CAPITULO 39
PUNTOS CARDINALES DEL APOSTOLADO LEGIONARIO
1. En nuestro trato con las almas María debe acompañarnos siempre
Por condescender con los miserables prejuicios de los que tienen a María en poca estima, la dejamos nosotros a veces relegada a la oscuridad. Semejante método de contemporizar con nuestros adversarios obedecerá tal vez, a razonamientos humanos; pero está muy lejos de reflejar el plan de Dios. Ignorar la parte que tuvo María en la Redención sería como si intentáramos predicar el cristianismo sin Cristo. Es Dios quien ha dispuesto que sin María no hubiera anuncio, ni llegada, ni entrega, ni manifestación de Jesús.
Desde un principio y antes de la creación del mundo, María estuvo en la mente de Dios.- El mismo Dios fue el primero en esbozar para Ella un destino indudablemente único y sin par. Toda esa grandeza suya tuvo orígenes remotísimos: precedió a la constitución del mundo. Desde un principio, la idea de María estuvo presente en la mente del Padre Eterno, juntamente con la del Redentor, en cuyo destino participaba Ella. Desde aquel momento tan remoto había contestado Dios a la pregunta del escéptico: "¿Qué necesidad tenía Dios de la ayuda de María?" Ciertamente, Dios pudo haber prescindido totalmente de María - lo mismo que pudo haber prescindido del propio Jesús -, pero el plan que quiso adoptar incluía a María.
En aquel instante en que fue decretado el nacimiento del Redentor, se decretó también que María estuviese a su lado. Es más: el proyecto divino le asignó nada menos que el oficio de Madre del Redentor, y eso lleva necesariamente consigo el oficio de Madre de todos los que iban a estar unidos a Él.
Así, desde toda la eternidad, María quedó ensalzada a un puesto singular entre todas las criaturas, absolutamente sin comparación ni con los seres más sublimes; distinta de todos los demás en la mente divina, distinta por su predestinación única; y, por lo tanto, singularizada entre todas las mujeres en aquella primera profecía de la Redención que Dios proclamó a Satanás: “Pongo enemistades entre ti y la Mujer, entre tu linaje y el suyo. Él te pisará la cabeza cuando tú hieras su talón” (Gn 3,15). He aquí un resumen de la futura Redención, hecho por el mismo Dios. No cabe duda: María pertenece a una categoría única aun antes de nacer, después y siempre; Ella es la enemiga de Satanás; inferior al Salvador, pero la segunda después de Él (Gn 2,18), y diferente por completo de las demás criaturas. Nadie tan cerca de Él como Ella: ni profeta, ni siquiera el Bautista; ni rey, ni caudillo, ni apóstol, ni evangelista, incluso los mismos San Pedro y San Pablo, ni el mayor de los papas y pastores y doctores; ni santo alguno; ni David, ni Salomón, ni Moisés, ni Abrahám. ¡Ninguno! Ella sola entre todas las criaturas habidas y por haber, está designada por Dios para ser la cooperadora de nuestra salvación.
Revelada en profecía al vivo y claramente.- El curso de la profecía sigue: "La Virgen", "La Virgen y el Hijo", "La Mujer" y “el Niño”, "La Reina sentada a la diestra de Rey"... La afirmación, frecuentemente repetida, de que una mujer ha de ser un factor primario en nuestra salvación. ¿Qué porvenir se profetiza así para Ella? ¿Acaso no es consecuencia lógica de esto todo lo más grande que podamos afirmar sobre Ella? Apenas si nos damos cuenta de la fuerza contundente y conclusiva que tiene la profecía respecto al puesto que ocupa María en la religión cristiana. Una profecía es una sombra de lo que ha de venir, una mirada que penetra el tiempo, un pálido bosquejo de lo que se ve en lontananza. La profecía tiene que ser, forzosamente, menos viva, menos clara, menos concreta que la realidad de la que habla; pero, también tiene que guardar con esa realidad cierta armonía de proporciones. La profecía que había revelado la Redención como la obra conjunta de una mujer y de su Hijo, y excluyendo a cualquier otro -los dos aplastando la cabeza del Maligno-, sería radicalmente inexplicable con una realización en la que la mujer quedara relegada a la oscuridad. Por eso, si esa profecía merece el nombre de tal, y si la salvación es la realización perpetua del misterio salvador de Jesucristo en la concreción de la vida humana - y así nos lo declaran a la par la Santa Iglesia y las Sagradas Escritura -, en la economía cristiana hay que hallar a María al lado de Jesús, inseparable de Él en su obra salvadora; la nueva Eva, dependiente de Él, pero necesaria para Él; es decir, la Medianera de todas las gracias, como la llama la Iglesia católica para expresar el oficio de misericordia que Ella ejerce. Si lo que vislumbra la profecía es hoy la verdadera tierra de Dios, los que estiman a María en poco son extranjeros y ajenos a esa tierra.
La Anunciación revela, igualmente, su puesto fundamental.- Se acerca el punto fulminante de las profecías. Al fin de tantos siglos, llega ya el gozo de su realización.
Consideremos la admirable ejecución del plan de la divina Misericordia. Trasladémonos en espíritu a aquella Conferencia de la Paz, la más importante que han visto los siglos. Esta negociación entre Dios y los hombres se llama "La Anunciación". En aquella Conferencia, Dios estaba representado por uno de sus arcángeles, y la humanidad, por Aquella cuyo nombre ostenta la Legión como un privilegio.
Ella era sólo una gentil doncella, pero de Ella dependió ese día el destino de toda la humanidad. Llegó el ángel con noticias más que sorprendentes, y propuso a María la Encarnación. No era una simple notificación. No fue violentada su libertad de elección. Y así, por un momento el destino de la humanidad se estremeció, mientras duró la reflexión de María.
La Redención era el deseo ardiente de Dios; pero en esto -como tampoco en temas de menor importancia-, Él no forzaría la voluntad del hombre. Brindaría el privilegio inconmensurable, mas para que el hombre lo aceptara, y el hombre era libre de rechazarlo.
Había llegado el momento que todas las generaciones habían esperado con ansiedad; desde siempre todas las generaciones habían pensado en él. Era el momento cumbre de todos los tiempos. Hubo una espera... Aquella doncella no aceptó de inmediato; hizo una pregunta y se le dio una respuesta. Hubo otro silencio... Y, después, Ella dijo: Hágase en mi según tu palabra. Aquellos labios trajeron a Dios a la tierra, sellando el gran Pacto de Paz de Dios con la humanidad.
El Padre ha hecho depender de Ella la Redención.- Son poquísimos los hombres que perciben realmente las consecuencias del consentimiento de María. Aun la generalidad de los católicos se forman una idea muy pobre del importante oficio desempeñado por Ella. Pero los doctores de la Iglesia dicen cosas como ésta: suponiendo que la Virgen no hubiese aceptado el don de la maternidad, la Segunda Persona Divina no se hubiera encarnado en sus entrañas. ¡Qué cosa más sublime!
"Pensamiento aterrador: depender Dios del Fiat de una doncella de Nazaret para enviar a su Unigénito a rescatar al mundo (Lc 1,38). En esta sola palabra culminó todo el mundo antiguo; de Ella arrancó el mundo nuevo; es el cumplimiento de todas las profecías, el eje de todos los tiempos, el primer destello del lucero de la mañana, anuncio del Sol de Justicia; es la palabra que forjó, en cuanto era capaz una voluntad humana, el vínculo que unió el cielo con la tierra, y elevó a la humanidad hasta Dios" (Hettinge).
Cosa realmente sublime. Significa que María era la esperanza de la humanidad. Pero esperanza firme, porque, en sus manos, nuestra suerte estaba segura. Y, aunque no podamos comprenderlo en todo su alcance, la misma razón nos dice que aquel acto del consentimiento de María tuvo que ser el acto más heroico que jamás hizo una mera criatura: no lo pudo hacer nadie más que Ella, entre todos los hombres y en todos los tiempos. Fruto de este heroísmo fue la venida del Redentor, y no para Ella solamente, sino para toda la humanidad caída, en cuyo nombre había dado su consentimiento. Y, con el Redentor, María nos trajo ese cúmulo de beneficios que llamamos fe: todos esos dones sobrenaturales que hacen vivir al hombre la vida verdadera. Sí, esta fe, que es lo único que importa, cuya posesión obliga a abandonar y sacrificar todo lo demás como cosa sin valor alguno, comparado con ella; esta fe, la de todas las generaciones pasadas, presentes y venideras, se apoyó enteramente en las palabras del consentimiento de la Virgen.
No hay cristianismo auténtico sin María.- Pues esta dulce Virgen ha traído a la tierra tan inestimable don, bien merece que todas las generaciones la llamen "bienaventurada": sería inconcebible que aquella que trajo el cristianismo al mundo quedase excluida del culto cristiano.
¿Qué pensar, entonces, de quienes se llaman cristianos y, al mismo tiempo hacen poco aprecio de Ella, y hasta la desprecian, o hacen contra su honor cosas todavía peores? ¿No se les ha ocurrido pensar que toda la gracia que poseen se la deben a Ella? ¿No se detienen a discurrir que, si hubiesen sido excluidos de su consentimiento en la noche de la Anunciación, no hubiera habido para ellos Redención sobre la tierra? En ese supuesto, estarían fuera del ámbito salvador. La verdad es que, por más que clamen todo el día y todos los días: “¡Señor, Señor!” (Mt 7,21), si no hubiera hablado por ellos María, nunca habrían sido cristianos, ni tendrían parte con Cristo. Pero si por la bondad de Dios tienen algo de cristiano, si les ha sido dada una participación en la vida sobrenatural, sepan que todo se lo deben a María, porque estaban incluidos en su consentimiento. En una palabra: el bautismo, que hace a cada persona hijo de Dios, le hace al mismo tiempo hijo de María; y esto es así aunque no haga caso de la Madre; y aunque con una frase de Shakespeare, "rechace todos los cuidados y angustias de la madre, con mofa y menosprecio, y ella llegue a saber por experiencia que un hijo desagradecido es más doloroso que la mordedura de la serpiente".
La gratitud, pues -y una gratitud práctica- debe ser el distintivo del cristiano en sus relaciones con María. Debemos expresarle nuestro agradecimiento unido al que tenemos al eterno Padre, porque la Redención es regalo común de los dos.
