólo después de muchas caídas y recaídas; y, si se empieza por exigirles una disciplina severa, todo se echará a perder: uno por uno se irán marchando aquellos a quienes la obra estaba destinada a salvar, y quedarán sólo los que menos cuidado necesitan. Procédase por consiguiente, a base del principio de valores inversos; es decir: interesarse ante todo por aquellos que aun el más optimista daría por desahuciados, y cuya perversión mental y endurecimiento de corazón parecen legitimar esta calificación. Vengan, si vinieren, contrariedades, negras ingratitudes y aparentes fracasos: a todos estos seres viles, malévolos, naturalmente aborrecibles, los desechados por otras asociaciones y reprobados por la sociedad en general, la basura de las ciudades, hay que tomarlos entre manos y perseverar con ellos denodadamente, aunque cada uno de ellos reclame -como reclamarán muchos- la vida entera de un legionario.
Esta empresa, llevada con normas tan sublimes, pide -ya se ve- cualidades heroicas y miras puramente sobrenaturales. Pero, en recompensa con estos trabajos, se les verá a esos pobrecitos morir por fin en amistad con Dios. Y entonces, que dicha haber cooperado con Aquél que
"tomó a los hombres en el fango,
y, con larga paciencia y largo tiempo,
se hizo un pueblo para su alabanza.
¡De los hombres de barro hizo su pueblo!"
(Cardenal Newman, sueño de Geroncio)
Nos hemos alargado al tratar de este género de apostolado porque encarna todo el espíritu de la Legión. Ocupa el puesto clave entre los servicios prestados a la Iglesia. Y constituye una afirmación solemne del principio católico: que aun los más degradados de los hombres son acreedores a nuestro respeto y amor, independientemente de sus méritos personales o de la simpatía que sintamos nosotros por ellos, porque en ellos hemos de ver, reverenciar y amar al mismo Jesucristo.
La prueba de la sinceridad de este amor es que se manifieste en circunstancias que lo pongan a prueba. Y la prueba contundente consiste en amar a aquellos que la naturaleza humana, de por sí, rechaza, a los que el mundo desprecia. Este es el crisol donde se probará si nuestro amor a los hombres es falso o auténtico; aquí está el punto de apoyo para la verdadera fe y el eje del cristianismo: sin este ideal católico, un amor tal jamás podría subsistir; el amor, arrancado de la raíz que le da fuerza y vida, sería quimérico. Si el evangelio fuera "la humanidad por la humanidad", habría que juzgar todas las cosas -y hasta las personas- por su manifiesta utilidad social; y en este caso -concluyendo lógicamente en conformidad con ese modo de pensar-, cuanto se ve sin valor ni utilidad para la humanidad habría que mirarlo como mira el cristianismo el pecado: algo que hay que eliminar a todo trance.
Aquellos que, por su capacidad de sacrificio como verdaderos cristianos, aman a los demás con sus más nobles sentimientos, realizan un servicio supremo a la Iglesia.
"Es difícil -diréis- soportar al delincuente. Por eso mismo debéis frecuentar su amistad, a fin de alejarle de las veredas del vicio y conducirle por el camino de la virtud. ¿Qué no hace caso de lo que decís, ni sigue vuestros consejos? ¿Cómo lo sabéis? ¿Le habéis suplicado y procurado convencer? Hemos razonado con él -me diréis- muchas veces. ¿Cuántas veces?, me pregunto yo. -Oh, muchas, una y otra vez- ¿Eso llamáis muchas veces? Aunque tuvierais que seguir porfiando con él toda la vida, no habría por qué desistir ni desesperarse. ¿No veis cómo el mismo Dios no deja nunca de avisarnos por medio de sus profetas, de sus apóstoles y evangelistas? ¿Y con qué resultados? ¿Acaso nos portamos en todo conforme a su santa voluntad? ¿Le obedecemos? ¡Ay, cuán lejos estamos! Pero Él, no obstante, sigue persiguiéndonos con sus ruegos incesantemente. ¿Y por qué? Porque nada hay tan precioso como un alma. A ver: ¿de qué le sirve a uno ganar el mundo entero si pierde su alma? (Mt 16,26)" (San Juan Crisóstomo).
7. Obras dirigidas a la juventud
“Los niños son ciertamente el objeto del amor tierno y generoso de nuestro Señor Jesucristo. A los niños les dio su bendición, incluso más, les prometió el Reino de los Cielos (cf. Mt 19, 13-15; Mc 10, 14). Jesús exaltó en particular el papel activo que los pequeños tienen en el Reino de Dios. Son el símbolo elocuente y la imagen clarísima de las condiciones tanto morales como espirituales esenciales para entrar en el Reino de Dios y para vivir en la confianza lógica y total en el Señor: ¡en verdad os digo que a menos que os volváis como niños, jamás entraréis en el Reino de los Cielos. Aquel que tenga la humildad de este pequeño, será el más grande en el Reino de Dios! (Mt 18, 3-5; cf.Lc 9,48)” (CL, 47).
Si podemos garantizar preservar a los jóvenes en la fe y en la inocencia, ¡qué glorioso futuro nos espera! Entonces, como un gigante, con aires nuevos, la Iglesia podría lanzarse a esta misión de convertir el mundo pagano y hacer una buena labor con él. Pero, como sucede, gran parte de sus esfuerzos hay que invertirlos en la difícil curación de sus dolencias internas.
Otra razón para emprender obras en beneficio de la juventud es que más fácilmente se preserva lo que se tiene que se recobra lo perdido. La Legión -claro está- atenderá a ambas obras, porque las dos son necesarias; pero de ningún modo descuidará la más fácil: la de prevenir. Muchos niños se pueden salvar del desastre de tener que ser luego rescatados de un submundo de depravación.
He aquí algunos aspectos del problema:
a) Asistencia de los niños a la misa. Trazando un programa de trabajo para legionarios, un prelado puso en primer lugar el promover entre los niños una especie de cruzada en pro de la asistencia a la Eucaristía dominical. Estaba convencido de que el faltar por parte de los niños a este deber cristiano era una de las causas principales de sus futuros tropiezos. Sería de una gran eficacia recorrer con este objeto los domingos por la mañana los hogares de los niños. Los nombres de los niños pueden saberse fácilmente, por ejemplo, consultando las listas escolares.
Tengamos siempre en cuenta que los niños no suelen ser malos por naturaleza. Cuando se les ve descuidados en este deber elemental de la piedad católica, seguro que son víctimas de la indiferencia y del mal ejemplo de sus padres. Comiencen, pues, los legionarios por reflexionar sobre esta circunstancia agravante.
Tratándose especialmente de niños, las visitas hechas con irregularidad o durante un período demasiado corto conseguirán muy poco o nada.
b) Visita a los hogares de los niños. Salta a la vista una nota psicológica importante, que conviene subrayar: en cuanto los legionarios manifiesten su deseo de hablar con los niños, se asegura su acercamiento a familias que frecuentemente resultarían inaccesibles, por razones muy diversas. Así es el amor natural de los padres para con sus hijos: se muestran más solícitos por su bien que por el de ellos mismos; y, aunque ellos se abandonen, raras veces dejarán de desvelarse por su hijo. El corazón más duro empieza a ablandarse en cuanto piensa en el hijo. Muchos, insensibles por sí a toda influencia religiosa, quieren que sus hijos no sean en esto como ellos, y se gozan instintivamente al ver que Dios se los bendice. Y, así, personas que rechazarían un mensaje espiritual, lo acogerán gustosos si se trata de sus hijos.
Una vez admitido en alguna de estas casas, un legionario competente sabrá arreglárselas de modo que todos los miembros de la familia perciban la irradiación de su apostolado. Interesarse sinceramente por los niños casi siempre hará favorable impresión en los padres; hay que aprovechar hábilmente esta impresión para sembrar en ellos el germen de lo sobrenatural. De este modo los niños vendrán a ser, no sólo la llave de la casa, sino también la llave del corazón y, con el tiempo, del alma de sus padres.
c) La catequesis de los niños. Esta obra tan importante debería ser reforzada con la visita a las casas de aquellos niños que no asistan con regularidad a la catequesis, y aun de todos los niños en general, manifestando el interés que se les tiene personalmente, y estableciendo contacto con los miembros de sus familias. La Legión podrá hacer las veces de centro local de la Archicofradía de la Doctrina Cristiana (Véase el apéndice 8).
He aquí un ejemplo que pone de relieve la eficacia de la Legión, cuando aplica sus métodos a la catequesis de una parroquia numerosa. A pesar de los esfuerzos continuos de los sacerdotes, y no obstante sus explicaciones y exhortaciones, el término medio de asistencia a la catequesis de los niños había bajado hasta 50. Entonces se fundó un praesidium; éste asumió la labor de instrucción y, además, la de visitar las casas de los niños. Un año de trabajo bastó para elevar la cifra de 50 a 600. Y no entran en cuenta para nada los beneficios espirituales conferidos a muchísimos familiares despreocupados de dichos niños.
En toda empresa legionaria la consigna debe ser ésta: "¿Con qué ojos miraría la santísima Virgen a estos hijos suyos, cómo los trataría?" En la catequesis infantil, más que en otra obra alguna, esta consigna no debe olvidarse nunca. Es tendencia natural impacientarse con los niños; mayor defecto sería el instruirlos como si se hablara de negocios o de cultura, porque los niños tomarían la catequesis como una asignatura más de su escuela, y, así, no se cosecharía ni una décima parte de los frutos. Repitamos: "¿Cómo instruiría la Madre de Jesús a estos niños, viendo como ve en cada uno de ellos a su amadísimo Hijo?"
Al educar a los niños, la memorización y las ayudas audio-visuales desempeñan un importante papel. Se requiere especial cuidado en la selección del material catequético que ha de acoplarse a las enseñanzas de la Iglesia.
Aquella persona que enseñe la doctrina de Cristo ganará una indulgencia parcial, así como la persona que reciba la instrucción (EI, 20).
d) La escuela estatal o no católica. La vida religiosa del niño que no frecuenta una escuela católica peligra en todo momento, y fácilmente se desviará en su juventud, viniendo a ser luego un serio problema. La Legión secundará las medidas adoptadas por las autoridades eclesiásticas de cada localidad y las aplicará con toda su eficacia apostólica.
e) Asociaciones para la juventud. Los niños educados en buenas escuelas entran en crisis al salir de ellas. Se alejan de su saludable influencia, de sus medidas protectoras, de sus minuciosas atenciones; para algunos, además, la escuela fue su único apoyo, pues en sus hogares no había ni influencia religiosa ni principio de autoridad.
Las cosas se ponen aun más complejas: esos jóvenes se ven privados de la ayuda de la escuela católica precisamente en la edad de mayores dificultades morales; en la edad crítica en que ya no son unos niños y tampoco han llegado a ser adultos. Es muy difícil hallar medios apropiados para asegurar esta fase final de la adolescencia, y es muy común -por desgracia- que no se les provea de ninguno, y que, cuando alguna organización adulta venga en su ayuda, resulte que ya todo es inútil, una vez que se han degustado los peligrosos encantos de la libertad.
Por eso, deben prolongarse cuanto sea posible los cuidados que estos niños recibieron en la escuela. Y creemos que un buen método sería que la Legión contribuyera a formar asociaciones juveniles, o, por lo menos, secciones juveniles dentro de las asociaciones ya existentes. Procúrese que las autoridades interesadas den a los legionarios los nombres de los adolescentes, antes de que estos terminen ese período escolar. Y los legionarios vayan luego a visitarlos en sus casas, para conocerlos y para persuadirles a entrar en alguna asociación. Los niños o jóvenes que rechacen la invitación, y quienes no asistan a ella con regularidad, deberán ser objeto de visitas especiales por parte de los legionarios.