Siempre hallamos al Hijo en compañía de la Madre.- Ha sido del divino agrado que no se inaugurase el reinado de la gracia sin María. Y fue su voluntad también que continuasen las cosas por el mismo camino. Cuando quiso Dios preparar a San Juan Bautista para la misión de precursor suyo, le santificó por medio de la visita amorosa que hizo su bendita Madre cuando la Visitación. En la primera Nochebuena, quienes cerraron las puertas a María se las cerraron también a Él: no se percataban de que, al rechazarla a Ella, rechazaban con Ella a Aquel a quien ellos esperaban.
Cuando los pastores - que representaban al pueblo escogido hallaron al Deseado de las naciones, le hallaron con Ella; si le hubiesen vuelto la espalda a Ella, no le hubieran encontrado a Él. En la Epifanía , el Salvador acogió a las naciones gentiles en la persona de los tres Magos; pero, si estos llegaron a encontrar al Hijo, fue porque encontraron a la Madre; si hubiesen tenido a menos el acercarse a Ella, no habrían llegado hasta Él.
Lo que se realizó en secreto en Nazaret, tuvo que ser confirmado públicamente en el templo: Jesús se ofrendó a sí mismo al Padre, pero se ofrendó en los brazos y por manos de su Madre; porque aquel niño le pertenecía a su Madre; sin Ella no se podía efectuar la Presentación.
Prosigamos: los Santos Padres nos dicen que Jesús no quiso inaugurar su vida pública sin el consentimiento de su Madre; y el Evangelio nos informa de que el primer milagro con que probó la autenticidad de su misión lo hizo en Caná de Galilea a ruegos de su Madre.
Hombre por hombre, Doncella por doncella; Árbol por árbol.- Cuando se realizó sobre el Calvario la última escena del terrible drama de la Redención, Jesús quedó colgado en el árbol de la Cruz, y al pie de la Cruz estaba María; y no como simple Madre amante, ni por una casualidad, sino cabalmente para desempeñar el mismo oficio que desempeñó en la Encarnación. Estaba allí como representante de todo el género humano, ratificando el ofrecimiento que había hecho de su Hijo en bien de los hombres. Nuestro Señor no se ofreció a sí mismo al Padre sin el consentimiento de su Madre, ni sin el ofrecimiento de sí mismo en nombre de todos sus demás hijos; la Cruz fué a la par el sacrificio de El y de Ella. Afirma el Papa Benedicto XV: "Así como es cierto que Ella sufría y agonizaba de dolor con su Hijo agonizante, también lo es que Ella renunció a sus derechos de Madre sobre aquel Hijo por causa de nuestra salvación, y le inmoló, en cuanto estuvo en su mano, para aplacar a la divina justicia. Por eso podemos decir que Ella redimió con Cristo al género humano.
El Espíritu Santo obra siempre en unión con Ella.- Vengamos un poco más acá, a Pentecostés. En aquella ocasión grandiosa, cuando la Iglesia fue destinada a cumplir su misión, allí estaba también María. Atraído por su oración, bajó el Espíritu Santo sobre el Cuerpo místico y entró a morar en Él con toda su grandeza, poder, honor, majestad y gloria (1 Cro 29,11). María vuelve a ejercer para con el Cuerpo místico de Cristo los mismos menesteres que ejerció con su cuerpo físico. Pentecostés es como una nueva Epifanía; en ambos misterios rige la misma ley: María es elemento esencial. Y así en todos los misterios de la gracia, hasta el fin de los tiempos. Ya puede uno orar, trabajar y esforzarse: si María queda excluida, se frustra el plan divino; si María no está presente, no se concede gracia alguna. Sobrecogidos con este pensamiento, se nos ocurrirá preguntar: ¿Qué pasará con aquellos que ignoran o insultan a María? ¿No recibirán ninguna gracia?, Si: reciben gracias de la misma Madre a quien desconocen o insultan. Su ignorancia crasa de quien es María les podrá excusar. Pero ¡que título más pobre para entrar en el reino de los cielos! ¡que manera de portarse con Aquella que les está ayudando a entrar! Pero esas gracias así concedidas vienen a ser solo un delgado hilillo, comparado con la caudalosa corriente que de otra suerte fluiría; y las almas quedan, en gran parte secas y estériles.
¿Qué puesto debemos señalarle?.- Algunos, oyéndonos atribuir a una simple criatura un poder tan universal, se escandalizan, y dicen que injuriamos a Dios. Pero nosotros respondemos: si Dios ha querido obrar así con María, ¿dónde está la injuria? Sería una necedad afirmar que a fuerza de la gravedad menoscaba el poder de Dios. Precisamente, la ley de la gravedad viene de Dios, y cumple en toda la creación los designios del Creador. El mismo grave error hay en ver una falta de respeto para con Dios cuando se atribuye a María, en el universo de la gracia, un influjo comparable con el de la gravedad en el mundo. Si Dios ostenta su soberanía en el reino de la naturaleza estableciendo leyes para ella, ¿cómo no ha de poder manifestar su bondad y omnipotencia estableciendo una ley peculiar para María?
Aun admitiendo la obligación de reconocer a María en el culto cristiano, algunas personas están preocupadas por la calidad y cantidad de su devoción mariana: ¿Cómo he de repartir mis oraciones entre las tres Divinas Personas, María y los santos? ¿Cuál es la medida justa - ni más ni menos - de lo que debo ofrecer a María?" Otros adoptarán una actitud más extrema, objetando: "¿Me apartaré de Dios si dirijo mi oración a María?"
Todos estos reparos proceden de aplicar ideas terrenas a las realidades del cielo. Tales personas se figuran a Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, y a María y a los santos, como otras tantas estatuas, ante las cuales no se puede rezar sino de una en una, dando la espalda a las demás.
No faltan ejemplos para ilustrar la compatibilidad del culto a María y a los santos con el culto supremo debido a Dios; mas - cosa extraña - para disipar todas las dudas y dificultades no hay recomendación ni más sencilla ni más henchida de piedad cristiana que ésta: "Si, es verdad que todo lo tienes que entregar a Dios, pero entrégaselo todo con María". Esta devoción al parecer algo exagerada, en la práctica es la que está más libre de todas las perplejidades que trae consigo el medir y regatear en materia de piedad.
Todas nuestras acciones deben ratificar su "Fiat".- Este modo de obrar está justificado en la misma Anunciación. En aquel momento todo el género humano estaba identificado con María, su representante; tanto que las palabras de la Virgen recogían la voz de toda la humanidad; y Dios la miraba a Ella. Ahora bien: la vida diaria del cristiano no es más que la formación de Jesucristo en un miembro particular de su Cuerpo místico, y esta formación se lleva a cabo gracias a la cooperación de María en la Encarnación.
Entonces debemos deducir que María es tan Madre de cada cristiano como de Jesucristo, y son tan necesarios su consentimiento y sus desvelos maternales en el crecimiento diario de su Hijo en el alma de cada hombre, como lo fueron para la concepción y el desarrollo del mismo Redentor en su persona física. Lo cual significa para el cristiano muchas cosas y muy importantes. Entre otras, estas dos:
La primera reconocer francamente y de todo corazón a María como su representante en el ofrecimiento de aquel sacrificio que, empezado en la Anunciación y consumado sobre el ara de la Cruz, redimió al mundo.
La segunda ratificar lo que hizo María en su favor durante todo aquel tiempo, para poder disfrutar sin rubor, en toda su plenitud, de los infinitos beneficios que por este medio le fueron concedidos. Mas ¿cómo ha de ser esta ratificación por parte del cristiano? ¿No bastaría un solo acto? Para solucionar la cuestión, no tenemos más que reparar en este hecho: si todos los actos de nuestra vida han sido elevados a la categoría de actos cristianos, ha sido por María. Luego ¿no es razonable y justo que esos mismos actos lleven algún sello de reconocimiento y gratitud para con nuestra querida Madre?. Así pues, sólo resta repetir la solución ya dada: "Debes entregar a María absolutamente todo"
Con María glorificad al Señor.- Tenedla presente -siquiera de un modo vago y general- en todo momento. Unid vuestra intención y vuestra voluntad a las suyas, de manera que cada acto y cada súplica del día se hagan con Ella. No debe ser excluida de nada. Si rogáis al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, o a algún santo, hacedlo siempre en unión con María. Ella repetirá vuestras mismas palabras. Ella y vosotros abriréis vuestros labios al unísono; Ella tomará parte en todo. Si lo hacéis, no sólo estará a vuestro lado; estará, en cierto modo, dentro de vosotros, y vuestra vida será una entrega continua a Dios de cuanto poseéis en común Ella y vosotros.
Esta forma de devoción mariana -que abarca todo nuestro ser- es el justo reconocimiento de la parte que tuvo y sigue teniendo siempre María en la economía de nuestra salvación. Es, además, la devoción a María más fácil: resuelve las dudas de quienes quieren echar la cuenta de cuánto hay que darle, y los escrúpulos de los que temen darse a María robándole a Dios. Sin embargo todavía habrá católicos que dirán: "Es una devoción exagerada". Que demuestren dónde se falta aquí a la razón, dónde hay menoscabo de lo que se debe dar a Dios. Sería más acertado poner esa objeción a los que se dicen muy celosos por la gloria de Dios, pero no quieren conformarse al plan trazado por Él; a los que profesan tener las Escrituras como palabra santa de Dios, pero no quieren escuchar los versículos donde se entonan las grandezas que el mismo Dios ha hecho en María, y donde se dice que todas las generaciones la llamarán bienaventurada (Lc 1,48-49).
Tratando con personas indecisas como ésas, es preferible usar términos que reflejen fielmente toda la riqueza y perfección de esta devoción. ¿Cómo es posible que los legionarios hablen de su Reina de otro modo? Expresiones mezquinas y pobres no harán más que envolverla en un manto de sombras. Si María no es más que una fantasía, una creación del sentimiento, no son por cierto los católicos quienes obran razonablemente, sino los que hacen poco caso de Ella. En cambio la declaración franca e ingenua de todas sus prerrogativas y del lugar esencial que ocupa en la vida cristiana, resulta un desafío tal que ningún corazón algo susceptible a la gracia podrá desconocer; y, después de examinarlo, no hay alma sincera que no se rinda a los pies de tan buena Madre.