A cada legionario se señalará cierto número de jóvenes asociados, de los que se hará responsable. Antes de cada reunión de la asociación juvenil, irá el legionario a visitarlos para recordarles su obligación de asistir. El programa anual de dicha asociación incluirá ejercicios espirituales -cerrados, a ser posible- y alguna función recreativa.
Éste es el medio más eficaz y, de hecho, el único concreto y bien definido de asegurar que los jóvenes recién salidos de la escuela sigan frecuentando los sacramentos con regularidad.
Los que salen de las escuelas de reeducación u orfanatos merecen particular atención, pues muchas veces son huérfanos de padre y madre, y, a veces, víctimas de padres malvados.
f) La dirección de "clubs" infantiles, de grupos de niños y niñas "Boy Scouts", Juventudes Obreras Católicas, clases de labores, la Santa Infancia, etc. la dirección de estas y otras obras afines podrá constituir el trabajo semanal de unos cuantos socios del praesidium, y también podrá ser el trabajo de especialización de todo un praesidium, pues no parece que ofrezca inconveniente ninguno. Es oportuno, sin embargo, reparar en una cosa: cuando un praesidium esté dedicado exclusivamente a la dirección de una o varias de estas obras, cuidará siempre de tener su junta particular aparte, en rigurosa conformidad con todas las prescripciones del reglamento. Contra lo que se ha sugerido, no basta que los socios del praesidium encargados de estas obras se retiren en el curso de las reuniones, como si se tratara de un número más del programa de las mismas y, reunidos, recen las preces de la junta, lean las actas y relaten precipitadamente algunos informes. Con este expediente tal vez se salven los puntos más esenciales de la junta en cuanto a la forma externa; pero bastará leer el capítulo titulado El sistema de la Legión es invariable, para ver qué poco espíritu de esta norma se refleja en semejante proceder.
Es voluntad de la Legión que, cuando un praesidium se halle dedicado a alguna de las obras precedentes, se reciten las preces legionarias al comienzo, a la mitad y al fin de cada reunión de dicha obra. Y si no fuera posible incluir el santo rosario, díganse al menos todas las demás oraciones de la tessera.
g) Un método de la juventud legionaria. Parece necesario indicar a los legionarios encargados de clubs u organizaciones juveniles algunos principios que les puedan orientar a seguir de guía en su obra. Los métodos seguidos suelen depender de los individuos que estén al frente de tales organizaciones, y, así, existe gran variedad de sistemas, desde la sesión diaria hasta la semanal, y desde el puro entretenimiento o pura instrucción técnica hasta religión solamente. Salta a la vista que estas variantes darán resultados muy distintos, y no siempre los mejores. Por ejemplo, la mera diversión da como resultado una formación deficiente de los jóvenes, aun admitiendo que, con ella, "se libran de cosas peores". Y si, como dice el refrán, "poca diversión y mucho trabajo, chico sin desparpajo", también se puede añadir a este dicho: "mucho jugar y nada estudiar, el chico en golfo ha de parar".
Se ha demostrado que el método del praesidium es una buena norma para todo género de personas y obras. ¿Acaso será igualmente posible inventar un método sencillo que sea como una pauta de universal aplicación a la juventud?
La experiencia ha indicado que un programa como el siguiente dará satisfactorios resultados, y, a los praesidia encargados de grupos juveniles, les animamos a hacer la prueba:
1. Edad máxima 21 años; edad mínima, ninguna; conviene separarlos según las edades.
2. Cada miembro debe asistir a una sesión, que se celebrará con regularidad cada semana. Si un grupo se reúne más de una vez por semana, estas serán de aplicación opcional en las reuniones adicionales.
3 Cada miembro dirá la Catena Legionis diariamente.
4. En la sesión semanal, el altar legionario se colocará sobre una mesa -como en las juntas del praesidium-, o aparte, o en un sitio elevado para mayor seguridad.
5. En cada sesión se dirán las oraciones legionarias, incluyendo el rosario, divididas como en la junta del praesidium.
6. La duración total de la sesión no será menor de una hora y media, pero podrá prolongarse más.
7. Se dedicará media hora por lo menos a fines administrativos y educativos. El resto del tiempo se puede dedicar, si se quiere, a recreo. Por "fines administrativos" queremos decir el manejo de los negocios que naturalmente acompañan a la organización de ciertos grupos, por ejemplo: de un club de fútbol u otros deportes, etc. "los fines educativos" comprenden cualquier elemento de formación o educación, religiosa o profana, que se pueda aplicar.
8. Cada miembro irá a comulgar por lo menos una vez al mes.
9. Se animará a los miembros a comprometerse como auxiliar de la Legión, y se les inculcará profundamente la idea de servir al prójimo y a la sociedad.
“Sería fácil detenerme en lo mucho que nos enseña la actividad extraordinaria de San Juan Bosco. Entresacaré aquí sólo una lección por su extrema y perenne importancia: su manera de concebir las relaciones mutuas entre maestros y discípulos, superiores y subordinados, directores y dirigidos, en una escuela, colegio o seminario. Aborrecía sumamente -y con razón- ese espíritu de retraimiento, ese mantenerse a distancia, y esa exagerada gravedad, que impulsa a los profesores y superiores - ya por cierta convicción, ya por falta de consideración, y a veces por puro egoísmo-, a convertirse en seres casi inaccesibles para aquellos cuya educación y formación les ha sido confiada por Dios. San Juan Bosco jamás echó en olvido estas palabras de la Sagrada Escritura: ¿Te han puesto para presidir? No te conviertas en un engreído. Sé entre los demás como uno de ellos. Atiéndeles (Si 32,1)" (Cardenal Francis Bourne).
8. La librería ambulante
Algunos legionarios podrían llevar alguna librería ambulante por lugares públicos, deteniéndose principalmente en calles muy concurridas, o cerca de ellas. La experiencia ha demostrado el valor inmenso que tiene esto como obra legionaria. No hay medio más eficaz de ejercer un apostolado dirigido a los buenos, los malos y los mediocres, así como de atraer hacia la Iglesia la atención de las masas irreflexivas. Por esto desea la Legión ansiosamente tener en cada ciudad importante siquiera una de estas librerías.
Esta librería ambulante debe estar hecha de tal forma que permita la mayor exhibición de títulos, y estará surtida abundantemente de publicaciones religiosas baratas. Y se encargarán de ella los legionarios.
Además de los que se acercan con intención de comprar, habrá curiosos de toda clase y condición: católicos, deseosos de hablar con sus correligionarios; mirones o indiferentes, con ganas de pasar el rato o de ver de que se trata: y, finalmente, los que se interesan algo por la Iglesia, pero no son miembros suyos, ni quieren ponerse en contacto directo con ella. Todos ellos entablarán conversación con los afectuosos y comprensivos legionarios que estén al frente, y a los que se les habrá enseñado a considerar cada pregunta o compra como una oportunidad de establecer un contacto amistoso. De este contacto se servirán los legionarios para elevar el comportamiento y forma de vida de los clientes a un plano superior de pensamientos y acciones; a los católicos, induciéndoles a pertenecer a alguna asociación católica; a los no católicos, ayudándoles a comprender mejor lo que es la Iglesia. Y, así, unos se despedirán resueltos a participar en la Eucaristía todos los días; otros, a hacerse legionarios activos o auxiliares; algunos, a hacer las paces con su Dios; y otros, tal vez, se llevarán en el corazón los gérmenes de su conversión a la Iglesia. Muchos forasteros, al ver cómo actúan los legionarios -y no lo sabrían, tal vez, si no fuera por la librería ambulante-, cobrarán interés por la Legión, y hasta puede ser que se decidan a fundarla en sus respectivas localidades.
No será necesario recordar a los legionarios que el continuar con perseverancia las relaciones iniciadas por medio de la librería ambulante constituye una parte integral de este trabajo.
Cuando se trate de inaugurar una librería de éstas, no faltará la objeción en el sentido de que sólo católicos con mucha cultura están capacitados para dirigirla, y que el praesidium no dispone de esos miembros cualificados. Sería muy útil, ciertamente, un conocimiento superior de la doctrina católica; pero no deben retraerse de la empresa los legionarios, aunque carezcan de él: lo que más importa es la atracción personal. Afirma Newman: "Las personas son las que ejercen influencia en nosotros: su voz nos ablanda, sus obras nos inflaman; no nos convertimos por silogismos". Esto es lo mismo que decir que la sinceridad y dulzura importan más que el mucho saber. La sabiduría tiende con frecuencia a abismarse en profundidades difíciles de entender, o a seguir caminos intrincados que no llevan a ninguna parte; mientras que un sencillo "No lo sé", confesando la propia limitación, mantendrá el diálogo sobre terreno firme.
Pero con la práctica se verá que la mayor parte de las dificultades provienen de una enorme ignorancia en materia de religión, y que un legionario medianamente formado puede muy bien con ellas. Si se presentan cuestiones más complejas, se someterán al praesidium o al director espiritual.
Querer atacar a la Iglesia por razón de los errores, persecuciones y falta de celo que se hayan producido en ella, es llevar camino de nunca acabar la disputa, y confundir lastimosamente los términos. Y, si hubiese alguna parte de verdad en los reproches, la cuestión resultaría aún más confusa. Dar cumplida respuesta a la crítica hostil, en este y otros puntos de menos importancia, es del todo imposible, aunque se eche mano de una vasta erudición. El único partido que debe tomar el legionario es insistir en reducir la controversia a términos más concretos y sencillos.
Dios ha dejado al mundo un mensaje: lo que llamamos religión. Pues esta religión es la Voz del mismo Dios, que necesariamente ha de ser una voz clara, consistente, infalible en sus enseñanzas, y que afirme tener el apoyo de la autoridad divina.
Ahora bien: estas características sólo se encuentran en la Iglesia católica. Ninguna otra corporación o sistema religioso afirma tener dichas cualidades. Fuera de la Iglesia católica reinan la contradicción y la confusión; de manera que, como valientemente se expresa Newman: "o la religión católica es en verdad la venida del mundo invisible a este mundo visible, o no hay nada positivo, nada real, en ninguno de nuestros conceptos sobre nuestro origen y nuestro último destino".
Tiene que haber una Iglesia verdadera, y ésta no puede ser más que una sola; y, si no es la Iglesia católica, ¿Cuál es? Esta sencilla manera de acercarnos a la verdad tiene un efecto arrollador, como el cañoneo constante en un solo blanco. Su fuerza se deja sentir aun entre los más incultos. Para los más cultos tiene este argumento una fuerza incontrastable, y, aunque sus labios sigan acusando de errores a la Iglesia, en lo íntimo de su corazón se ven precisados a callar. A quien ponga tales dificultades, conviene advertirle con brevedad y delicadeza que esas objeciones no prueban demasiado: por qué si valieran, irían contra cualquier otro sistema religioso tanto o más que contra la Iglesia católica. De manera que, si creen haber demostrado la inexistencia de la Iglesia por la maldad de algunos de los miembros del clero, no ha hecho más que probar la falsedad de todas las religiones del mundo.