La Legión cifra todo su anhelo en llegar a ser un reflejo de María. Si se mantiene fiel a este ideal, recibirá una participación del don supremo de su Reina: la gracia de iluminar los corazones que yacen en las tinieblas de la incredulidad.
"El gran maestro de Santo Tomás de Aquino, San Alberto Magno, en un comentario que hace del pasaje evangélico de la Anunciación, tiene esta hermosa frase: "El Hijo hace subir hasta lo infinito la excelencia de su Madre, porque la infinita bondad del Fruto exige una bondad en cierto modo infinita también en el Árbol que lo da".
En la práctica, la Iglesia católica considera a la Madre de Dios como dotada de un poder sin límites en el reino de la gracia. Se la considera como Madre de todos los redimidos, a causa de la universalidad de su gracia. En virtud de su divina maternidad, María es -aparte de las tres Divinas Personas- el poder sobrenatural más extenso, el más eficaz y universal que existe en el cielo y en la tierra." (Vonier, La Divina Maternidad)
2. Hay que prodigar infinita paciencia y dulzura a cada alma, cuyo valor es inestimable
Sí, hay que desterrar del apostolado legionario todo lo que suene a dureza. Las cualidades esenciales del éxito -sobre todo con marginados y pecadores- son la compasión y una dulzura inalterables. En los roces de la vida nos persuadimos constantemente de que tal o cual persona merece un reproche o una palabra dura; llevamos esta persuasión a la práctica, y luego nos pesa. Es posible que en cada caso nos hayamos equivocado. Nos quejamos de la obstinación y perversidad de ciertos individuos: ¿por qué no recordar a tiempo que esas malas disposiciones provienen precisamente de un trato duro, bien merecido sin duda? La florecilla que hubiera abierto su corola al suave calor de la dulzura y la compasión, se cierra apretadamente al contacto de un clima frío. En cambio, el aire de compasión que acompaña al buen legionario, la prontitud en escuchar, compenetrándose hondamente del caso tal como se le cuente, es de una suavidad irresistible: el corazón más empedernido, el más desorientado, cede en solo cinco minutos, más y mejor que con un año entero de correcciones y críticas.
Estas personas tan duras están casi siempre sobreexcitadas. Cualquiera que las irrite más, endurece su resistencia a la gracia. El que las quiera ayudar tiene que conducirlas por el camino opuesto. Esto sólo se puede conseguir tratándolas con paciencia y un respeto extremos.
Todo legionario debería grabar en su alma con caracteres de fuego estas palabras que aplica la Iglesia a la santísima Virgen: “Mi espíritu es más dulce que la miel y mi herencia mejor que los panales” (Si 24,20). Otros, tal vez, podrán hacer el bien usando métodos más severos; para el legionario no hay más que una manera de hacer la obra de Dios: proceder con suavidad y dulzura. Por ningún motivo o circunstancia se aparte el legionario de ese camino; porque, si se aparta, lejos de hacer cosa de provecho, hará daño. Se ha dicho que Jesús ha entregado en manos de María sólo el cetro de su Misericordia, reservándose para sí el de la justicia. Los legionarios que se sustraigan a la jurisdicción de María, perderán el contacto con Aquella de quien depende su obra; y entonces ¿qué podrán hacer?
El primer praesidium de la Legión tomó por título "Nuestra Señora de la Misericordia". Fue así porque la primera obra que emprendió fue la visita a un hospital dirigido por las hermanas de la misericordia. Los primeros socios estaban convencidos de que eran ellos quienes escogieron tal nombre; pero fue la Virgen misericordiosa quien se lo confió, señalando de este modo la cualidad que debe distinguir al alma legionaria.
No es que los legionarios cejen en sus esfuerzos de seguir al pecador. No pocas veces pasan años y más años en el seguimiento incansable de un alma que porfía en sus extravíos, porque hay casos excepcionales que verdaderamente ponen a prueba la fe, la esperanza y la caridad de uno. Hay pecadores que parecen exceder la categoría común: personas de una maldad extrema, la personificación del egoísmo, traidoras en todo y a todos, repletas de odio contra Dios, o rebeldes contra la religión. No parece haber en ellos ni rastro de sensibilidad, ni una chispa de la gracia, ni el menor vestigio sobrenatural. En fin, que son tan sumamente detestables, que cuesta creer que no sean igualmente aborrecibles a los ojos de Dios. ¿Qué podrá ver Él entre tanta fealdad, que le mueva a desear unirse íntimamente con semejantes almas en la sagrada comunión, o a gozar de su compañía en el cielo?
Es casi irresistible la inclinación natural a abandonar a estas pobres gentes a su suerte. No obstante, el legionario debe mantenerse firme. Todos los razonamientos meramente humanos son insuficientes. Sí: Dios quiere unirse con esa alma vil y afeada; y lo desea tanto, tan ardientemente, que envió a su Hijo nuestro dulcísimo Salvador, a estar con ella; y con ella está ahora.
El motivo que debe animar a los legionarios a la perseverancia lo expresa monseñor R.H. Benson en los siguientes términos: "Si el pecador se limitase con su pecado a arrojar a Cristo de sí, podríamos tal vez consentirle marchar. Pero es que - en frase aterradora de la Escritura - el pecador toma a Cristo en sus manos y vuelve a crucificarle, haciendo burla de Él (Heb 6,6); y esto en manera alguna podemos consentirlo".
¡Qué pensamiento más inspirador!: ¡Cristo, nuestro Rey, entregado al enemigo! ¿Qué contraseña para una larga batalla, para una lucha irreductible, para una persecución incansable de esa alma que hay que convertir a fin de que cese la agonía de Cristo Toda repugnancia natural ha de ser abrasada en la llama viva de una fe que sabe ver y amar y servir lealmente a Cristo, crucificado en esos pecadores. Si el acero más templado se funde al calor del soplete, ¿habrá corazón tan duro que no se ablande, abrasado continuamente por la llama de tan sincero amor?
A un legionario con mucha experiencia acerca de los pecados más depravados de una gran ciudad, le fue preguntado si alguna vez había dado con un caso verdaderamente imposible. Aunque, como a un buen legionario, le repugnaba confesar que sí existía semejante categoría, contestó que muchos casos eran terribles, pero imposibles, pocos. Al instarle más, admitió -como de pasada- que conocía un solo caso que podría denominarse así. Y aquella misma tarde le fue dado un solemnísimo mentís. Por una extraña casualidad se encontró en la calle con la persona que acababa de mencionar. Y he aquí que a los tres minutos de conversación, se realizó lo imposible: ¡una conversión completa y duradera!
"En la vida de Santa Magdalena Sofía se destaca un episodio revelador de la fiel persecución de un alma en sus rasgos más conmovedores. Durante veintitrés años siguió la santa con amor persistente a un alma que la divina Providencia había hecho cruzar en su camino: una pobre oveja descarriada que, si no hubiese sido por la santa, jamás habría entrado en el redil. De dónde era Julia, nadie lo sabía; nunca contó igual la misma historia. Solitaria, pobre, y de un temperamento difícil y obstinado: era mentirosa, traidora, ingrata, apasionada hasta rayar en el frenesí. Nadie como ella decían todos. Pero Santa Magdalena Sofía no veía más que a un alma sacada de lugares perniciosos por el Buen Pastor, y confiada por Él a su cuidado. Ella la adoptó como si fuera una hija suya; le escribió más de doscientas cartas, y sufrió mucho por su causa. Pagada con la calumnia y la ingratitud, la santa se mantuvo firme, perdonándola una y otra vez sin perder la esperanza nunca... Julia murió siete años después que la santa, en la paz del Señor" (Monahan, Santa Magdalena Sofía Barat).
3. Valor legionario
Toda profesión requiere cierta clase de valentía, y tiene por indigno al que no la posee. La Legión pide valor de ánimo, porque su profesión es llevar a los hombres a Dios y esto trae frecuentes contrariedades: resentimientos, falta de comprensión etc. ataque menos mortíferos que los de las armas de fuego, ciertamente, pero a los que hay que hacer frente con no menos valor, como prueba la experiencia.
Muchos, que permanecieron impertérritos bajo una lluvia de balas, se estremecerían ante la mera posibilidad de ser maltratados por la burla, la palabra airada, la crítica o una simple sonrisilla, o con el temor de ser llamados beatos o santurrones.
¿Qué dirán? ¿Qué pensarán?... Es una reflexión que produce escalofríos en almas que deberían regocijarse con los apóstoles de ser consideradas dignas de sufrir ultrajes en el nombre de Jesús (Hch 5,41).
A esto se le llama comúnmente respeto humano, pero es más propio cobardía. Si no se reacciona contra ella, todo trabajo quedará reducido a una insignificancia. Miremos en torno nuestro y veamos los estragos que causa esta timidez.
En todas partes el auténtico cristiano vive consciente de que es un cristiano en un ambiente completamente pagano, o rodeado de personas bautizadas pero no católicas, o entre católicos que no practican. Si se hiciera un esfuerzo serio por presentar a todos ellos -uno por uno- la verdad católica, por lo menos el cinco por ciento se convertirían; y luego, ese cinco por ciento sería como una llama que facilitaría la conquista de muchísimos más. Pero ese esfuerzo serio no se hace. Los más fieles, sí, parece que quisieran hacer algo; pero de hecho no hacen nada. ¿Por qué? Porque tienen sus facultades atrofiadas por el veneno mortal del respeto humano; con la máscara de prudencia elemental, respeto al parecer ajeno, empresa inútil, esperando órdenes, etc., ese respeto humano los tiene como paralizados.
En la vida de San Gregorio Taumaturgo se cuenta que, estando el santo a punto de morir, preguntó a los que rodeaban su lecho cuántos infieles había en la ciudad. "Sólo diecisiete", le contestaron sin vacilar. Y el obispo moribundo, luego de una breve reflexión, dijo: "Ese mismo número de fieles me encontré yo aquí, cuando fui consagrado obispo". Empezó con sólo diecisiete creyentes, y con sus trabajos convirtió a todos menos a diecisiete. ¡Qué prodigio! Pero no se ha agotado la gracia de Dios con el correr de los siglos: ahora lo mismo que entonces, la fe y el esfuerzo valeroso pueden lograr otro tanto. Y lo que falta entre los católicos no es precisamente la fe, sino el valor.