Ya pasó el día en que un protestante reclamaba para su propia secta particular el monopolio de la verdad. Hoy afirmaría, con modestia, que todas las Iglesias poseen alguna porción de la verdad. Pero aunque esto sea cierto: no basta una porción. Esta afirmación equivale a decir que no hay ninguna verdad conocida ni hay modo de hallarla. Porque, si una Iglesia tiene ciertas doctrinas que son verdaderas, y, por consiguiente, otras que no lo son, ¿qué medios hay para conocer cuáles son las verdaderas y cuáles no? Si empezamos a escoger, ¿quién sabe si escogeremos las falsas? De lo que se deduce que una Iglesia que dice de sus doctrinas: "Algunas de éstas son verdaderas", no es ninguna ayuda, no nos guía en el camino. Nos ha dejado exactamente en el mismo sitio donde estábamos antes sin ella.
Repitamos, pues, la siguiente afirmación, hasta que su lógica haga profunda mella: "No puede haber más que una sola Iglesia verdadera; una Iglesia que no se contradice a sí misma; una Iglesia que tiene que poseer la verdad toda entera, y que tiene que saber distinguir entre lo verdadero y lo falso".
“El mundo no conoce amparo más fuerte que Tú, oh Reina mía. Tiene sus apóstoles, sus profetas, sus mártires, sus confesores y sus vírgenes, a quienes puedo recurrir en busca de auxilio; pero Tú eres más alta que todos estos intercesores: lo que ellos pueden con tu ayuda, Tú lo puedes sin ellos. ¿Por qué? Porque eres la Madre del Salvador. Y porque, si Tú callas, nadie ora, nadie socorre; pero, si Tú abres tus labios, todos rogarán por mí, todos vendrán en mi auxilio" (San Anselmo, Oratio Eccl).
9. Contactos callejeros
El apostolado pretende llevar a cada persona la riqueza plena de la Iglesia. El fundamento de este trabajo debe ser la relación directa, personal y perseverante de un alma entusiasta con otra alma, lo que llamamos con el nombre técnico de contacto. En la medida que nuestro contacto personal se debilite, así se debilitará nuestra verdadera influencia. Cuando las personas se vayan convirtiendo en grupos, se nos irán escapando. Hemos de convencernos de que el grupo nos aleja de la persona concreta. Estos grupos están compuestos de individuos cada uno de los cuales tiene un alma sin precio. Cada miembro tiene su propia vida, pero parte del tiempo lo pasa en el grupo -de una u otra clase-, en la calle, o reunidos en cualquier lugar. Debemos transformar esos grupos en individuos, para, así, poder establecer contacto con sus almas. Así es como debe contemplar nuestra Señora a esos grupos: Ella es la Madre de cada alma en particular, Ella debe ver con angustia sus necesidades, y su corazón anhela encontrar a alguien que la ayude en su labor de Madre para con ellos.
Está demostrado el valor de la librería ambulante en un lugar público para entablar contactos. Se puede además hacer un trabajo de apostolado con un grupo de personas acercándonos a ellas con cortesía, y preguntándoles si podemos hablar con ellas sobre la fe. Estos contactos pueden hacerse en la calle, parques, lugares públicos, en los alrededores de las estaciones de tren o de autobuses, y en cualesquiera otros lugares donde se congregue la gente. La experiencia nos ha demostrado que tales acercamientos son generalmente bien recibidos. Los legionarios que emprendan este trabajo no deberán olvidar que su palabra y su talante son sus instrumentos de trabajo. Por ello, deberán actuar con sencillez y ser respetuosos. En su conversación, eviten cualquier palabra que pueda ser interpretada como un enfrentamiento con la otra persona, o cualquier cosa que pueda sonar como un sermón, o exigir algo como si fuera un deber, o mostrar algún indicio de superioridad. Crean firmemente que María, Reina de los Apóstoles, dará fuerza a sus débiles palabras, y que Ella desea infinitamente que su apostolado dé fruto.
10. El apostolado a favor de la empleada de hogar católica
Esta obra puede formar parte del trabajo anterior, o puede constituir una actividad especial por sí sola.
Con sobrada frecuencia, la sirvienta católica, colocada en el seno de una familia indiferente u hostil a la fe, considerada como una máquina, aislada, recién llegada del campo, arrojada a la ciudad, sin amistades, y forzada a trabar relaciones fortuitas llenas de graves peligros, pertenece a una de las clases más abandonadas de la sociedad. El apostolado que se ejerza para con estas sirvientas será realmente notable.
La visita semanal de legionarias que se interesen por su bien será para esta persona un rayo de luz. El fin de la visita consistirá por lo común en facilitar a la muchacha el ingreso en alguna asociación parroquial, contraer amistades buenas, pertenecer a sociedades de probada seriedad, si las hay; hasta, en muchos casos, el ingreso en la Legión. ¡Cuántos pasos se enderezarán con este trabajo, por sendas nuevas y más felices! ¡A cuántas almas no se conducirá a puerto seguro y hasta a la misma santidad!
"A primera vista nos parecerá ciertamente lo más natural que Dios debería haber rodeado a su excelsa Madre de gran pompa y magnificencia, al menos durante alguna época de su vida terrena. ¡Cuán distinta la realidad, tal como lo dispuso la Divina Providencia! Allí vemos a María en su humilde casita de Nazaret ocupándose en los más sencillos quehaceres domésticos, barriendo el suelo, lavando la ropa, guisando la comida, yendo y viniendo del pozo con un cántaro en la cabeza, entretenida con aquella labor que nosotros -a despecho el ejemplo de Jesús, María y José- tenemos la osadía de llamar baja y despreciable. Las manos de María se enrojecían y se encallecían con el trabajo; Ella misma se sentiría muchas veces desganada y abrumada por el exceso de trabajo; tuvo los desvelos de la mujer de un artesano pobre" (Vasall-Phillips, La Madre de Cristo).
11. Trabajo a favor de los soldados y personal del ejército
Las condiciones de la vida de estos hombres les llevan a descuidar la religión, y los exponen a muchos peligros. Por eso es doblemente deseable el apostolado entre ellos.
a) No siempre será fácil a los civiles el acceso a los cuarteles. Por eso, un trabajo eficaz con los soldados requeriría la formación de praesidia entre los mismos soldados. Hay experiencia de esto en muchos lugares, con notable éxito.
b) El trabajo con los marineros requerirá la visita a los barcos y el procurarles en tierra todas las facilidades que se pueda. Los praesidia que se entreguen a este trabajo debieran afiliarse a la internacio-nalmente conocida asociación Apostolatus Maris, que tiene ramificaciones en le mayoría de los países marítimos.
c) Los legionarios deben respetar absolutamente la disciplina militar o naval, en todas sus reglas o tradiciones. Deberán aspirar a lograr para su apostolado la categórica afirmación de que su trabajo eleva a los hombres en todos los órdenes, y representa un bien neto en su servicio, y aun más que un bien: una verdadera necesidad.
d) El apostolado legionario debe ocuparse también de la gente que vive trashumando, como los gitanos y el personal del circo, etc. Los emigrantes y refugiados deberían también ser parte de este apostolado.
“Entre los grandes cambios que han tenido lugar en el mundo contemporáneo, la emigración ha producido un nuevo fenómeno: los llamados no católicos son cada vez más numerosos en países tradicionalmente cristianos, creando unas buenas oportunidades para establecer contactos, e intercambios culturales, llamando a la Iglesia a la hospitalidad, al diálogo, a la ayuda y, en una palabra a la fraternidad. Entre los emigrantes, los refugiados ocupan un lugar muy especial y merecen la atención principal. Hoy hay muchos millones de refugiados en el mundo, y su número crece constantemente. Han escapado huyendo de lugares de presión política, de miseria, desde el hambre hasta situaciones de proporciones catastróficas. La Iglesia debe hacerles parte de su preocupación, de su total preocupación apostólica" (RM, 36,g).
12. Difusión de literatura católica
Las vidas de incontables personas, como San Agustín de Hipona y San Ignacio de Loyola, vienen a demostrar que la lectura de libros prestigiosos, recomendados por personas, cuya opinión ellos respetaban, demostró ser instrumento que les condujo a alcanzar metas más altas. La difusión de literatura católica ofrece grandes oportunidades para establecer contactos apostólicos con una gran variedad de personas, con quienes puede tratarse fácilmente temas de la fe católica. Si no siguen una educación religiosa adecuada, una vez alcanzada la mayoría de edad, las personas que viven en un mundo secularizado están en una gran desventaja. La Iglesia les enseña un mundo y ellos viven en otro. La voz del mundo secularizado les habla más alto que la voz de la Iglesia. Hay que corregir este desequilibrio. El mandato del cristiano es ganar el mundo secularizado para Cristo. Esto exige que conozcamos bien los verdaderos valores y actitudes, es decir, los valores y actitudes cristianos.
Sin subestimar otras clases de comunicación, el leer seriamente -es decir, el leer para aprender- es una fuente de ideas verdaderamente rica e influyente. Leer poco, pero con regularidad, es mucho más efectivo que leer mucho pero sólo en ocasiones, cuando apetece hacerlo. Existe un verdadero problema cuando se trata de conseguir gente que lea libros religiosos. Hay que fomentar su interés, y, si se mantiene este interés, el material de lectura debe estar al alcance de cada lector. Aquí hay una oportunidad para los católicos que quieran ser verdaderos apóstoles. Al igual que los libros y folletos religiosos, existen periódicos y revistas católicas, cuyo objetivo es: 1) proporcionar una síntesis razonada de temas actuales y una evaluación en profundidad sobre éstos; 2) actuar como correctivo necesario ante opiniones distorsionadas o silencios calculados; 3) revisar y proporcionar directrices sobre ofertas actuales en los medios de comunicación; 4) desarrollar un saludable orgullo y la preocupación y el interés por los temas de la Iglesia universal; y 5) cultivar la afición a una lectura constante de temas importantes.
Además de la palabra impresa, el material audio-visual desempeña un papel muy valioso en el mantenimiento de la fe.
Antes de utilizar cualquier tipo de material que tenga que ver con la religión, conviene siempre asegurarse de buena fuente que este material está de acuerdo con las enseñanzas de la Iglesia. Las supuestas publicaciones católicas deben ser merecedoras de este nombre. "No son los nombres los que garantizan las ideas, sino las ideas las que garantizan a los nombres" (San Juan Crisóstomo).
Entre los medios ya ensayados y probados de distribuir literatura católica están los siguientes: 1) conseguir suscriptores casa por casa; 2) repartir periódicos o revistas en los hogares; 3) contar con personal en quioscos y librerías católicas; 4) montar una librería ambulante o un quiosco portátil en lugares públicos; 5) utilizar la reunión de lo patricios para recomendar material de lectura.
La presentación de libros y revistas en escaparates y puestos ha de ser atractiva y ha de mantenerse bien atendida. En publicidad católica, unos métodos descuidados no dan resultados positivos.
Durante las visitas para la distribución de literatura católica, los legionarios tratarán de seguir un apostolado dirigido a influir en todos y cada uno de los miembros de la familia.
“María es la compañera inseparable de Jesús. Siempre y en todas partes, la Madre está al lado de su Hijo. Por lo tanto, lo que nos une con Dios, lo que nos pone en posesión de las cosas del cielo, no es Cristo sólo, sino aquella pareja bendita, la Mujer y su Prole. Separar, pues, a María de Jesús en el culto religioso es destruir el orden establecido por el mismo Dios" (Terriern, La Madre de los hombres).