Consciente de todo esto, la Legión se ve precisada a hacer guerra sin cuartel contra la perniciosa influencia causada en sus miembros por el "respeto" humano: primero, contrarrestándolo con una saludable disciplina; segundo, enseñando a sus legionarios a mirarlo como mira un soldado la cobardía, y a obrar menospreciándola, en la convicción de que el amor, la lealtad y la disciplina son cosas muy pobres si no son capaces de sacrificio y entrega valerosa.
¡Un legionario sin valentía! Habría que decir aquello de San Bernardo: "¡Vergüenza ser miembro delicado bajo una cabeza coronada de espinas!"
"Si sólo luchas cuando te encuentras bien dispuesta, ¿dónde estará tu mérito? Y ¿qué importa que te falte el valor, si de hecho te comportas como si lo tuvieras? Si te sientes perezosa hasta para recoger del suelo una hebra de hilo, pero lo haces por amor a Jesús, ganarás más mérito que con una acción mucho más noble, pero hecha en un momento de fervor impulsivo. En lugar de estar afligida, ponte alegre, porque nuestro Señor te ha permitido comprobar tu propia debilidad y está dándote una oportunidad de salvar más almas" (Santa Teresa de Lisieux).
4. Acción simbólica
Es un principio fundamental de la Legión que a cualquier tarea que emprendamos contribuyamos con lo mejor que tenemos. Sea el trabajo sencillo o difícil, hay que hacerlo con el espíritu de María.
Este contribuir con lo mejor que tenemos tiene otra razón de ser bien importante. En las empresas espirituales nadie puede decir qué esfuerzo es necesario. Tratándose de un alma, ¿en qué momento es lícito decir "basta"? Principalmente se aplica esto a los trabajos más difíciles. Frente a estos trabajos, enseguida exageramos las dificultades y acudimos a la palabra "imposible". Los "imposibles", en su mayor parte, no lo son, ni mucho menos. Porque, como dice un filósofo, hay pocas cosas imposibles para la diligencia y el ingenio. Pero nos las imaginamos imposibles, y luego, a causa de nuestra actitud, nos las convertimos en tales.
A veces, sin embargo, nos enfrentamos con trabajos verdaderamente imposibles; es decir, que sobrepasan todo esfuerzo humano. Y en estos casos de imposibilidad -real o imaginaria- es evidente que, si nos dejáramos guiar por nuestras propias inclinaciones, nos abstendríamos de actuar, por juzgarlo inútil. Y, tal vez, eso equivaldría a dejar sin hacer tres cuartas partes del trabajo más importante que nos espera; sería reducir la heroica y emprendedora campaña cristiana a un simulacro de guerra. Por eso la fórmula legionaria se expresa así: esfuerzo en toda circunstancia y a todo trance. Esfuerzo: he aquí el principio primario. Desde el punto de vista natural y sobrenatural, el repudiar la idea de la imposibilidad nos dará la clave para lo posible. Es la única actitud capaz de solucionar problemas. Aun más, es un acto de confianza en la verdad evangélica de que para Dios no hay nada imposible (Lc 1,37). Es la respuesta de la fe a la llamada de nuestro Señor, cuando pide una fe capaz de arrojar las montañas al mar. (Mc 11,23).
Sería absurdo pensar en conquistas espirituales, si, al mismo tiempo, no cobrásemos valor de ánimo hasta adquirir esa indómita disposición.
Con esta convicción, la Legión se preocupa en primer término del fortalecimiento de ese espíritu de sus miembros.
Hay una consigna legionaria que afirma, a manera de paradoja, que "cada imposibilidad es divisible en treinta y nueve pasos, cada uno de los cuales es posible". Parece una contradicción, pero no lo es; es una idea sumamente razonable. Constituye la base de todo éxito feliz y consumado. Es un resumen de la "filosofía del éxito". Y en efecto, si la mente se atolondra ante la perspectiva de lo aparentemente imposible, el mismo cuerpo, por sugestión, se relajará, y dejará de actuar.
En tales circunstancias, cada dificultad viene a ser claramente una imposibilidad. Ante la imposibilidad, pues -dice la sabia consigna-, divídasela: divide y vencerás. De un brinco no puedes llegar hasta lo más alto de la casa; pero, si subes por la escalera, peldaño a peldaño, llegarás. De igual modo, en contra de la dificultad, da un paso adelante. No te preocupes por ahora del paso siguiente; pon todo tu empeño en dar el primero. Una vez dado éste, inmediatamente -o muy pronto- podrás dar el segundo. Da este segundo paso y aparecerá el tercero, y así sucesivamente. Y después de una serie de pasos -tal vez no lleguen a los treinta y nueve de la consigna, tomada del título de una obra- te das cuenta de que has pasado las puertas de lo imposible y estás en terreno muy prometedor.
Conviene observar que lo que se necesita es acción. No importa cual sea el grado de la dificultad: lo que hay que hacer a todo trance es dar un paso. Este paso debe ser - por supuesto - un paso acertado, en cuanto sea posible. Si no vemos bastante claro para dar un paso totalmente acertado, entonces demos otro, algo menos seguro y acertado. Y si tampoco podemos dar este paso, no nos crucemos de brazos, ni nos contentemos con rezar: hagamos algo positivo que, aunque, al parecer, no tenga un valor práctico, por lo menos tienda hacia nuestro objetivo y tenga alguna relación con él. Este gesto final y retador es lo que la Legión ha venido llamando la acción simbólica. Si recurrimos a esta acción simbólica ella disipará cualquier imposibilidad que sea fruto de nuestra imaginación, y nosotros entraremos, en espíritu de fe, a luchar denodadamente con la imposibilidad auténtica.
¡Quién sabe si el resultado será el desmoronamiento de las murallas de ese Jericó!
"A la séptima vuelta, los sacerdotes tocaron las trompetas, y Josué ordenó a la tropa: ¡Gritad, que el Señor, os entrega la ciudad! Sonaron las trompetas. Al oír el toque, lanzaron todos el alarido de guerra. Las murallas se desplomaron, y el ejército dio el asalto a la ciudad, cada uno desde su puesto, y la conquistaron" (Jos 6, 16-20).
5. Necesidad de hacer un trabajo activo
La Legión, sin su espíritu propio, sería un cuerpo sin alma. Pero este espíritu -que obra tan grandes transformaciones en los socios- no vaga por los aires, esperando que alguien lo respire. No, este espíritu vital es resultado de la gracia divina y del esfuerzo humano: depende del trabajo que hagan los legionarios y de cómo lo hagan. Si no hay esfuerzo, ese espíritu se transforma en una luz mortecina, próxima a apagarse.
Y sin duda existe el peligro de cierta tendencia a rehuir el trabajo activo, o a señalar a los socios trabajos insignificantes.
Por las siguientes causas:(a) por una repugnancia instintiva a emprender una obra considerada difícil; (b)por falta de ojos para ver el trabajo que abunda hasta en las poblaciones más reducidas; (c) sobre todo, por el temor a ser criticado. Sepan todos que la Legión es un organismo nacido para ejecutar trabajos activos y serios. Si la Legión no emprende estas obras, no hay razón para fundarla. Sería un contrasentido llamar ejército al que se negase a luchar. Tampoco tienen derecho a llamarse legionarios de María los miembros de un praesidium que no tenga entre manos alguna forma de trabajo activo. Y repetimos una vez más: los ejercicios de piedad no bastan para cumplir el deber legionario de trabajo activo.
El praesidium inactivo es infiel a la vocación de la Legión de ejercer claramente un apostolado dinámico y esforzado; y es también gravemente injusto contra la Legión misma: crea la impresión de que la Legión no está capacitada para emprender ciertas obras, cuando, por sí sola, es perfectamente capaz, y ni tan siquiera se la pone al trabajo.
6. El praesidium regula el trabajo
El praesidium es quien ha de señalar el trabajo. No tienen facultad los socios para emprender en nombre de la Legión cualquiera obra que a ellos se les antoje. Sin embargo, no debe interpretarse esta regla con tanto rigor que impida al miembro aprovechar una ocasión para hacer el bien. De hecho, el legionario vivirá como si estuviera siempre de servicio.
Si se ofreciera ocasionalmente algún trabajo, tómese nota de él para proponerlo al praesidium en la próxima junta; y si lo acepta el praesidium, se convertirá en un trabajo legionario más. Pero en este punto vaya el praesidium con mucho tiento: muchas personas de muy buena voluntad adolecen de la manía de querer hacer todo menos aquello que tienen entre manos, y de ir de aquí para allá, en vez de ser firmes y constantes en el trabajo que se les señaló. Éstos harán más mal que bien, y, si no se los controla, pondrán fácilmente en peligro la disciplina legionaria.
Tal conducta debilita la conciencia de la responsabilidad, y olvida la idea de que uno es mensajero mandado por el praesidium con órdenes precisas, y con la obligación de volver con informes sobre lo que haya hecho respecto de la obra señalada; y el resultado final será que la obra no perseverará o vendrá a ser un peligro para la misma Legión. Y si, a consecuencia de este proceder independiente, se cometiera algún error grave, se echaría la culpa a la Legión, cuando la falta estuvo en no hacer caso del reglamento legionario.
Cuando ciertos legionarios entusiastas se quejan del rigor de la disciplina, y dicen que ésta les coarta la libertad para hacer el bien, no estará de más analizar la objeción a la luz de los avisos precedentes. Pero téngase también mucho cuidado de no dar ningún motivo real para esa queja: el fin esencial de la disciplina es impulsar, no detener; y algunas personas no conciben el gobernar si no es diciendo "no" y apretando las clavijas.
7. Las visitas realizadas en parejas salvaguardan la disciplina legionaria
Los legionarios realizarán visitas de dos en dos. La Legión, con esta norma pretende lo siguiente: 1) salvaguardar a los propios socios; de ordinario, se necesitará tener esta precaución no tanto en la vía pública como en las casas que se visitan; 2) animarse mutuamente, ofreciendo resistencia a los instintos del respeto humano o de la timidez natural, cuando el lugar es de difícil acceso o está uno expuesto a ser recibido con frialdad; 3) marcar el trabajo con el sello de la disciplina, asegurando el puntual y fiel cumplimiento de la visita proyectada. Obrando uno por sí mismo, es muy fácil cambiar de hora, y aun aplazar indefinidamente la visita semanal. El cansancio, las inclemencias del tiempo, el rechazo en cuanto a enfrentarse a una visita desagradable: todo se combina malamente cuando no existe el compromiso de visitar en compañía de otro. Resultado: las visitas se hacen sin orden ni concierto, y, por consiguiente, sin producir los frutos que eran de esperar; y, a la larga, se abandonan.