13. Promover la práctica de la misa diaria y la devoción hacia la Sagrada Eucaristía
"Sería de desear que el mayor número posible de fieles pudieran tomar parte activa todos los días en el sacrificio de la misa, y participar también de la sagrada comunión, dando gracias a Dios por recibir de Él tan valiosos dones. Éstas son las palabras que deben tener en cuenta: Jesucristo y la Iglesia desean que todos los fieles se aproximen al sagrado banquete todos los días. Lo fundamental de este deseo es que se unan a Dios por el sacramento, y se fortalezcan con él, para evitar la codicia, para purificar las pequeñas faltas de cada día, y para tomar precauciones contra pecados más graves, de los que la debilidad humana no está del todo libre (AAS, 38 [1905], 401). Se necesita aún más. Las leyes litúrgicas establecen que la sagrada Eucaristía se mantenga en las Iglesias con el máximo honor y en el lugar más importante. Los fieles no dejarán de hacerle una visita siempre que puedan. Esta visita es una prueba de gratitud, una muestra de amor, la observancia de la debida adoración a Cristo nuestro Señor presente en la sagrada Eucaristía" (MF,66).
Esto no se hará como un trabajo legionario, sino como algo que hay que tener presente y practicarlo asiduamente, como parte y sustento de todas las actividades legionarias (ver capítulo 8: El legionario y la Eucaristía).
“Vemos como la Eucaristía -sacrificio y sacramento- es, por la abundancia de los tesoros que encierra, cifra perfecta de todo cuanto la Cruz ofrendó a Dios y consiguió para los hombres. Es a un mismo tiempo la Sangre del Calvario y el rocío de cielo: la Sangre que clama pidiendo misericordia, y el rocío vivificante que da la vida a la planta mustia y caída. Es nuestro rescate y nuestra bendición; la vida y el precio de ella. Ni valió más la Cruz, ni la Cena, ni las dos juntas: ambas se prolongan en la Eucaristía, henchidas de todas las esperanzas del género humano. Por eso se llama a la misa "el Misterio de nuestra fe" y con razón: no sólo porque en ella resumido todo el dogma cristiano, el dogma de nuestra ruina en Adán y queda nuestra rehabilitación en Jesucristo, sino también- y principalmente- porque mediante la misa se continúa entre nosotros aquel drama, aquella acción heroica por la que fue llevada a cabo la obra de nuestra excelsa restauración y el sobreabundante resarcimiento de nuestras anteriores pérdidas. No es una simple repetición a modo simbólico: realiza realmente entre nosotros lo que realizó Jesucristo mismo" (De la Taille, El Misterio de la fe).
14. El reclutamiento y cuidado posterior de los auxiliares
Todo praesidium que sepa apreciar el poder de la oración, pondrá gran empeño en la formación de un núcleo bien nutrido de socios auxiliares. Es deber de cada legionario reclutarlos y mantenerse en contacto con ellos.
Pensar en la generosidad de estos auxiliares, que han entregado a la Legión muchas de las mejores aspiraciones de sus almas. ¡Qué gérmenes de santidad no encierran! La Legión ha contraído con ellos una deuda de gratitud inmensa: ¿qué mejor manera de pagar esa deuda que elevando a tales auxiliares hasta la perfección? Los socios activos y los auxiliares son todos igualmente de la familia de la Legión. Los activos son los hijos mayores; y, por consiguiente, la Madre de la Legión -como cualquier otra madre- espera naturalmente su ayuda en la educación de los hijos menores. Pero María no estará simplemente mirando a ver cómo trabajan los socios activos en la perfección de los auxiliares, sino que dará a sus desvelos doble eficacia, y hará que para los unos y para los otros sean fuentes de insospechadas grandezas. Si en el alma del auxiliar se levanta el hermoso edificio de la santidad, el alma del activo obtendrá la recompensa del buen constructor.
Esta obra en beneficio de los auxiliares abre tan vastos horizontes que parece exigir que los más espirituales del praesidium se consagren a ella por entero, con espíritu de "hermanos mayores".
"Para mí es cosa evidente: en estos días de terribles pecados y odio contra Dios, nuestro divino Salvador quiere convocar en torno suyo una legión de almas escogidas, entregadas en cuerpo y alma a Él y a sus intereses, y con las cuales pueda contar en todo momento para que le ayuden y consuelen; almas que no preguntarán: ¿Cuánto hay que hacer?, sino más bien: ¿Cuánto puedo hacer por su amor? Una legión de almas que se darán sin reparar en lo que cueste, con la única aflicción de no poder hacer más, darse más, sufrir más por Aquel que tanto hizo por ellas. En una palabra, almas que no sean como los demás hombres, que a los ojos del mundo pasen por locos, ya que su santo y seña es el sacrificio, no la propia comodidad" (Monseñor O´Rahilly, Vida del Padre Guillermo Doyle).
"Entonces la legión de almas humildes, víctimas del Amor Misericordioso, llegará a ser tan numerosa como las estrellas del cielo y las arenas de la playa. Para Satanás será terrible, y ayudará a la santísima Virgen a aplastar completamente su orgullosa cabeza" (Santa Teresa de Lisieux).
15. Trabajo por las misiones
La preocupación por las misiones es una parte integrante de la vida integralmente cristiana. Comprende la oración, el material de apoyo y el estímulo de vocaciones misioneras, de acuerdo con las circunstancias personales.
Los legionarios, podrían por ejemplo fundar una rama de la santa infancia, rodeada de una multitud de niños, para fomentar en ellos el amor a las misiones. También, podrían reunir a personas que no tengan todas las cualidades requeridas para ser socios activos de la Legión, y organizarlas -tal vez a base del servicio auxiliar de la Legión-, empleándolas en coser, confeccionar vestidos, etc. Resultaría una triple obra buena: a) santificación personal del legionario; b) santificación de otros; c) un medio práctico de socorrer a las misiones.
A propósito de estos trabajos, nos vemos precisados a insistir en dos puntos -que, por otra parte, son de aplicación general-:
a) ningún praesidium podrá convertirse en agencia para recaudar fondos a favor de nada ni de nadie;
b) la supervisión y dirección de personas empleadas en la costura se podrá tener como trabajo suficiente para cumplir con la obligación del trabajo semanal. En cambio, el trabajo de coser, de por sí, no se estima suficiente para una socia adulta de la Legión, a no ser en circunstancias muy excepcionales, como en el caso de estar físicamente imposibilitada para hacer otra cosa.