Cuando uno de los dos visitantes legionarios deja de cumplir un compromiso con el otro, se suele observar la práctica siguiente: si se trata -por ejemplo- de visitar algún hospital, o de cualquier otra obra donde se vea claramente que el peligro es nulo, el legionario podrá seguir adelante él sólo; pero, si se tratara de un trabajo que puede ponerle en circunstancias difíciles, o que requiera recorrer una calle de mala fama, absténgase de hacerlo. Entiéndase que el permiso de visitar sin ir acompañado es una excepción, y que el praesidium juzgará seriamente toda falta habitual a las citas.
Esta regla de visitar de dos en dos no quiere decir que los dos legionarios han de dirigirse necesariamente a las mismas personas. En la sala de un hospital, por ejemplo, sería más lógico que cada uno de los legionarios fuera por su lado, dedicándose a diferentes enfermos.
8. Es preciso resguardar el carácter íntimo del trabajo legionario
La Legión debe guardarse del peligro de caer en manos de reformadores sociales de entusiasmos desmesurados. El trabajo de la Legión es esencialmente callado: comienza en el corazón de cada legionario, para desarrollar en él un espíritu de celo y caridad; y luego, por medio del contacto personal - establecido directamente, uno a uno, y con perseverancia -, los legionarios cifran todo su empeño en elevar el nivel espiritual de la sociedad entera. Pero esto se hace sin ruido, sin llamar la atención, suavemente: no se dirige tanto a la supresión directa de grandes males cuanto a saturar el ambiente de principios y sentimientos cristianos, para que así, sanadas las causas, disminuyan y desaparezcan los males de por sí. La Legión cree que el verdadero triunfo consistirá en el desarrollo continuo -aunque a veces sea lento- de la vida y de los principios netamente católicos entre el pueblo.
Importa guardar celosamente el carácter íntimo que distingue a la visita legionaria; se desvirtuará ese carácter si los socios adquieren fama de fiscales, que van a descubrir y denunciar los abusos. Si fuera así, sus visitas a domicilio -como todos sus pasos en general- inspirarían suspicacia, y en vez de ser mirados como amigos dignos de la mayor confianza, esos legionarios pasarían a los ojos de muchos como un especie de agentes de policía secreta, al servicio de una organización; con el resultado seguro de que su presencia sería mal vista, y eso pondría fin a la utilidad de sus servicios.
Por eso, los encargados de dirigir las actividades de la Legión tendrán buen cuidado de no asociar el nombre de la misma Legión con otros fines que, por muy excelentes que sean en sí, funcionan con métodos ajenos a los de la Legión de María. Hay ya organizaciones para combatir los mayores abusos, sírvanse de ellas los legionarios cuando fuere menester, y présteles su apoyo como individuos particulares. Pero dejen a la Legión continuar fiel a su propia tradición y a sus propios métodos de trabajo.
9. Es de desear que la visita se realice casa por casa
La visita legionaria deberá hacerse casa por casa, en cuanto se pueda, y sin distinguir a las personas por lo que se dice de ellas. Si alguien pensara que está fichado como persona que necesita ser atendida por la Legión se molestaría.
Ni siquiera deben pasarse de largo los hogares no católicos, a no ser que razones poderosas persuadan de lo contrario. En estos casos, la visita no revestirá el carácter de propaganda religiosa sino que servirá de ocasión para establecer los fundamentos de la amistad. Si los socios explican que están llamando a todas las puertas para conocer a todos los vecinos, la acogida de parte de muchos no católicos será cordial; y tal vez, la divina Providencia utilice ese encuentro como instrumento de su gracia para traer al redil aquellas "otras ovejas" que Él desea ver reunidas (Jn.10,16). La amistad con católicos imbuidos del espíritu apostólico disipará muchos prejuicios; y al respeto que se les vaya tomando a ellos seguirá infaliblemente el respeto hacia la Iglesia; lloverán las preguntas, se pedirán libros católicos..., ¿y quién sabe lo que vendrá después?
10. Prohibido proporcionar socorro material
Queda prohibido proporcionar socorro material; por poco que sea; ni siquiera ropa vieja. La experiencia ha hecho ver la necesidad de consignar aun este detalle.
Al establecer esta regla, no es que la Legión desprecie en lo más mínimo la limosna material en sí. Sencillamente declara que, para ella, dicha práctica resulta contraproducente. Socorrer a los pobres es cosa buena; hecho el socorro por motivos sobrenaturales, es cosa sublime. Sobre este principio están fundadas muchas y muy beneméritas asociaciones, en particular las sociedades de San Vicente de Paúl, cuyo ejemplo y espíritu la Legión se goza en proclamarse sumamente deudora. Tanto es así, que se puede decir que la Legión brotó de estas sociedades. Pero la Legión tiene señalado un campo de acción distinto. El principio en que está fundada es la comunicación de bienes espirituales a todos los habitantes de la población; y esta comunicación universal resulta en la práctica incompatible con el reparto de socorro material. He aquí algunas de las razones en que nos apoyamos:
a) Las personas que no necesitan ayuda material, raras veces acogerían con agrado las visitas de una organización benéfica. Temerían pasar, a los ojos de la vecindad, por unos pobres vergonzantes.
Así, el praesidium que lograra fama de limosnero vería pronto estrechársele -de manera pasmosa- el campo de acción. Para otras asociaciones la limosna material podrá ser una llave que abre; para la Legión es una llave que cierra.
b) Si algunos quedan defraudados en su esperanza de recibir algo, se incomodarán, y se mostrarán reacios a toda influencia legionaria.
c) Ni tan siquiera entre los necesitados de socorro material hará la Legión con sus donativos bien espiritual alguno. Deje esto la Legión a esas otras asociaciones que están dedicadas expresamente a ello, y para lo cual están dotadas de una gracia especial. De esta gracia se privan con toda certeza los legionarios, al quebrantar con semejante práctica sus propias normas. El praesidium que se salga del camino trazado, se hallará metido en mil enredos, y sólo sacará en limpio disgustos para la Legión entera.
Contra esto dirán algunos legionarios que cada cual tiene el deber de dar limosna según sus posibilidades, y afirmarán categóricamente que no quieren dar como legionarios, sino como individuos particulares. Un análisis de esta objeción revelará las complicaciones que forzosamente tienen que originarse. Considérese el caso -y es lo corriente- de un individuo que antes de ser legionario no se dedicaba a obras de beneficencia. Ahora, en el curso de sus visitas, da con algunos que él cree necesitados de socorro material, de una manera o de otra. Durante la visita oficial de la Legión se abstiene de dar; pero va otro día y da como "individuo particular", ¿acaso no quebranta esta norma de la Legión? Y esa distinción entre visita y visita, ¿no es una sutileza? En el primer caso visitó por ser legionario; como legionario se enteró de la necesidad que había; y como tal le reconocerán siempre los socorridos, sin hacer distinción alguna. Para ellos ha habido simplemente socorro material por parte de la Legión, y hay que admitir que lo deducen con toda razón.
Téngase bien en cuenta que la falta de obediencia o discreción de un solo miembro en este particular es capaz de comprometer a un praesidium entero. Fácilmente cobra uno fama de limosnero: no se necesita dar cien veces, bastan dos.
Si un legionario tiene gran empeño en algún caso especial, ¿por qué no guarda a la Legión de mil enredos, haciendo una dádiva anónima por medio de algún amigo, o mediante alguna asociación dedicada a este fin? Si un legionario, en esas circunstancias concretas, siente repugnancia ha hacerlo en esa forma, daría indicios de que con sus caridades busca, más que un premio eterno, cierta satisfacción terrenal.
Esto no quiere decir que los legionarios permanezcan indiferentes a los casos de pobreza o de indigencia que necesariamente conocerán durante sus visitas domiciliarias, sino que informarán a las asociaciones encargadas de resolverlos, según la naturaleza de cada caso concreto. Pero, aun cuando fallaran todos los esfuerzos de la Legión para conseguir el alivio deseado, no es ella la que debe subsanar la deficiencia; no le compete hacerlo. Por lo demás, no es fácil creer que, en cualquier sociedad moderna, no puedan encontrarse otros individuos u organizaciones dispuestas a prestar su ayuda en esos casos.
"Indudablemente, la compasión que mostramos hacia los pobres, aliviando sus necesidades, es muy encomiada por Dios; ¿quién negará que ocupa un puesto mucho más eminente el celo y esfuerzo que se encamina a instruir y a persuadir, y de este modo colmar a los hombres, no de los bienes pasajeros de la tierra, sino de aquellos que duran para siempre?" (AN).
Esta regla puede ser interpretada demasiado rígidamente, como lo han demostrado muchos ejemplos. Es preciso declarar que las obras de prestación personal no constituyen socorro material; al contrario, se recomiendan; y destruyen la acusación de que los legionarios se limitan a hablar de religión y son indiferentes a las necesidades del pueblo. Los legionarios han de probar la sinceridad de sus palabras con el derroche de amor y servicio en todas las formas permitidas.
11. Recaudación de dinero
Entra casi en la misma categoría -y bajo la misma prohibición- el servirse habitualmente de las visitas legionarias como de otras tantas ocasiones para recaudar fondos.
Semejante actuación podrá, tal vez, asegurar alguna ganancia material, pero nunca el ambiente requerido para lograr ganancias espirituales. Sería el caso de aquel que "por ganar un ochavo perdió un ducado"
12. Nada de política en la Legión
Ningún centro legionario tolerará el uso de su influencia o de sus establecimientos para fines políticos, ni para favorecer a ningún partido.
13. Buscar a cada uno y conversar con él
La Legión actúa siempre movida por el ansia de llegar a cada individuo en particular, de incluir en la órbita de su apostolado no sólo a los negligentes o a los católicos, a pobres y desgraciados, sino a TODOS.
Si los legionarios trabajan en un ambiente de creencias falsas o de incredulidad, más razón para esforzarse denodadamente en contrarrestar tan gran mal. Tampoco debe el legionario acobardarse por las más repulsivas manifestaciones de abandono religioso. Nadie, aunque parezca el más insensible y desesperado, quedará indiferente ante la fe, el valor y la perseverancia del legionario.
Por otra parte, sería una limitación intolerable de la misión de la Legión, reducir su atención a los males más graves. El atractivo especial que se siente en buscar a la oveja descarriada, o en arrancarla de manos del ladrón, no debe cerrar los ojos del legionario a la existencia de un apostolado más vasto y más inmediato: animar a la perfección a todas esas multitudes que son también llamadas a la santidad, y se contentan con cumplir lo más esencial de sus obligaciones cristianas. Sólo se conseguirá moverlas a emprender obras de celo o piedad visitándolas por largo tiempo y usando con ellas de gran paciencia. Afirma el padre Fáber que un santo vale por un millón de católicos mediocres, y Santa Teresa dice que una sola alma todavía no santa, pero que trabaja para serlo, es más preciosa a los ojos de Dios que miles de almas que llevan una vida rutinaria.
14. Nadie tan perverso que no pueda ser rehabilitado. Nadie es demasiado bueno.
Ni uno solo de los visitados debería quedar al mismo nivel en que se le encontró. Nadie hay tan bueno que no pueda estrechar muchísimo más su unión con Dios. A menudo irán los legionarios a visitar a personas incomparablemente más santas que ellos; pero ni aun entonces deben vacilar en su convicción de poder hacerles mucho bien. Podrán comunicarles ideas nuevas o nuevas devociones, y reanimar la rutina. Y será edificante para tales personas observar con qué alegría viven los legionarios su vocación apostólica.
Ya traten, pues, con santos, ya con pecadores, sigan los legionarios adelante, en la persuasión de que no están allí sólo con su pobreza espiritual, sino como representantes de la Legión de María, "unidos con sus pastores y sus obispos, con la Santa Sede y con Cristo" (UAD).
15. Un apostolado indefinido es de poco valor
En cada obra que se emprende, hay que proponerse la realización de un bien notable y concreto. Si se puede, hágase mucho bien a muchos; sino, hágase mucho bien a un número más reducido; pero nunca debemos contentarnos con hacer un poco de bien a muchos. El legionario que vaya por este último camino obra mal: primero, porque da por hecho un trabajo que - según el modo de ver de la Legión - apenas ha comenzado, impidiendo así el que otros lo tomen a su cargo; y segundo, porque fomenta la peligrosa sensación - forjada en momentos de desaliento - de que el poco bien hecho a muchos en realidad no ha aprovechado a nadie; y este sentimiento de la propia nulidad compromete su voluntad de perseverar.
16. El secreto de la influencia del amor
Repitámoslo con insistencia: sólo si se establecen las bases para la intimidad entre los visitados y los visitantes, puede esperase un bien verdadero y extenso; procediendo de otra suerte no se conseguirá más que un resultado efímero y secundario. Es preciso recordar bien esto al ir a visitar las casas para la entronización del Sagrado Corazón o para la buena prensa. Aunque estos fines sean excelentes en sí mismos, y fuentes de bendiciones, no deben tenerse como el fin principal. Las visitas que cesan después de lograr en poco tiempo la entronización -por ejemplo-, a los ojos de la Legión no habrá cosechado sino una porción mínima de los frutos esperados. Frecuentes y prolongadas visitas a cada familia obligarán a los dos visitantes legionarios a un proceso lento, y urgen a la Legión a contar con muchos socios y numerosos praesidia.
17. El legionario ve y sirve en cada persona a quien visita a su Señor Jesucristo.
En ninguna parte ni en ningún caso debe hacerse la visita legionaria con espíritu de filantropía, o de mera compasión natural hacia el desgraciado. Cada vez que lo hicisteis con un hermano mío de esos más humildes, lo hicisteis conmigo (Mt 25,40). Con estas palabras grabadas en su corazón se esforzará el legionario en ver a nuestro Señor en la persona del prójimo -es decir, en todos los hombres sin distinción- y cumplirá su servicio con altura de miras. Los malvados, los ingratos, los estúpidos, los afligidos, los despreciados, los marginados por la sociedad, los que más nos repugnan: todos ellos han de ser mirados con esta nueva luz sobrenatural. Estos sí que son los más humildes entre los hermanos de Jesucristo, merecedores -según las palabras del divino Maestro- de nuestro homenaje y servicio.
Siempre tendrá en cuenta el legionario que no va a visitar a un inferior, ni siquiera a un igual, sino a un superior, como criado a su Señor. La falta de este espíritu engendra un aire de superioridad, destructor de todo bien natural y sobrenatural. A quien así se porta, se le tolera tan sólo mientras sus manos reparten dádivas. Mas aquel que se acerque amable y cariñoso, pidiendo humildemente ser admitido en la casa donde llama, será recibido con júbilo, aunque sus dones no sean materiales; y pronto habrá echado los cimientos de una amistad verdadera. Persuádanse los legionarios de que cualquier falta de sencillez en el vestido o en el tono de la voz levantará entre ellos y aquellos a quienes visiten una barrera que ni las más eminentes cualidades personales podrán destruir.
18. Por medio del legionario, María ama y cuida a su divino Hijo
"Logramos hacernos simpáticos". Con estas palabras quiso explicar un legionario el resultado feliz de una visita ingrata y difícil; sintetizan admirablemente el modo de obrar de la Legión. Más, para despertar esta simpatía, hay que anticiparse en mostrarla; es necesario amar a quienes se visita. Si se quiere influir en los espíritus de una manera eficaz, no vale andar por otro camino, ni usar de otra diplomacia, ni abrir con otra llave. San Agustín concreta la misma idea en estos otros términos: "Amad, y luego haced lo que queráis".
Chesterton, en un párrafo magistral de la vida de San Francisco de Asís, sienta un principio netamente cristiano cuando escribe: "San Francisco veía sólo la imagen de Dios multiplicada, pero nunca monótona. Para él un hombre era siempre un hombre, y, aun cuando estuviera mezclado en una densa multitud, le miraba como si estuviera a solas con él en un desierto. Honraba a todos los hombres; es decir, no solamente los amaba, los respetaba. El secreto de su extraordinario poder de captación era éste: desde el papa hasta el pordiosero, desde el sultán de Siria en su pabellón hasta los andrajosos ladrones que salían a gatas de los bosques, jamás hubo un hombre que mirara aquellos ojos negros y encendidos que no sintiera con certeza que Francisco Bernardone tenía un interés sincerísimo en él, en su vida íntima individual, desde la cuna hasta el sepulcro y que a él personalmente le apreciaba y le tomaba en serio".
Pero ¿cómo amar siempre que uno quiera? Viendo en todos los que tratamos a la Persona de nuestro Señor: sólo con pensar en esto, salta la chispa del amor. Y es cosa muy cierta que María desea ver prodigado al Cuerpo místico de su divino Hijo aquel mismo amor que Ella prodigó a su cuerpo físico. Vendrá en auxilio de sus legionarios, para que cumplan este deseo; y dondequiera que vea en ellos una chispa de este amor, el ansia de amar de esta manera, allí acudirá Ella para transformarla con su soplo en el fuego abrazador.
19. Al legionario humilde y respetuoso se le abren todas las puertas
La inexperiencia tiembla ante "la primera visita"; pero todo legionario que se haya aprendido formalmente el punto anterior, sea nuevo o veterano, tendrá en su poder la llave mágica de todas las puertas.
No olvidemos jamás que no tenemos ningún derecho a entrar en las casas; y, si entramos, es tan sólo debido a la cortesía de las familias. Hay que acercarse sombrero en mano -por decirlo así- y mostrando con nuestra actitud ese respeto profundo que tendríamos al visitar los palacios de los nobles. En la mayoría de los casos, una aclaración del objeto de la visita, acompañada de un humilde ruego de que se les permita la entrada, abrirá la puerta de par en par, y será correspondida con la invitación a sentarse. Y una vez dentro, recordarán los legionarios que no han ido allí para dar una conferencia, ni para hacer una serie de preguntas, sino para depositar los gérmenes de una amistad que mas tarde derramará a raudales los tesoros espirituales que su palabra y su influencia apostólica encierran.
Se ha dicho que lo que más enaltece a la caridad es el saber compenetrarse con el dolor ajeno. En este desventurado mundo nuestro no hay don más necesario que éste, "pues la mayoría de los hombres padecen cierto sentimiento de desamparo: no gozan de la felicidad, porque nadie se preocupa de ellos, nadie quiere escuchar sus problemas" (Duhamel).
No se deben tomar las primeras dificultades demasiado en serio. Aunque toparan con la descortesía más descarada, una sumisión humilde la cambiará en vergüenza y, con el tiempo, llegará a dar sus frutos.
Para trabar conversación, será bueno empezar por los niños, preguntando cuánto saben de religión y que sacramentos han recibido. Si estas preguntas se dirigieran inmediatamente a los padres, tal vez se resistirían; pero, a través de los niños, se podrá dar a sus padres consejos e instrucciones de mucho valor.
Al marcharse, hay que dejar preparado el terreno para la visita siguiente. La mera indicación de que se ha gozado de su compañía, y de que se espera verlos a todos en la semana próxima, resulta una despedida natural, y es ya una preparación eficaz para la visita siguiente.
20. Modo de comportarse en una institución
Al visitar una institución benéfica, recordarán los legionarios que están allí sólo por condescendencia de los directores: como si fueran huéspedes en una casa particular. Los responsables suelen mirar con cierto recelo a los que, tratando de hacer una visita caritativa a los enfermos o aislados, vienen a olvidar el respeto debido a la dirección y a las normas del centro. Nunca pueda tacharse al legionario de la menor falta en este particular. Además, eviten ir de visita a deshora, llevar a los enfermos medicinas u otros artículos prohibidos; y, en el caso de que haya disensiones dentro del establecimiento, no se inclinen por ninguno de los bandos.
Algunos residentes se declararán víctimas de mal trato por parte de la dirección o de otros enfermos; pero, aun cuando realmente sea así, no incumbe a los legionarios reparar agravios. Escucharán compasivos la narración de sus penas, y procurarán inspirarles sentimientos de resignación; pero, por regla general, no tomarán otras medidas. Si en el ánimo del legionario surgieren sentimientos de gran indignación, podrá desahogarse refiriendo el estado de cosas al praesidium; a éste le compete examinar todos los aspectos del problema, y, si lo cree oportuno, aconsejar el partido que convenga tomar.