“Las cuatro sociedades -propaganda de la Fe, San Pedro Apóstol, Santa Infancia y la Unión Misionera- tienen el objetivo común de fomentar un espíritu misionero universal entre el pueblo de Dios" (RM,84).
16. Promover retiros
Habiendo experimentado personalmente el beneficio de un retiro espiritual, los legionarios deben organizarlos, propagándolos y, allí donde todavía no estén establecidos, intentar establecerlos.
Tal es la recomendación del Papa Pío XI en la encíclica citada más abajo, dirigida a "aquellas asociaciones de piadosos seglares que aspiran a servir a la jerarquía apostólica mediante obras de Acción Católica. En estos retiros verán claramente lo que valen las almas, y se inflamarán en deseos de socorrerlas; y se llenarán del ardor del apostolado, de su briosa actividad y de sus santos deseos.
Hay que notar el énfasis que pone el Papa en la formación de apóstoles. Esto, a veces, no se consigue: de muchos ejercicios no salen apóstoles, y en este caso hay que poner en tela de juicio la utilidad de tales retiros.
La falta de posibilidad de acomodo para dormir no ha de disuadir a los legionarios de hacer una amplia difusión de tan fructuosa práctica. La experiencia ha demostrado que un solo día de retiro -de la mañana a la noche- rinde muchísimo fruto, y es fácil de organizar. De hecho, y como práctica general, no hay otra manera de ponerlo al alcance de las masas. Para el retiro de un solo día se puede fácilmente encontrar un edificio con jardín; y los gastos de manutención no son elevados.
"El Divino Maestro solía convidar a sus apóstoles a la dulce soledad del retiro: venid vosotros solos a un sitio tranquilo, y descansad un poco (Mc 6,31). Y, al salir de este destierro para el cielo, quiso que estos mismos apóstoles se puliesen y perfeccionasen en el cenáculo de Jerusalén: allí, durante diez días, dedicándose a la oración en común" (Hch 1,14), se dispusieron para recibir dignamente al Espíritu Santo. Retiro memorable, por cierto, y prototipo de los ejercicios espirituales: retiro del cual salió la Iglesia naciente dotada de virtud y fuerza perenne, y donde, en presencia de la Virgen María Madre de Dios, y bajo su patrocinio, se formaron -juntamente con los apóstoles- aquellos otros que bien podemos llamar los precursores de la Acción Católica" (MN).
17. Asociación pionera de abstinencia total del Sagrado Corazón
Una admirable actividad para un praesidium sería indudablemente el reclutamiento de miembros para esta asociación. El objetivo primario de la asociación es la gloria de Dios, fomentando la sobriedad y la abstinencia; el medio principal para conseguir este objetivo es la oración y el autosacrificio. Los miembros están inspirados por su amor personal a Cristo: a) para no depender del alcohol con el fin de hacer el bien; b) para reparar los pecados de la propia debilidad, incluyendo sus propios pecados; c) para ganar, a través de la oración y el autosacrificio, gracia y ayuda para aquellos que beben excesivamente y para los que sufren como resultado de este exceso en la bebida.
Las obligaciones principales de los miembros son: 1) abstenerse de por vida de toda bebida alcohólica; 2) recitar la Ofrenda Heroica (oración) dos veces por día; 3) llevar la insignia.
La ofrenda heroica es como sigue:
"Por tu mayor gloria y consuelo, Oh Sagrado Corazón deJesús
por tu amor para dar buen ejemplo, para practicar la abstención,
para reparar por Ti los pecados de la violencia incontrolada,
y para la conversión de los bebedores,
me abstendré de por vida de toda bebida alcohólica”
Existe un doble acuerdo: 1) un praesidium puede crear, con la aprobación del director central de la Asociación Pionera, un centro pionero; 2) en zonas donde exista ya un centro de la Asociación se permite un praesidium, sujeto a la autorización del centro existente, para unirse a dicho centro con el fin de promover y reclutar miembros para la Asociación (ver apéndice 9).
18. Cada localidad tiene sus necesidades particulares
Según las circunstancias, los legionarios utilizarán cualquier otro medio propio para el fin de la Legión, supuesta siempre la aprobación de la directiva de la Legión y de acuerdo con la autoridad eclesiástica. Por lo demás -y no nos cansamos de repetirlo- deben lanzarse a toda obra nueva guiados por un espíritu emprendedor y valiente, y con ánimo resuelto.
Toda acción heroica ejecutada en nuestra condición de católicos, tiene un efecto que podríamos llamar electrizante con relación al medio ambiente de cada localidad. Nadie -ni siquiera los impíos- puede sustraerse al impacto causado por semejante heroísmo, que impulsa a tomar la religión con más seriedad. Esas normas nuevas de vida dejarán una huella firme en la conducta de la población entera.
"No temáis, dijo Jesús. Desterremos, pues, todo temor. No queremos que entre nosotros haya ningún miedoso. Si alguna vez hay necesidad de repetir estas palabras de Cristo: No temáis, es, indudablemente, cuando se trata de la Acción Católica y de sus obras, porque el temor priva a la mente de toda capacidad para juzgar y obrar con acierto. De nuevo lo repito: es preciso alejar el temor; todo temor menos uno, el que yo quisiera enseñaros: el temor de Dios. Poseídos de este santo temor, no os detendréis ni por los hombres ni por las revoluciones del mundo.
Y, en cuanto a la prudencia, que sea como la define y nos la recuerda sin cesar la Sagrada Escritura: la prudencia de los hijos de Dios, la prudencia del Espíritu. Que no sea -como de hecho no lo es- la prudencia de la carne: flaca, perezosa, estúpida, egoísta, indigna" (Pío XI, Discurso del 17 de mayo de 1931).
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