21. Absténgase el legionario de juzgar a nadie
El respeto y la delicadeza no han de reflejarse sólo en los modales externos del legionario: es más importante aun que estén grabados en lo más hondo de su espíritu. El ponerse el legionario a juzgar a su prójimo o el pretender que su propio modo de pensar y obrar sea norma a la que deberán conformarse los demás, es incompatible con su misión. Y, si ve que otros difieren de él o se niegan a recibirle, y hasta se oponen, no debe sacar la conclusión de que son unas personas indignas.
Hay ciertamente muchos cuyas acciones parecen reprochables; pero no es el legionario el llamado a criticarlas. Con mucha frecuencia esas personas resultarán como algunos santos, que fueron acusados falsamente. Además, aunque muchas vidas están realmente salpicadas de graves abusos, solo Dios ve en los corazones y sabe aquilatar las cosas en su justo valor. Observa Gratry: "muchos carecen del beneficio de la más elemental educación. Vienen a este mundo despojados de todo patrimonio moral, y por todo alimento, a lo largo de esta penosa vida, no reciben tal vez sino máximas y ejemplos perversos. Pero tampoco se pedirá cuenta a nadie sino de aquello que haya recibido".
Otros muchos hacen ostentación de sus riquezas y llevan una vida muy ajena a la mortificación cristiana. El legionario, oponiéndose a la costumbre de juzgar a estas personas con palabras amargas, se detendrá a reflexionar que siempre existe la posibilidad de que dichas personas se parezcan a Nicodemo, el cual se acercaba a nuestro Señor secretamente y de noche, e hizo mucho por Él, le granjeó numerosos amigos, le amaba de corazón, y al final tuvo la privilegiada suerte de asistir a su sagrado entierro.
El oficio del legionario nunca debe ser el de juez o crítico. Considerará con qué ojos de amor miraría la Virgen santísima todas esas circunstancias y personas; y se esforzará por obrar como obraría Ella.
Una de las prácticas que seguía Edel Quinn era la de no culpar nunca a nadie sin consultar antes a la Santísima Virgen.
22. Frente a la crítica hostil
Muchas veces nos hemos referido en estas páginas al efecto paralizador que ejerce el temor a la crítica hostil, aun sobre los mejor intencionados. Aprendamos bien el principio siguiente: el fin principal que persigue la Legión, el que le asegurará los mayores triunfos, es crear normas elevadas en el pensamiento y en la conducta. Ahora bien: los socios, al entregarse a una vida de apostolado, dan gran ejemplo de lo que puede ser la vida seglar; y este ejemplo -en virtud de ese instinto extraño que, aun a pesar suyo, tienen los hombres de imitar las cosas que les impresionan- moverá a todos, en diversos grados, a seguirlo, más o menos de cerca. Una de las señales de que el ejemplo ha sido eficaz será la multitud de los que desean sinceramente adoptarlo como norma de su vida. Otra señal -no menos común- será la oposición y críticas que provocará, precisamente porque ese ejemplo es una protesta contra la vulgaridad. Es un aguijón para la conciencia popular que -como pasa siempre- provocará una reacción saludable de disgusto y de protesta, para luego imprimir un movimiento ascendente. Si no hubiere reacción de ningún género, es prueba evidente de que el ejemplo no ha cundido eficazmente.
De donde se deduce que, aun cuando las actividades legionarias ocasionen algún revuelo -con tal que no venga de un proceder indiscreto-, no hay por qué apurarse. Y téngase en cuenta también este otro principio que debe regir toda labor apostólica: "a los hombres sólo se les conquista con el amor y el cariño, con el ejemplo callado y prudente, que ni humilla ni obliga a rendirse por la fuerza. A nadie le gusta ser atacado por aquel que solo sueña en vencer" (Josué Borsi).
23. Nunca hay razón para desanimarse
A veces los esfuerzos más generosos, y prolongados heroicamente, parece que dan pocos frutos. Los legionarios no se empeñarán en los resultados visibles; pero no les beneficiaría el trabajar con la impresión de que todos sus esfuerzos son vanos. Les consolará y les animará a realizar todavía esfuerzos más enérgicos, el reflexionar que un solo pecado que se haya evitado es ya una ganancia infinita: ese pecado sería en sí un mal inconmensurable, y acarrearía una serie interminable de lamentables consecuencias. Dice el citado Josué Borsi: "por pequeña que sea la cosa, influye en el equilibrio de las mismas estrellas. Por eso - y del modo que solo tu, Dios mío, puedes concebir y calcular - el más ligero movimiento de esta pluma mía, que corre por el papel, está íntimamente ligado con el girar de las esferas, al cual contribuye y del que forma parte. Lo mismo ocurre en el mundo de las ideas. Las ideas viven y tienen sus repercusiones más complejas en un mundo incomparablemente superior a este mundo material: en un mundo también unido y compacto en la grandiosa, fecunda y variadísima complejidad de su ser. Y como en el mundo material e intelectual, así sucede en ese otro mundo infinitamente mayor que los dos: el mundo moral". Cada pecado hace estremecer al mundo moral; repercute siniestramente en todas las almas. Algunas veces el primer choque en la serie es visible: como cuando una persona conduce a otra a pecar. Pero, sea visible o no, el hecho es que todo pecado lleva a otro pecado; y de manera semejante, todo pecado que se impide guarda de otro pecado; y este segundo pecado impedido es, a su vez defensa contra otro tercero; y así sucesivamente, hasta que llega a formar como una cadena que engarza con sus anillos todos los lugares y todos los tiempos. ¿Será, pues, mucho afirmar que cada pecador arrepentido vendrá a figurar con una gran multitud que marcha tras él hacia el cielo?
Por consiguiente, impedir un solo pecado grave justificaría los más arduos esfuerzos, aun durante toda la vida; porque, con ello, no habría ningún alma que no recibiese un aumento de gracia. Y puede ser que ese pecado impedido determine el destino eterno de un alma, o sea el primer impulso de un proceso de elevación espiritual que, con el tiempo, cambie la vida de todo un pueblo, que pase de ser ateo a verdaderamente creyente.
El principal peligro de desaliento no está en la oposición -por fuerte que sea- de las fuerzas contra las cuales lucha la Legión. El peligro está en la angustia que se apoderará de todo legionario, al ver que fracasan aquellos mismos auxilios y circunstancias en que creía poder confiar: le fallan los amigos, le fallan las personas buenas, le fallan sus mismos instrumentos de trabajo; "y todo nuestro sostén ha traicionado nuestra paz". ¡Oh, si no fuera por esta hoz embotada que tengo, si no fuera por esas deserciones entre los mismos amigos, si no fuera por esta cruz que me agobia!... ¡Ah, que espléndida mies podría cosechar!
No hay duda de que precisamente aquí, en este impacientarse al ver cómo, sin culpa propia, se va estrechando más y más el campo para hacer el bien, aquí es donde se oculta el grandísimo peligro de desanimarse, peligro mayor que todas las embestidas enemigas.
Recordemos siempre que la obra del Señor llevará el signo distintivo del mismo Jesucristo: la cruz. Toda obra que no lleve la huella de la cruz difícilmente podrá acreditarse de obra sobrenatural, y nunca será verdaderamente fructífera. Janet Erskine Stuart expresa esto mismo de otra manera: "si examináis la historia sagrada, la historia de la Iglesia y vuestra propia experiencia -que va consolidándose con los años-, veréis que nunca se realiza la obra de Dios en condiciones fáciles, nunca de la manera que hubiéramos imaginado o preferido nosotros". Lo cual quiere decir -¡cosa extraña!- Que aquellas mismas circunstancias que, según nuestro limitado entender humano, parecen impedir que las condiciones de obrar sean las mejores -y que consideramos fatales para el porvenir de la obra-, no solamente dejan de ser obstáculo para que triunfe dicha obra, sino que son elemento esencial para su triunfo; no son señal de flaqueza, sino marca de garantía; ni un freno, sino un estímulo que alimenta el esfuerzo y le ayuda a conseguir su objetivo. Siempre ha sido del divino agrado hacer alarde de su poder sacando resultados felices de las condiciones más adversas, y sirviéndose de los más débiles instrumentos para ejecutar sus mayores designios.
Así y todo, los legionarios tendrán muy en cuenta esta importante consideración: para que sus dificultades sean beneficiosas, no habrán de proceder de negligencia suya. No tiene la Legión derecho a esperar que sus propias culpas de obra u omisión sean fuentes de gracias.
25. El triunfar es una dicha. fracasar no es más que el aplazamiento del triunfo
Si se miran bien las cosas, el trabajo legionario es una alegría continua. Alegre es el triunfar. Pero más alegre debiera ser el fracasar: porque, además de ser una penitencia y un acto de fe, el legionario que reflexione un poco no verá en el fracaso sino el aplazamiento de un triunfo mayor. Es natural gozarse de ser recibido con sonrisas de agradecimiento por los más, que estiman grandemente sus visitas; pero, cuando sorprenda miradas recelosas de otros, alégrese más todavía, porque se le está dando por añadidura algo muy importante, que la mirada común no percibe. Sabe la Legión por propia experiencia que donde reina un sentir genuinamente católico, aunque haya abandono en el cumplimiento de los deberes religiosos, siempre se acoge con agrado al visitante legionario; lo contrario, no pocas veces, es indicio de que un alma peligra.
26. Actitud respecto a las faltas de los praesidia y de los legionarios
Usar de paciencia, con unos y con otros. Aunque se encuentre con un celo sin brío, con progresos insignificantes o con las ruindades de un espíritu mundano, no por eso hay motivo para desalentarse; antes bien, anímese el legionario con la siguiente reflexión:
Si esos hermanos legionarios dejan tanto que desear -a pesar del enérgico impulso que les comunica su organización, y de la influencia que el espíritu de piedad y celo de esta organización ejerce sobre ellos-, ¿qué serían, si carecieran de todo? De igual modo, ¿cuál no sería la desolación espiritual de una población incapaz de reunir los pocos apóstoles requeridos para formar un buen praesidium? Pero, si realmente no se hallan socios dignos, la conclusión es evidente: elevar a todo trance las normas de vida en dicha población, y elevarlas valiéndose del mejor y único medio: metiendo en ella la levadura del apostolado," hasta que quede fermentada toda la masa" (Mt 13, 33). Lo poco que haya de espíritu apostólico, cultívese con invencible paciencia y dulzura. Si la formación del espíritu católico ordinario va tan despacio, ¿cómo esperar el desarrollo del espíritu apostólico en un abrir y cerrar de ojos? Lo que se necesita, ante todo, es valor y decisión; si estas cualidades faltan, ha fallado el último recurso, y la población quedará abandonada a su estancamiento para siempre, hundiéndose más cada día en el fango del vicio, hasta convertirse en criadero de infección.
27. No buscarse a sí mismo
Tampoco permitirá la Legión que ninguno de sus miembros la utilice como instrumento de ganancia material personal. Verdaderamente, jamás debería ser necesario llamar la atención a nadie sobre la indigna explotación- dentro o fuera de la Legión- de su calidad de socio de la misma.
28. No dar regalos a los socios
Está prohibido a los centros de la Legión el hacer a sus miembros donativos de dinero u otros regalos equivalentes. Si estos donativos se tolerasen, su número tendería a aumentar, y llegaría a ser una pesada carga financiera. No hay que consentirlos, sobre todo en atención a las muchas personas de escasos recursos pecuniarios que la Legión tiene la dicha de contar entre sus miembros.
Si algún praesidium -u otro cuerpo legionario- quisiere festejar un suceso notable en la vida de un socio, que lo haga obsequiándole con un ramillete u ofrenda espiritual.
29. En la Legión no hay distinción de clases
La Legión por regla general, se opone a la formación de praesidia compuestos exclusivamente de miembros pertenecientes a una clase o categoría social determinada. He aquí algunas de las razones: a) restringir equivaldría frecuentemente a excluir, con perjuicio de la caridad fraterna; b) el mejor método de reclutar socios suele ser que quienes ya lo son los busquen entre sus amistades, y estos podrían no considerarse con títulos para unirse a un praesidium especial; c) un praesidium formado por representantes de todas las clases y condiciones de la vida humana resultará casi siempre el más eficaz.
30. Tenemos que aspirar a unir
La Legión debe proponerse combatir las divisiones y los innumerables antagonismos que existen; más, para hacer algo, hay que iniciar ese proceso dentro de la unidad orgánica de la Legión: el praesidium. Sería un contrasentido que la Legión hablara de superar diferencias si al mismo tiempo el espíritu de desunión reinara en sus propias filas. Por eso, no piense la Legión más que en organizarse según el concepto de unión y caridad vigentes en el Cuerpo místico. Cuando haya logrado unirse entre sí, como socios de un mismo praesidium, a personas que los criterios del mundo mantenían alejadas, entonces habrá efectuado algo grande: se habrá establecido el contacto del amor. Y este contagio cristiano se difundirá en torno, superando y aniquilando al espíritu de discordia que reina en el mundo.
31. Tarde o temprano los legionarios tendrán que acometer trabajos más difíciles
La elección de trabajo puede dar lugar a vacilaciones. Tal vez urja poner remedio a ciertos problemas, pero el párroco teme valerse de un praesidium que está todavía en sus comienzos. ¿Qué hacer? Primero: no permitamos que, de ordinario, prevalezcan los motivos de temor, no sea que se nos puedan aplicar las palabras de San Pío X: "el mayor obstáculo al apostolado es la pusilanimidad, o, mejor dicho, la cobardía de los buenos". Segundo: si las dudas y temores persisten, al principio vaya el praesidium con mucha cautela, tanteando con trabajos más sencillos. Conforme vayan sucediéndose las juntas y se gane en experiencia, se destacarán algunos socios como ciertamente capaces de empresas más arduas. Sean estos los primeros en poner manos a la obra; y únanse luego a ellos otros legionarios, a medida que demuestren su capacidad y lo exija el trabajo mismo. Aunque no estuviesen ocupados en un trabajo difícil más que dos legionarios, su ejemplo tendría un efecto alentador sobre los esfuerzos de los demás.
32. Ante los peligros
El sistema legionario reducirá a un mínimun absoluto las ocasiones de peligro; así y todo, puede haber ciertos riesgos inherentes a algunos trabajos importantes. Ante esa situación, y después de madura reflexión, láncese decididamente a la obra unos cuantos legionarios escogidos, si en esa reflexión se viere: a) que, de otra suerte, quedaría abandonado en todo o en parte un trabajo del que depende la salvación de un alma, y b) que se han tomado todas las precauciones para resguardar al socio. Quedarse mirando con fría indiferencia, mientras el prójimo se precipita a la ruina, sería para los legionarios un crimen intolerable. "¡Dios aleje de nosotros la serenidad de los ignorantes! ¡Dios aparte de nosotros la paz de los cobardes!" (De Gasperín).
33. La Legión ha de ir siempre a la vanguardia en las luchas de la Iglesias
Los legionarios comparten la fe de María en la victoria de su Hijo; su fe por la cual, a través de su muerte y resurrección, se ha conquistado todo el poder del pecado en el mundo. De acuerdo con la medida de nuestra unión con nuestra Señora, el Espíritu Santo pone esta victoria a nuestra disposición en todas las batallas de la Iglesia. Con este hecho en mente, los legionarios deben ser una inspiración para toda la Iglesia por la confianza y el coraje con los que se enfrentan a los grandes problemas y a los perversos día tras día.
"Debemos comprender lo que es esta guerra. Se está luchando no sólo por extender el reino de Dios a través de su Iglesia, sino para conseguir también que las almas se unan con Cristo. Es una de las guerras más sorprendentes, en las que se pelea por el enemigo y no contra el. Incluso no debemos permitir que nos confunda el término "enemigo".
Cada uno de los no creyentes es, como cada uno de los católicos, un ser humano con un espíritu inmortal, hecho a imagen y semejanza de Dios, por quien murió Cristo. Por violentamente hostil que pueda mostrarse ante la Iglesia o ante Cristo, nuestro objetivo es convertirle, y no simplemente vencerle. No debemos olvidar que el demonio quiere su alma en el infierno como quiere la nuestra, y debemos luchar con el demonio por él. Podemos vernos obligados a enfrentarnos a un hombre para impedir que su alma caiga en peligro, pero siempre hemos de desear ganarle para su salvación. Es con la fuerza del Espíritu Santo (sic) con la que debemos luchar, y Él es el amor del Padre y del Hijo; tan es así que, si los soldados de la Iglesia pelean con odio, están peleando contra Él" (F.J. Sheed, Teología para principiantes).
34. El legionario debe ser propagandista de todo lo católico
Los legionarios no deben descuidar el uso de escapularios, medallas e insignias aprobadas por la Iglesia. La distribución de estos objetos, propagando esas devociones, son otros tantos cauces que se abren: por ellos quiere Dios hacer fluir abundantes gracias, como lo han demostrado innumerables ejemplos.
Recordarán particularmente el escapulario del Carmen, la librea misma de María. "Algunos interpretan en sentido literal la siguiente promesa: "El que muere con este hábito puesto, no se perderá". Y San Claudio de la Colombiere no toleraba ninguna restricción, diciendo: "Podrá uno perder su escapulario, pero aquel que lo lleve en la hora de la muerte se salva". (Padre Raúl Plus).
Promoverán también la piedad en los hogares, animando a las familias a poner en sitio visible estampas y cuadros devotos, crucifijos y estatuas, a tener siempre llena una pila de agua bendita, y a llevar consigo un rosario con las debidas indulgencias. La familia que no muestre afecto y aprecio a los sacramentales de la Iglesia, corre gran riesgo de ir poco a poco abandonando los mismos sacramentos. Y los niños, extremadamente sensibles a estas ayudas externas de la piedad, tendrán gran dificultad en adquirir el carácter íntimo y verdadero de nuestra fe, si no tienen en casa alguna imagen o cuadro religioso.
35. "Virgo Praedicanda”: la Virgen ha de ser llevada y enseñada a todos los hombres, pues Ella es su Madre
Tema predilecto de León XIII: María es la Madre de todos los hombres, y Dios ha implantado un germen de amor hacia Ella en todos los corazones, aun en aquellos que no la conocen o la odian. Este germen tiene que crecer, y puede ser fomentado lo mismo que cualquier otra cualidad, con las condiciones requeridas. Hay que acercarse a las almas para enseñarles el oficio maternal de María.
El Concilio Vaticano II ha proclamado esta maternidad universal de María (LG, 53,65), y ha declarado que María es verdaderamente la fuente y el modelo del apostolado, y que la Iglesia tiene que depender de Ella en sus esfuerzos por salvar a todos los hombres (LG,65).
El Papa Pablo VI aconseja insistentemente que en todas partes -y particularmente allí donde abundan los no-católicos- los fieles se instruyan plenamente en el oficio maternal de María, a fin de que repartan a sus "hermanos más menesterosos" el tesoro de este conocimiento. Además, encomienda al corazón amante de María a todo el género humano, para que Ella cumpla su misión de orientar a todas las almas hacia Cristo. Finalmente, a fin de poner en claro su oficio maternal y unificador para con todos los miembros de la familia humana, otorga a María el significativo título de "Madre de la Unidad".
Por eso yerran tristemente aquellos que miran a la santísima Virgen como una barrera para las conversiones, barrera que debería suprimirse. No: Ella es la Madre de la gracia y de la unidad, de tal modo que, sin Ella, las almas no acertarán a encontrar su camino. Los legionarios han de aplicar firmemente este principio a sus esfuerzos en pro de las conversiones; es decir, han de explicar a todo el mundo lo que algunas veces se ha calificado equivocadamente de "devoción legionaria a María". Esta devoción no es propiedad de la Legión. La Legión no ha hecho más que aprenderla de labios de la Iglesia.
"La Iglesia ha presentado la Virgen María a los fieles como ejemplo a imitar, no precisamente por el tipo de vida que llevó, y mucho menos por el estado socio-cultural en el que vivió y que hoy día apenas sí existe en parte alguna. La Iglesia nos la presenta como ejemplo para los fieles por la forma en la que, en su vida particular, aceptó con plena responsabilidad el deseo del Señor (cf. Lc 1,38), porque escuchó la Palabra de Dios y la cumplió, y porque la caridad y el espíritu de servicio fueron la fuerza que impulsó sus acciones. Merece la pena imitarla porque es la primera y más perfecta de los discípulos de Cristo. Todo esto tiene un valor ejemplar, universal y permanente" (MC, 35).
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